De lo cotidiano

Bitácora de Dalina Flores

Ecos de la infancia y el poder sanador de las palabras

Parece que las dos frases del título no tienen relación entre sí. Y lo más seguro es que no, pero sí en mi cabeza. La infancia es una etapa que se queda como un eco impreciso pero constante en la memoria. Sus sonidos difusos van construyendo las paredes de nuestra personalidad aunque no sea de una forma consciente. Como dije en una entrada anterior, la lectura de Exiliados, última novela de Raquel Castro, me transportó, en un poderoso viaje, a mi vida en la primaria. En cada uno de los personajes pude reconocer perfiles y emociones de los chicos con los que crecí. De ahí el eco de mis propias experiencias infantiles tejido entre las páginas de la novela.

Por otra parte, es tan divertida y peculiar la forma en que la autora nos llama a reflexionar sobre la lengua y sus funciones, desde la oralidad hasta la escritura, ya que, a través de ese proceso, entendemos que las diferentes formas de comunicarnos son las que edifican lo que somos y lo que de nosotros construimos.

La trama está compuesta de diferentes tipos discursivos pertenecientes a los protagonistas/narradores y eso le da una solvencia estructural que nos lleva a involucrarnos directamente en la trama. La mirada del lector funciona como el enlace entre estos tipos textuales y, a la vez, nos conduce a experimentar el voyerismo en todo su esplendor, al poder fisgonear entre las líneas del diario de Mariana o en la bitácora virtual de César, el extranjero cuya timidez no le permite acercarse a los otros, así como en los simpatiquísimos y escandalosos comentarios de los lectores del blog, o la correspondencia entre César y Manolo, el hermano que se quedó en España.

El mayor atractivo de la novela, que hasta cierto punto podría resultar pedagógica, más allá de los valores y virtudes que revelan algunos de sus personajes, está en las continuas reflexiones metalingüísticas que hacen los protagonistas, precisamente al contrastar dos dialectos particulares, el de Valencia y el de la ciudad de México; además de sus intervenciones sobre corrección ortográfica, incluso dentro de la virtualidad, no sólo en cuanto al uso de ciertas grafías, sino también respecto a la pertinencia de poner o quitar información.

Particularmente, me parece muy divertida y eficaz la estrategia para incluir nociones de gramática que van desde la acentuación hasta los tiempos verbales, así como otros elementos de la pragmalingüística.

Exiliados es una novela polifónica amenísima que nos permite, como lectores, acompañar a los protagonistas cuando se enfrentan a sus vicisitudes; pero este acompañamiento no sólo se queda en el nivel de caminar junto a ellos, sino de hacerle compañía a sus respectivas soledades. La estructura de la trama nos acerca emocionalmente a Mariana y César, adolescentes que atraviesan circunstancias tan especiales que nos son comunes a todos quienes hemos transitado por esa vertiginosa y enmarañada etapa.

El narrador omnisciente presenta las circunstancias particulares que terminan por vincular a Mariana con César, pero también sabemos quiénes son ellos y los demás personajes, a través de sus propias voces y de las voces en discurso directo de otros personajes; desde sus conversaciones y de los comentarios que cuelgan en cada entrada del blog Cabeza de balón (cuya autoría descubrimos a lo largo de la historia), y que teje una de las líneas isotópicas más entretenidas: el futbol.

Sin embargo, la estructura juguetona y polifónica, así como la actualidad de sus discursos, no limitan la novela sólo a la diversión, al contrario; los personajes atraviesan una serie de situaciones que los lleva a sentirse exiliados de todos lados, hasta de sí mismos, en gran medida, lo sabemos, por la perversa intervención de una personaja que, sinceramente, me dieron ganas de matar, pues la maquiavélica Mandra es una cínica y engreída criatura (espejo de su madre) cuyo nivel de maldad es tan destructivo que ni ella puede tolerarse.

El mayor acierto, desde la propuesta literaria, me parece que es el poder tan amplio que la autora le concede a la palabra. En todos los sentidos, desde la reflexión metalingüística, hasta las charlas con las que cada uno de los protagonistas se despoja de un sinfín de prejuicios, nos vamos dando cuenta de que la palabra nos conecta, nos alivia, nos permite reconocernos en el otro.

No sé si la intención de la autora era escribir una novela que sirviera como guía académica, ética y moral para los lectores de once años; sin embargo, a pesar de que podemos reconocer esas ‘ventajas’ (en un mundo editorial que le apuesta a la enseñanza de valores a través de la literatura), lo que predomina en el texto es la extraordinaria calidad con la que están tejidas las historias de los personajes, sus circunstancias y la nitidez de sus configuraciones, pues más allá de su aparente didactismo, la ficción nos transporta a nuestras respectivas infancias, desde donde podemos reencontrarnos, acompañar y charlar con el niño que fuimos.

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