De lo cotidiano

Bitácora de Dalina Flores

El ingenio loquísimo y desbordante de Jaime Alfonso

La literatura siempre nos conduce por rutas insospechadas. Quizás es esa incertidumbre lo que más me guste de ella. Leer se convierte en una diáspora en la que el lector elige hacia dónde se disemina. Pero también cuando se trata de intercambiar opiniones, de volcar nuestras percepciones en el otro, podemos encontrar muchísimos caminos. Por eso la literatura nos permite comunicarnos, entendernos mutuamente, escucharnos. Porque no hay verdades universales ni datos duros en el registro del diálogo. Cuando hablamos de literatura, todos ganamos (o perdemos, si hablamos de prejuicios).

Leer por gusto y no por obligación es una práctica un poco suicida en el mundo académico. Como profesor, algunas veces, estás obligado a leer, comentar y promover las ‘grandes’ obras del canon universal o de los escritores serios y profundos que nutren el corpus de obras sagradas. Y lo divertido es que muchos de esos autores son maravillosos y disfrutables, como Shakespeare o los autores del boom latinoamericano, por referir sólo algunos. Pero si nos queremos desviar un poco de esas lecturas recomendadas y avaladas por la crítica formal, a lo más que podemos aspirar, en la academia, es a una sonrisa medio cómplice y listo. Cuando empiezan a figurar otros nombres, en un contexto mucho más lúdico, como el de la LIJ, entonces ya no nos tomamos tan en serio. Y qué bueno, porque creo que no hay nada más alejado de la naturaleza de la literatura que la impostación.

Creo firmemente, o sea, con convicción a toda prueba, que la literatura mexicana contemporánea ofrece textos espléndidos que no sólo son juguetones, dinámicos, frescos y profundos, sino que, literariamente, se sostienen por su fina configuración y, sobre todo, por su sentido del humor y la manera en que hacen que el lector se involucre en la trama. Y, aunque parezca que estoy hablando de muchos títulos en abstracto, todo lo que digo lo digo pensando en el talentoso y sumamente joven escritor potosino Jaime Alfonso Sandoval.

En el mundo de la LIJ es súper conocido, ha escrito entrañables libros infantiles que no se amedrentan con las palabras, ni con los temas; al contrario, de manera natural lleva a los pequeños lectores a cuestionar su mundo, como en el caso de Marina la furiosa, que es para lectores súper pequeñitos, o con la divertida saga de Detectives escolares o Padres padrísimos, para lectores más experimentados (de vida y de lecturas). Su amplia producción lo ha hecho merecedor de todos los premios literarios de la LIJ, desde Normas, Gran Angulares, Barcos de vapor, lista de White Ravens, etc. Y , por si fuera poco, también tiene una trayectoria impresionante como guionista, de programas infantiles y para adultos. O sea, es un escritor profesional muy productivo y, sobre todo, intenso, interesante, juguetón.

Debo confesar que, al principio, cuando lo leí por primera vez, su sentido del humor me pareció excesivo, loquísimo, y no supe cómo asimilarlo. Mi primera novela fue República mutante, cuya trama es tan extrema que linda en lo carnavalesco pero sin dejar de ser muy cercana, sobre todo para los lectores mexicanos. Al terminar la lectura, sentí una incomodidad jocosa; no sabía si me había gustado o no, pero los personajes me perseguían por todos lados con su absurdidad extrema. La historia está centrada en la familia Topete quienes, para ‘salir adelante’ en la vida, deben convertirse en ciudadanos de una nueva república construida sobre desechos. A partir de esa premisa, conjugada con caracteres muy peculiares, el lector se enfrenta a todo tipo de situaciones que mueven a una risa incómoda, y donde lo absurdo refleja nuestra idiosincrasia.

Pero después leí El club de la salamandra –y debo hacer acá otra confesión: creo que es una novela que está entre mis, por lo menos, cincuenta preferidas del universo. La forma en que pone a prueba el positivismo y los discursos científicos, desde la ficción narrativa, genera el efecto de estar frente a la creación de un nuevo mundo. El mundo de los anticientíficos (estoy a punto de iniciar una sociedad secreta anticientífica con los Biblionautas). La historia, que es una historia de búsqueda y de amor, es totalmente contraria a las historias de los jovencitos que crecen, se enamoran, y se quedan con el chico lindo y brilloso del cuento. No, acá, el protagonista, a pesar de estar profundamente enamorado, transita otros parajes y toma decisiones extremas.

Después del club salamandresco, me enamoré, y me puse a buscar toda la obra del autor. Y acá va mi queja: NO ENTIENDO POR QUÉ LAS EDITORIALES NO LO PROMOCIONAN COMO LO MERECE. Súper difícil conseguirlo en Monterrey. Pero, más allá de las quejas, finalmente llegué a la obra que me ha hecho quitarme todos los sombreros ante el autor: la saga de Mundo Umbrío (el primer libro, Las dos muertes de Lina Posada, lo conseguí cuando ya no lo buscaba, en la librería Porrúa de San Agustín; el segundo, La traición de Lina Posada, lo pedí a la librería amarillita y tardó siglos en llegar). Lo más increíble de esta saga que, por su propuesta lingüística y estructural supera a las tan publicitadas y traducidas sagas de moda, es su capacidad para crear mundos alternativos al nuestro, con una dimensionalidad totalmente cuidada. Su trabajo, valga la frase común, es el de un relojero que une todas las piezas con esmero, dedicación y asombro, porque es evidente que el mundo umbrío lo ha seducido y su magia se transmite a los lectores desde la mirada del autor.

Pero no sólo nos seduce el minucioso cuidado con que está creado el universo umbrío, sino la fluidez de su narrativa y su sentido del humor. El personaje de la madre de Lina es un carácter tan tan tan íntimamente humano que, en medio de las situaciones más trágicas, donde debiera de surgirnos una lágrima, nos hace reír. O los gemelos Moth y Puck con su pasión exacerbada por la parafernalia vampírica humana. Son adorables.

Entre los autores que he leído recientemente, son pocos los que han podido crear y recrear conflictos en mundos totalmente nuevos, desde la profundización de la naturaleza humana y las múltiples posibilidades de interacción entre los personajes. En este sentido, el autor alude a lo más humano de ellos para detonar un sinfín de posibles reflexiones.

Y como cereza en el pastel, por si fuera poco, Jaime Alfonso Sandoval es un ser humano extraordinario. Amable como pocos, atento, entusiasta, creativo y, sobre todo, tiene una facultad extraordinaria para escuchar y comprender a los otros (y conste que esto no lo digo con la intención de que me revele, antes que a nadie, cuál será la decisión de Lina). Así es que corran a las librerías, busquen sus novelas, y déjense seducir por la pluma de Jaime Alfonso Sandoval.

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