De lo cotidiano

Bitácora de Dalina Flores

El asombro de la imaginación

Terminé de leer Manda fuego hace unas semanas. Y aún no me he repuesto de la experiencia. He de confesar que el mayor contacto que tenía con la literatura de Alberto Chimal era a través de sus tuits y sus entradas en Las historias, cuya ficción me parece tan compleja y vertiginosa que a veces no puedo alcanzarlas, pues no soy una ciberlectora avezada. Sus pequeños textos siempre me han parecido de una intensidad tan desbordada que a veces siento que se me escapan.

Creo que si un adjetivo pudiera definir no sólo los textos sino la personalidad de Chimal, tendría que ser brillante. He estado en un par de sus conferencias y me parece contundente y genial la conceptualización que tiene de la creación, en particular, de la literatura.

Sus ideas sobre la literatura fantástica, que él prefiere llamar de imaginación, me parecen no sólo inteligentes, sino de una pertinencia inevitable en un mundo donde la información vuela y se transforma casi de manera inmediata. Lo que hemos considerado como fantástico, a lo largo de una corta pero arraigada tradición literaria, está suspendido entre la racionalidad con que se puede explicar o no un suceso; sin embargo, si trascendemos el asunto de la lógica, lo que queda detrás de lo fantástico es el asombro, más allá de las exégesis y su solvencia racional.

Por eso estoy ahora convencida de que, como lo ha señalado Chimal, lo fantástico, más que ser un género literario, es “un recurso narrativo, una serie de temas y argumentos y una actitud ante la representación de la  realidad”. Esta definición, aparentemente sencilla, y muy clara, es una especie de metateoría que ilustra los recursos narrativos del mismo autor, cuyo fin último siempre es la sorpresa bordada en los ojos y los corazones de quien lee.

El contenido literario en esta extraordinaria antología, como dice Edgar Omar Avilés, el prologuista de Manda fuego, no sólo se percibe a través de la manifestación particular del lenguaje, sino de los propios recursos de la ficcionalización. Hemos escuchado un millón de veces que ‘en literatura, no hay nada nuevo bajo el sol’; ‘lo importante es cómo se cuenta lo que se cuenta’. Una muy querida maestra, en clase de Literatura medieval, nos decía que todas las historias de amor eran como Romeo y Julieta, que realmente lo que le aporta el contenido literario a un texto es la forma en que se cuenta. Sin embargo, en la propuesta fantástica o de imaginación, de los cuentos que forman parte de esta antología (donde podemos degustar ejemplos lúcidos y selectos de la narrativa de Chimal), la apuesta estética no sólo está en el entramado de elecciones lingüísticas y estructurales, sino en la fabulación de la diégesis. En Manda fuego encontramos historias delirantes que exigen del lector no sólo la aportación de su universo literario y su contexto sociocultural individual, sino su propia capacidad de sorprenderse; de echar a volar la imaginación.

Así, en el pacto ficcional que los textos establecen con los lectores, todos nos sentimos poseídos por un efecto contundente de extrañamiento, concepto al que se referían los formalistas rusos para explicar cómo lo literario nos impacta, nos mueve de cualquier estado de confort y, en ese proceso, quedamos devastados y sorprendidos. En todos los sentidos. Nunca volvemos a ser lo que fuimos después de arrojarnos a los agudos y breves universos de Manda fuego.

Esa desviación del curso cotidiano del mundo ordinario del lector, nos confronta no sólo desde la propuesta narrativa (entendida como el hecho de contar, referir los hechos de una manera particular, elocuente, estratégica, etc.), sino a través de la invención: el espacio fantástico que rememora a Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, en Las ciudades latinas, o las situaciones cotidianas en que se desvía un elemento pequeñísimo,  pueden dimensionarse hasta llegar a proporciones inimaginables, donde se desdoblan los sentidos.

A pesar de la diversidad que se paladea a través de la selección de sus relatos, hay una constante en todas las historias de Manda fuego: la lucha de poderes que se transluce en cada una de las formas de representar la realidad. A través de situaciones aparentemente absurdas, se develan interacciones que pueblan nuestro andar cotidiano en el que la naturaleza indómita del lector, y la de los personajes, se libera.

Por otra parte, la narrativa de Chimal, poco a poco, se torna intimista, a través de un proceso de ‘desvestimiento’. Los lectores vamos dejando en el camino capas de piel a medida en que nos adentramos en sus universos, de tal manera que la imaginación, llevada al extremo de lo imposible, es  totalmente verosímil por la naturalidad y dinamismo de la ficción que, en la última parte, totalmente autobiográfica, golpea con su honestidad.

No puedo dejar de pensar y evocar sus historias, de las que podríamos derivar disertaciones interminables, por eso creo que lo más justo es liberar la imaginación a través de su lectura.

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