De lo cotidiano

Bitácora de Dalina Flores

Los diez del patíbulo

“Quiero que la literatura sea una cabal explicitación, y, por mi parte, no distingo entre mi vida y mis letras. 

¿No dijo Goethe: Todas mis obras son fragmentos de una confesión general?”

Alfonso Reyes

 

 

Pedirle a alguien que elija sus diez libros preferidos es una indiscreción o una blasfemia que debe ser pagada, mínimo, con la excomunión. Aceptar que existen esos susodichos libros es, también, como aceptar que sólo se han leído veinte. En el mejor de los casos, es como pretender que una madre de cinco chilpayates declare en público quién de ellos es su predilecto. Terrible tarea. Se supone que, tal como “somos lo que comemos”, así “somos lo que leemos”; cada quien está hecho de una materia intangible fabricada de sus lecturas, ¡pobres aquellos etéreos que sólo se alimentan de la superación personal!. Sin embargo, elegir del vasto universo de la gastronomía intelectual y artística es una disyuntiva que aquí bien podría denominarse decayuntiva: sólo diez deben ser elegidos para “representarme”, cuando vida y Literatura son la misma cosa. Terrible tarea. Así como Alfonso Reyes no distingue entre su vida y sus letras, me es imposible escindir mi vida de mis letras, que son, principalmente, mis lecturas.

En esta ocasión, no obstante, pecaré de soberbia y, como demiurgo, levantaré un flamígero índice que señale: tú, tú y tú son los elegidos, no sin aclarar que lo hago únicamente a solicitud de algunos compañeros de música, y que la lista, indudablemente, no incluye a todos los que deberían estar.

Sé, además, que debo revelar fuentes que evidencien mi “respetable carrera en el mundo de las letras”. Terrible tarea. He de desilusionar a quien espere una docta lista de sapiencia destilada de títulos que demuestren que soy, como lo diría el gran filósofo H.J. Simpson, una “eructita”. Debo confesar que estuve tentada a enlistar obras de gran trascendencia en la historia literaria, avaladas por la crítica más exigente: Las soledades, de Góngora, el Primero sueño, de Sor Juana y Las metamorfosis de Ovidio ya se apresuraban a encabezar esta terrible tarea. Sin embargo, como ejercicio de honestidad, he decidido compartir aquellas lecturas, algunas veces sumamente ingenuas, que determinaron el rumbo de mi vida, por diversas razones. Y así, la terrible tarea comienza:

1) Don Quijote de la Mancha. Es ‘la’ novela. Esa es la razón más evidente y sencilla. La riqueza y multiplicidad de su prosa satisface al más exigente, y sus “puntadas”, sobre todo el manejo de la ironía, son capaces de hacer perder la compostura al más bragado. Te ríes y te diviertes aunque lo tuyo sea la amargura. Finalmente, justificar la elección de un texto minimiza su genialidad y la elección de Don Quijote no necesita explicaciones.

2) La tumba. Cuando no eres un genio, tienes 12 años, estás en primero de secundaria en una escuela de monjas y te dicen que la literatura es sublime y por ello tienes que leer La Iliada y elCantar del Mío Cid, las novelas de José Agustín se convierten en un Oasis. Te muestran que a la Literatura no se llega con pipa y guantes. La literatura es la vida. Debo a La tumba mi gusto por leer y mi vocación.

3) Cuentos completos II (sic[1]) de Cortázar; como debía elegir libros, me era imposible señalar cuál es mi preferido del Cortázar cuentista: Último round, Final del juego, Historias de cronopios y de Famas, Un tal Lucas… A última hora recordé que Alfaguara recopiló todos sus cuentos en dos tomos, así es que me sigo ajustando al presupuesto: es sólo un libro, gordo, muy gordo. Amo a Cortázar; es un maestro de la narración corta, ¿qué más se puede decir si abres el libro y encuentras “Continuidad de los parques”?

4) Romancero gitano. La poesía dejó de ser declamación en mi vida cuando descubrí a García Lorca. Palabras incendiadas, evocación, espíritu popular. La poesía, como dice Paz, nos revela lo que somos y nos invita a serlo. García Lorca me enseñó que la luna no es de queso, es de plata.

5) Ensayo sobre la ceguera. La narración de Saramago es un vaivén plagado de imágenes y de inteligencia. Él me llevó a darme cuenta de que la Literatura no sólo está hecha de palabras; que la estructura no basta, que la estética no se construye artificialmente. La Literatura es una caricia que requiere de paciencia.

6) La literatura como exploración. Un poco de teoría no hace daño (solo un poco). Louise Rosenblatt expone argumentos revolucionarios (en el 39) y contundentes para acercarse a las letras sin impostaciones. La Literatura no se lee, se vive vicariamente y quien pretende vivir de ello debe ser consciente de la magnitud de su responsabilidad: ser un agente de promoción literaria te convierte en, por lo menos, treinta personas a la vez.

7) Los cuadernos de don Rigoberto. Maestro de múltiples técnicas narrativas, Vargas Llosa me demostró que es posible escindir las inclinaciones ideológicas y políticas de la Literatura. El buen Fonchito y su madrastra, vistos desde diversas perspectivas, me hicieron perdonar los necios propósitos políticos de quien luego de postularse a la presidencia de su país y ser derrotado en los comicios, se nacionalizó como ciudadano de otro.

8) Los Pardaillán. Novela histórica por entregas que no ha merecido el debido reconocimiento de la crítica literaria pues su autor se excede en ficción o carece de rigor científico. Sin embargo, a los doce años, fue la primera novela, de nueve tomos, que leí durante días y noches enteras sin parar. Además me conectó entrañablemente con mi padre, pues, desde entonces, entablamos una conversación que aún no finaliza. Miguel Zévaco sembró mi pasión por la historia y por la ficción literaria a tal punto que no concibo Literatura sin historia ni viceversa.

9) El orgasmógrafo. Cuando has perdido la fe en el hombre y crees que la estética se relativiza y que el arte puede ser ya cualquier cosa, cuando todo indica que has abandonado en un cajón la capacidad para sorprenderte, Enrique Serna te recuerda, con estos cuentos ágiles, sin falsas pretensiones, que el hombre sigue siendo producto de su tiempo y que el arte no se agota. Está ahí para recordarnos quiénes somos y, parafraseando a Carlos Montemayor, quiénes queremos seguir siendo.

10) El título que debe ir aquí lo he cambiado, por lo menos, veinte veces. Originalmente pensé en Cuando quiero llorar no lloro, pero el maestro Genaro, a quien debo su lectura, puede decir que soy una copiona; Otero Silva juega con tantos elementos estructurales que la innovación en el manejo de la técnica podría llevarnos a pensar que el contenido no importa; nada más alejado de la realidad. Es precisamente el grado de compromiso social de la novela lo que nos hace creer en la tesis de Sastre: el prosista debe escribir como valiente y ostentar un compromiso con la sociedad que lo gestó. Después pensé en El otoño del patriarca, novela en la que García Márquez demuestra que realmente es un gran narrador y no sólo un gran contador de historias. Pero, ¿cómo no incluir, si de compromisos sociales hablamos, El libro de Manuel?, último libro de Cortázar en el que concatena su esencia: denuncia y crítica social en medio de una técnica innovadora, lúdica, multidiscursiva. ¿Cómo decidirse por uno de ellos?

En fin… una vez terminada esta confesión, que acabó siendo toda una herejía, no queda más que persignarse, hacer una penitencia, rezar dos madres Marías, flagelarse y pedir la absolución.

Terrible tarea.

[1] Nunca he entendido por qué a este tipo de compilaciones le ponen estos títulos, ¿o harán recopilaciones de todos los cuentos pero incompletos?

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