De lo cotidiano

Bitácora de Dalina Flores

Jeloooouuuu, míster Pi (o de cómo he regresado con un viejo amor)

Hace años que no paso una tarde tan divertida, estimulada, feliz. En toda la extensión de las palabras. Resulta que desde que el 2010 nos cortó las alas nocturnas con su violencia, dejamos de ir periódicamente al teatro. Antes de entonces, éramos clientes frecuentes del teatro experimental. No sólo como espectadores, también hacíamos teatro con toda la locura que ello implica. Pero después, el centro de Monterrey secuestrado, las urgencias cotidianas y el enfoque en la vida académica terminó por hacerme abandonar ese universo vital.

            En cinco años, sin embargo, he asistido a unas cuantas propuestas teatrales, (escolares y profesionales), en Guadalajara, Monterrey y Ciudad de México, que me han gustado mucho y, aunque dejé de ser una asidua asistente, he tratado de recuperarme en ese sentido. Claro que ahora, por obvias razones, he tenido que presenciar más espectáculos musicales pero, poco a poco, veo que empezamos a recuperar nuestros espacios. Y eso me encanta porque por fin hoy, después de mucho tiempo, volvimos al teatro Sergio, Luna y yo. Como antes.

            Y una de las mayores causas de mi alegría profundísima es que Luna se divirtió con una obra para adultos tanto como yo (intentaba divertirme) con las que veíamos cuando ella era pequeña. Nos reímos, nos asustamos, nos vimos reflejadas en los personajes y sus circunstancias y salimos contentísimas para comentarlo. Esos espacios para el diálogo íntimo con quienes amas es lo mejor que deja la experiencia artística. Luego de ver Gudbai mister president, toda la familia quedó satisfecha y, quizás no lo sepa todo el mundo, pero no hay entre el público teatral nadie más exigente y poco complaciente que mi mareado. Durante algunos años él se encargó de las producciones de nuestros montajes y eso lo llevó a ser totalmente perfeccionista, por lo que, a pesar de que un texto sea impecable, siempre encuentra ‘detalles’ que no terminan de convencerlo. Bueno, él también amó la función.

            Pero además de ese efecto amoroso que nos ha reconciliado con el teatro, nos hemos divertido de una manera genuina y explosiva, a partir de una propuesta escénica fresca, llena de voces, donde los cuatro actores (Aglaé Lingow, Lizeth García, Adrián García y Jandro Chapa) dominan los registros y matices no sólo de los personajes, complejos y juguetones, sino también de la acción dramática, de los juegos de tensiones que los llevan a una propuesta de ruptura con la tradición muy elocuente y eficaz.

            Gudbai mister president, escrita y dirigida también por Jandro Chapa, es una propuesta escénica que se sostiene por el juego, pero no como un juego trivial e intrascendente, sino como una condición fundamental de su estructura, su tema y su trama, donde se imbrican tres planos ficcionales que terminan por involucrar en uno de ellos al público. La obra parte de un juego de espejos donde los personajes son actores que ensayan una obra acerca de cuatro actores que representan (viven) personajes inspirados en otros textos dramáticos (las referencias a Hamlet, Macbeth y Edipo son las más evidentes) y que, como en una caja china, terminan unos universos inmersos en otros.

            Lo primero que salta a la vista es la capacidad actoral tan dinámica y exquisita. Mientras los personajes son los actores (que no son los actores de la vida real, pero comparten con ellos sus nombres) vemos a personas reales tratando de iniciar un ensayo. O sea, la ficción llevada al extremo de ser la realidad (no representarla) y caemos en la tentación de pensar que se trata de un ejercicio de improvisaciones. Sin embargo, la naturalidad es tan precisa que resulta sospechosa la idea, y vemos una escena tan genuina que no se le ven los trazos: la vida, simplemente, sucede. Y el contrapunto es muy intenso cuando de pronto vemos coreografías, también muy precisas, pero trabajadas de manera en que asistimos al momento en que surge el personaje (de la ficción dentro de la ficción).

            Los recursos escénicos, por otra parte, son mínimos, pero muy efectivos: una tabla de lotería es el marco dentro del que los personajes (multiplicados en todas sus dimensiones) tratan de explicarse qué es la amistad y, en medio de estas inquietudes en apariencia existenciales y, hasta cierto punto juveniles, asistimos a un cuestionamiento profundo de la naturaleza humana y de las tragedias sociales en que nos ha dejado el sistema (de la vida real). Sin embargo, los diálogos genuinos, sin impostaciones, juguetones, cercanos, nos llevan de la risa al llanto sin darnos cuenta de cómo la experiencia teatral nos (con)mueve.

            Independientemente de que el texto es metaficcional (la ficción mostrando, en apariencia, sus costuras), el origen de la historia parece colectivo y refleja un acoplamiento muy interesante, donde los actores realizan también otras tareas de producción, que por cierto, estuvo a cargo de Salma Guzmán.

            No quisiera vender trama de forma gratuita pues sé que entre menos sepan de la obra, más será el placer estético que experimentarán al asistir a la función. Sólo quisiera agregar que Salma llegó a mi vida hace casi dos años, cuando nos encontramos en las aulas del posgrado de Filosofía y Letras. Entonces, nunca creí que esa chica de sonrisa seductora, que me miraba siempre con camaradería curiosa (o quizás inquisitiva) y que se ha convertido en una cómplice indispensable de otras aventuras, me daría un espacio para volver a sentir esa chispa que me movió cuando aún era adolescente para acercarme al teatro.

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