De lo cotidiano

Bitácora de Dalina Flores

La Cosa Monstra en Regiolandia o la voluntariosidad de la lluvia

Mi historia con este grupo de terrock para chavitos, y para no tan chavitos, de hecho: para todo el mundo, se remonta a hace dos años, cuando conocí, afortunadamente, a Antonio Malpica. Bueno, la verdad es que la fortuna nada tuvo que ver. Hacía un buen rato que en Biblionautas le seguíamos la pista a su extraordinaria obra narrativa y, en esa época, yo quería que mis alumnos tuvieran experiencias significativas en su formación como escritores, críticos y docentes de literatura y, por eso, invitábamos –y seguimos invitando, sólo que con más calmita- a autores preponderantes cuya presencia enriqueciera sus estudios y destrezas. Entonces, como era obvio, invitamos a Toño, con el apoyo de la Facultad de Filosofía y Letras de la UANL, a que impartiera un taller de creación literaria para narradores de LIJ.

El taller fue, en efecto, fundamental para comprender algunas de sus infalibles estrategias narrativas. En otra ocasión abundaré al respecto; lo que no quiero pasar por alto es la gran generosidad del autor. Y cuando digo gran no es una muletilla con intenciones eufónicas o un adverbio vacío. Verdaderamente nos sorprendió su enorme capacidad para compartir sus secretos creativos.

Más allá de todo lo que vivimos con Toño, quien además de autor imprescindible es un ser humano excepcional, nos dejó un ejemplar del libro-disco Panteonando con La Cosa Monstra. Juro solemnemente que quedé impactada. Su forma de tocar el piano es tan magistral como mágica. Tiene la peculiaridad de que cada nota se siente en el estómago y en el corazón. Pero, además, es una propuesta musical donde la fusión de estilos permite al oído familiarizarse con diferentes corrientes que se armonizan a través de un discurso muy divertido. Es decir, detrás del ensamble musical, o a partir de él, o como resultado, se cruzan líneas narrativas que nos permiten entrar a historias divertidísimas, como el mundo cibernético del hombre lobo en Coyoacán -a través de sus actualizaciones en Facebook, o de las tremendas travesuras de Juanita la canija, pero sobre todo, de conocer a los personajes y subirnos a su universo narrativo. Entendemos cómo  y por qué los integrantes de la banda son malhechores muertos que están confinados a dar conciertos hasta el fin de la eternidad, conducidos y cuidados por la amorosa Nana Morton.

En cuanto terminé de escuchar todas las canciones y de leer las historias, algo como una pelusa cosquilleante se metió en mi cabeza sembrándome una ansiedad por escucharlos en vivo. Traté de coincidir con alguna de sus funciones en Chilangolandia pero, como todos los miembros del grupo tienen otras mil ocupaciones (el bajo es el otro maravilloso Malpica, Javier, también escritor –dramaturgo; la batería la toca Óscar Pellicer, y una de las voces es de Roberto Cravioto. La voz principal, según yo, la lleva la súper Nana Morton, Marcela García del Moral) y casi no tienen funciones en vivo, me fue imposible. Si yo tuviera la mitad del talento que tienen, me dedicaría en cuerpo y alma a dar conciertos para complacer a los fans.

Finalmente, los dioses escucharon mis plegarias y programaron un concierto en Monterrey, exactamente el 10 de agosto del año pasado. Y todos moríamos de expectación y alegría, cuando se dejó caer un chubasco que arrastró con su fuerza hasta a los animalillos del jurásico. Y cancelaron la función porque era al aire libre. Aunque parezca una tontería, fue una de las noticias más decepcionantes de mi vida. Realmente, creo que mi tristeza sólo podría entenderla alguien que ha esperado con todo el corazón que algo suceda y que, cuando el momento se acerca, todo se diluye enfrente de su nariz. Así fue. Y estaba tan enojada que guardé el disco y me dije que no volvería a escucharlo. Nunca.

Hace unas semanas, Antonio Malpica me dijo que otra vez los habían programado en el festival de música para niños. Me alegré, pero no tanto, pues no quería hacerme falsas ilusiones. Y así, como quien no quiere la cosa, la pelusa traviesa que me daba comezón volvió a aparecerse en mi cabeza. Pero no quise buscar el disco. Escuché y vi mil veces el video de El hombre lobo en Coyoacán hasta que me aprendí la canción.

El día esperado llegó, justo un año después: el mismísimo 10 de agosto. Y, aunque la lluvia, otra vez, era amenazante, ahora sí tomaron más precauciones. Luna, Sergio y yo llegamos muy temprano al concierto, sobre todo porque supimos que se realizaría en un lugar techado, pero muy pequeño. Valió la pena toda esa espera. No me di cuenta cómo, pero desde el principio ya cantábamos con el grupo: somos la ban ban ban ban banda del terrock, tocamos jazz jazz jazz jahasta que salga el sol.

La propuesta musical realmente es deliciosa; una mezcla de estilos y registros, desde lo más tétrico y solemne, hasta lo más guapachoso, rítmico y emotivo. La nana Morton tiene una poderosísima voz que nos mueve desde lo más profundo de nosotros mismos y no es posible resistirnos a cantar con ella; escucharla en vivo es maravilloso. Y los arreglos son interesantes y juguetones; están a cargo de Antonio Malpica, pues, de acuerdo con los créditos, él es el autor de la música, y Javier el de las letras. Es necesario, también, hacer un pequeño apunte: las historias que cuentan en sus letras son muy divertidas, lúdicas, irreverentes, pero no falta algún espectador mojigato que piense que se irá a los infiernos por escucharlos y se autocensure. Es una pena que renuncien a una experiencia musical tan rica. Y es una pena, también, para quienes se perdieron de esta tocada, acá en Monterrey, donde casi nunca pasa nada (interesante).

Cuando algo me gusta tanto, me da una ansiedad loca por compartirlo para que más gente pueda disfrutarlo… es como la analogía que siempre hago respecto a la promoción de la literatura: si ya encontramos el secreto de la vida eterna, para qué lo acaparamos con exclusividad, si ello nos llevaría a quedarnos solos. Igual, no veo por qué no promover para todo el mundo la búsqueda de la belleza, el gozo, el juego. Todo eso lo tiene La Cosa Monstra. Y sería muy lindo que el resto de los mortales, también, lo disfrutara. Estén pendientes cuando toquen en su ciudad, o bien, corran por el libro-disco editado por SM, para que se vayan aprendiendo las rolas y cuando tengan la oportunidad de cantar con ellos, las sepan al derecho y al revés.

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