De lo cotidiano

Bitácora de Dalina Flores

La ceguera voluntaria de los avestruces

En noviembre del año pasado (¿o fue diciembre?) estuve en la defensa de tesis del ahora doctor José Juan Zárate quien sostiene que la literatura policíaca norteña implica una transfiguración del género clásico, pues en ella se enfatiza el espacio, pero también se reconfigura el cronotopo en toda su dimensión, ya que los autores norteños privilegian la construcción de los personajes y sus atmósferas sobre la anécdota, y se establecen vínculos hiperrealistas con los contextos sociohistóricos que los inspiran.

El trabajo de investigación de Zárate tiene muchos méritos, entre los que destacan dos aspectos importantes: el sólido recuento del corpus del género policiaco producido en México de 1790 hasta el 2010; y el modelo de análisis propuesto desde el enfoque de la Estética de la recepción.

Estar en contacto con su arduo trabajo de investigación coincidió con la suerte de conocer en la pasada Feria Internacional del libro de Monterrey al escritor español, avecindado en Sonora, Imanol Caneyada. Fue una de esas casualidades afortunadísimas que definen los destinos. Había terminado de leer la tesis en que la se nombraba a Caneyada como uno de los autores más influyentes en el género policial norteño, cuando vi su nombre en la programación de la feria. Me entusiasmó la idea de asistir a la presentación de su libro, Las paredes desnudas, pero su evento coincidía con otro en el que yo también participaba, así es que tendría que esperar otra oportunidad. Sin embargo, cuando el destino tiene orquestado su plan, no hay programaciones culturales que se atraviesen: resulta que Imanol es amigo de uno de los escritores con los que estuve en mi evento, así es que habían quedado de verse al terminar sus respectivas presentaciones y ahí lo conocí.

Tuve la oportunidad entonces de platicar con él y de inmediato me fascinó la forma en que elabora su discurso y sus posturas frente a los temas que muchos autores rehúyen, así es que me di a la tarea de intentar conseguir su obra. Claro que (y acá va la consabida queja que quisiera dejar de hace algún día:) no fue fácil conseguirla. Después de pasar todo un fin de semana a su acecho, por fin, en la tienda del buhíto pude conseguir solamente un ejemplar de Espectáculo para avestruces. En cuanto regresé a mi casa empecé su lectura y no pude dejarla un solo momento. Bueno, sí: tenía que comer, dar clases y esas cosas que uno hace, pero a la menor provocación me ponía a leer otra vez, y es que la propuesta de la novela es extrema: desconcertante y encantadora al mismo tiempo: me sedujo tan violentamente que aún no acabo de reponerme. Los personajes son intensísimos y la construcción ficcional provoca una lectura vertiginosa. Al principio es algo compleja, pues detrás del cinismo de los personajes hay una denuncia muy fuerte y un cuestionamiento de la naturaleza humana sin prejuicios ni pretensiones moralizantes.

La historia plantea una etapa crucial en la vida de RQ, personaje del que sólo conocemos sus iniciales, y la manera en que se involucra con La Muñeca y con Sofía, la puta de los ojos grises, en una problemática muy actual: el derecho de piso de las mafias que explotan la vida nocturna de una ciudad norteña. Los tres personajes son decadentes y sombríos, pero tienen relaciones intensas y solidarias; es decir: son sórdidos, pero muy humanos. Sus conflictos internos son tan complejos y viscerales que generan el rechazo del lector, pero también una gran ternura y solidaridad. El protagonista es un profesor universitario que, además de impartir cátedra, se desempeña como sicario; dentro de la lógica simple y natural, podríamos darnos cuenta de que son caracteres incompatibles, sin embargo, esa complejidad construye un perfil de antihéroe con rasgos muy nobles, aunque también es un desalmado y soberbio asesino.

Si bien la novela pertenece al género negro, asociado con lo policíaco, lo que predomina es la intriga en torno al crimen: no hay un detective en la trama; el planteamiento del enigma es la pesquisa en la que se involucran los propios personajes para saber quién trata de asesinarlos. Eso lleva al lector a acompañarlos en el viaje de su vida cotidiana donde percibimos, por la pluma de Caneyada, la descomposición social como el escenario donde podemos atestiguar las lealtades y las traiciones más absurdas.

Un elemento que llama la atención a la moral burguesa (que impera en la mayoría de los lectores en nuestro país) es la forma en que el autor confronta nuestros prejuicios y tabúes, y nos pone a prueba cuando conocemos la cruel condición de las emociones más profundas de los personajes, y de lo que pueden llegar a hacer para estar a salvo. En medio de esta exposición de ‘valores’ y ‘antivalores’, la mirada del autor se posa en situaciones que preferiríamos no ver. En este sentido, la descomposición social que impera en algunos espacios de nuestro país, no es sino la presentación de una realidad que duele pero que preferimos no ver e intentamos, como los avestruces, esconder la cabeza bajo la tierra, para tratar de desaparecer esa realidad.

Respecto al título, tuvimos la oportunidad, Rafa Reyes y yo, de compartir en nuestro programa de radio (todos los lunes a las 2:30, por Frecuencia Tec) las impresiones que tuvimos sobre el título de la novela: Espectáculo para avestruces, y fue muy interesante cómo lo percibimos de dos maneras muy distintas: él dice que el autor nos lleva a meter la cabeza en un mundo subterráneo y nos presenta el espectáculo de la vida que ahí se desarrolla; yo, en cambio, creo que en el título hay una especie de denuncia y acusación: los lectores somos los avestruces que escondemos la cabeza frente a una realidad que no queremos ver, como si así pudiéramos seguir viviendo sin angustias. Lo cierto es que sólo cada lector podrá encontrar el sentido de la trama y su relación con el título, de acuerdo con su experiencia de lectura.

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