De lo cotidiano

Bitácora de Dalina Flores

La complejidad de la naturaleza humana

Si hicieran un concurso para elegir a la peor tituladora de la comarca, sin duda, la unánime (exánime, pusilánime –nomás pa’ que rime) ganadora sería yo. Creo que por eso no escribo (tanto) y menos publico: porque no puedo poner títulos. Así es que este de acá arribita no es la excepción.

Tratar de escribir sobre la complejidad humana es casi imposible, pues como bien lo ha dicho Wittgenstein (entre otros), el lenguaje no puede abordar la realidad completamente y es, de hecho, el límite de nuestro mundo, pero no porque todo esté en él, sino porque es todo lo que podemos reproducir. Por eso no me refiero a esa complejidad de nuestra naturaleza que es casi innombrable, sino a un proceso que revolucionó el estudio del alma humana y del que el buen Freud teoriza a partir de algunos recursos literarios: los complejos.

Y a decir verdad, tampoco vengo a hablar de ‘los’ complejos, pues no soy psicóloga ni nada que se le parezca (aunque bien hubiera querido serlo); en realidad mi intención es recomendar la lectura de un libro que acabo de leer y me resultó divertido pero también estimulante, ya que permite, de alguna manera, echar un vistazo a los propios miedos y complejos del lector. Se trata de El complejo de Faetón, novela considerada como juvenil (respecto al adjetivo, ya saben lo que pienso), de Andrés Acosta, un escritor mexicano contemporáneo que ha incursionado en diferentes géneros y registros literarios.

Esta novela me parece que puede aportar muchas lecturas para diferentes tipos de lectores, pues se dimensiona más allá de lo narrativo (en cuanto a forma e historia). Además de abordar de manera peculiar la información sobre el asunto del complejo inspirado en el mito de Faeton (ese griego simbólico que pone a prueba a su padre al pedirle que lo deje hacer algo cuyo resultado, entre otras cosas, será la causa de que exista la raza negra) también es una forma de iniciar a los lectores en juegos estructurales que irán edificando su competencia lecto-literaria.

La historia se presenta en dos hilos narrativos, en primera persona, pero donde se entretejen dos tiempos narrativos: el que vive Rigo, el protagonista, en la actualidad, desde una prisión juvenil el la que tendrá que enfrentarse a sí mismo a través de sus sesiones con don Polo, el psicólogo; y el relato del pasado reciente donde el mismo Rigo nos va contando todas las decisiones que tomó a lo largo de un viaje en el que se aventuró para encontrar a un escurridizo y sobrevalorado padre.

Andrés Acosta logra hacer dos retratos muy importantes: la complejidad psicológica del protagonista y la realidad social que enfrentan muchos jóvenes en las ciudades modernas, inmersas en la violencia, el narcotráfico, las policías atemorizantes. Sin duda, esta novela se podría catalogar como juvenil o ‘de iniciación’ porque los conflictos, internos y externos, de los personajes están determinados por un proceso de aprendizaje y de maduración. Sin embargo, esto no delimita a sus lectores; al contrario: es una novela que detona diferentes reflexiones en lectores con distintas competencias (me pregunto qué diría Goethe si alguien osara catalogar su joven Werter como juvenil).

Un rasgo muy eficaz de su narrativa es que el autor presente un personaje cuya vulnerabilidad lo haga tomar decisiones arriesgadas, que no se matizan. Rigoberto, el protagonista, está delineado con tanta precisión que sus emociones se transmiten al lector y, a medida en que nos vamos involucrando en la trama, los odios y los deseos del personaje se hacen nuestros.

La historia que lleva a Rigo a buscar en Jitania a su padre es intensa y sin concesiones. Sin derecho al arrepentimiento inocuo. Rigo toma decisiones que lo superan y tiene que afrontarlas. La mirada del lector, entonces, es solidaria, de acompañamiento, pero también de complicidad y agonía.

Por otra parte, dentro de la propuesta del ritmo narrativo, que oscila entre la narración en presente, más reflexiva y filosófica y la evocación de un pasado muy cercano y dinámico, nos vamos enterando de planteamientos de las teorías freudianas, pero a la inversa: si bien Freud establece la teorización de sus complejos a partir de mitos convertidos en literatura, Andrés Acosta retoma el mito para contar una historia que, sin duda, es literaria y merece ser disfrutada.

El complejo de Faetón es una de esas novelas que me llevan a asegurar que la etiqueta de lo juvenil no es más que un ornamento válido sólo para un contexto relacionado con el mercado. O sea: esta novela es literatura sin adjetivos, para cualquier exigencia y gusto lector.

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