De lo cotidiano

Bitácora de Dalina Flores

La función de la crítica en la formación de lectores

En la tradición más añeja de la teoría literaria, existe una tendencia que apuntala el establecimiento de modelos para definir lo que puede ser considerado como literario, o no. Esta práctica, como hemos visto, es totalmente normativa, ya que intenta imponer un canon que se apega a los gustos de ciertos grupos cupulares y sus discursos de autolegitimación (en todos los sentidos). Sin duda, este tipo de crítica se ha promovido en la mayoría de los ambientes literarios con resultados paradójicos y problemáticos. Por un lado, en los medios académicos, se alienta a los profesionales de las letras a que otorguen valores y validaciones a las producciones literarias que cuentan con ciertos rasgos canonizados; sin embargo, esta imposición, por integradora y amplia que se pretenda, no puede abarcar, a ciencia cierta, la naturaleza del arte.

En su afán normativo, este tipo de crítica pretende asimismo señalar las rutas de construcción de los textos a partir de un modelo asociado con ‘altos valores’, en vías de incentivar a los creadores para que su obra sea cada vez de ‘mayor calidad’. Desafortunadamente, más que entenderse, en ese sentido, como una herramienta para ‘mejorar’ la propuesta literaria individual, algunos autores desacreditan la función y el valor de la crítica, convirtiendo parte del proceso de la comunión estética (pues el crítico antes que nada es un lector) en una hoguera de vanidades.

La intención de este pequeño apunte no es discutir sobre la validez de tales procesos de canonización (producción, circulación y recepción de ciertos discursos), pues evidentemente está dirigida a un grupo selecto de lectores, sino plantear una propuesta sobre la función de la crítica literaria, entendida como un discurso articulado en un entramado sociocultural complejísimo, donde, antes que nada, tendría que aportar rutas para la generación de lectores.

A diferencia de la normativa, la crítica descriptiva pretende encontrar rutas de navegación por el texto, y señalar al lector algunos elementos que podrían aportarle una lectura literaria más gozosa y efectiva. En este sentido, se trata de construir puentes, como andamios,  para acompañar al lector por un tránsito que puede ser oscuro o bromoso. El crítico literario, como acompañante o formador de lectores, debería de generar vínculos entre el texto literario y la vida del lector, a través de componentes que funjan como detonadores para la interpretación y la experiencia estética.

Desde el presupuesto anterior, tampoco se trata de colonizar el juicio de los lectores, sino de abrir rutas (reconocimiento de intertextos, efectos de los recursos narrativos, relación con contextos particulares de producción, etc.) para que se conviertan en agentes autónomos, capaces de ir haciendo más efectiva y placentera su experiencia literaria.

Es necesario apuntar que no estoy afirmando que este tipo de crítica (descriptiva –sin llegar a la exégesis unilateral) tenga que ser la única forma de acercarnos al texto, sino que el crítico, como creador, tiene que ser muy consciente del público al que está dirigiendo sus escritos, así como de sus intenciones para hacerlo. De esta manera, su función podría ser más constructiva, en todos los sentidos, y menos dogmática.

Por otra parte, no veo ningún valor efectivo en la desacreditación gratuita de ningún tipo de texto, es decir, la crítica puede ser muy clara y precisa, pero no creo en las prácticas humillantes de algunos ‘eruditos’ que creen tener la única verdad del universo y, en nombre de Aristarco, denuestan no sólo los textos, sino a los autores. Tampoco creo en el afán correctivo que experimentan algunos críticos al pretender dictar cátedra sobre la construcción literaria, pues el crítico no es un tallerista cuyo comentario apunte hacia el mejoramiento de un texto, sino quien determina, desde la tradición normativa, el valor literario de la obra (que, en mi universo particular, puede ser cuestionable). Estas tendencias, evidentemente, no se orientan hacia la formación de lectores.

Nos encantan los dogmas, la clasificación; el ser humano se regodea en su capacidad de hacer juicios y establecer valores, sobre todo, cuando se nos ha formado en la soberbia y en la competencia; pero también existen otras prácticas para comprender y explicar el mundo; desde la sorpresa y la curiosidad que nos lleva a mirar con atención, a atisbar en los secretos de la naturaleza, del arte y de la ciencia. Cuando pensamos que el otro es parte de uno mismo, lo que se persigue es la posibilidad de que los bienes (materiales o espirituales) también sean disfrutados por ‘el otro que es yo mismo’, y es ésa la función que debería desempeñar la crítica en la formación no sólo de lectores sino de una comunidad más abierta y receptiva.

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