De lo cotidiano

Bitácora de Dalina Flores

Botella al mar para los teóricos, críticos y promotores de la literatura

Hace unos días me invitaron a charlar sobre la llamada literatura infantil y juvenil, en un coloquio de humanidades organizado por una universidad pública del centro del país, y lo primero que me llamó la atención es que la mayoría de los asistentes, con los que se estableció un diálogo muy enriquecedor, tenían (quizás aún tienen, espero que no) la idea de que la ‘literatura juvenil’ es la que está asociada con el género Young adult de libros comerciales, y que impulsa la industria editorial, sobre todo a través de novelas escritas para ‘chavas’.

Si bien es cierto que en México el mayor número de librerías se ha sumado a la tendencia de promover este tipo de obras (comerciales, de fácil lectura y digestión, moralizantes [o didácticas –en el mejor de los casos]), no podemos soslayar que también en nuestro país se está generando un corpus de textos literarios asociados con lo infantil y juvenil, de gran calidad, que no tiene nada que ver con el consumismo superficial de las modas que se imponen a través de los medios masivos.

Por una parte, encontramos el boom editorial de las ‘sagas’ o firmas de moda que no necesitan más promoción de la que ya arrastran a nivel internacional. Es comprensible, entonces, que las editoriales le apuesten al mayor beneficio con el menor esfuerzo, pues son un negocio. Sin embargo, a la industria editorial le correspondería estar asociada con la cultura escrita como paradigma de la difusión de la cultura, el conocimiento y otros bienes culturales por lo que su ‘misión’ no debería ser sólo la de vender libros. Las editoriales y librerías podrían involucrarse, como cualquier otra empresa cultural y educativa, también en la selección, producción y difusión de obras literarias, lúdicas, confrontativas y estéticas que brinden al lector una experiencia compleja, y lo sacudan de la inercia que promueven los medios masivos al ofrecer productos ya digeridos sólo para la reproducción irracional.

Asimismo, me parece un riesgo enorme que la literatura llamada juvenil se etiquete bajo un adjetivo totalizador que lleva implícita una visión excluyente, y peyorativa incluso, por parte de los académicos y críticos literarios. En México, son pocos los investigadores que se han planteado el abordaje de este tipo de obras y procesos pues, de antemano, la mayoría las repudia a priori por considerar que toda la ‘literatura juvenil’ tiene que ver con esas lecturas de moda que suelen ser intrascendentes.

Lo que propuse entonces, y que ahora retomo, es que hay muchas formas de producir y reproducir literatura, sin embargo, las propuestas más enriquecedoras parten de la experimentación con recursos lingüísticos, lúdicos, estéticos cuya complejidad obliga al lector a ser un co-constructor del sentido, de tal manera que la experiencia lecto-literaria se permea por todas sus pieles. De una forma peculiar y afortunada, México es un semillero de escritores que han dirigido su obra al público joven desde una propuesta de ficcionalización compleja que, más allá de las edades receptoras, deja una huella objetiva y subjetiva en las competencias lectoras de cualquier persona, independientemente de su edad.

Podríamos establecer que la ‘literatura juvenil’ se diferencia de la ‘Otra’ literatura (la del canon, con mayúsculas, y a la que nos han pedido que nos acerquemos con frac, pipa y guantes) por cuestiones que no son tan significativas a nivel conceptual; es decir, podemos reconocer que algunos rasgos comunes de la literatura juvenil son la priorización del personaje joven en un proceso de aprendizaje que lo lleva a madurar, y un lenguaje aparentemente accesible para competencias léxicas intermedias; también es cierto que estos dos aspectos no son privativos de estas propuesta. Pienso, por ejemplo, en La tregua, de Benedetti y, a pesar de que el protagonista es un adulto mayor, también se enfrenta a un proceso de aprendizaje en el que habrá de madurar, y donde el autor uruguayo emplea un léxico directo y una estructura sin complicaciones.

Respecto a la estructura, como estrategia de composición artística, tenemos grandes novelas del canon occidental que son lineales y mesuradas en la ordenación de los tiempos y espacios, con una unidad aristotélica perfecta, que no propone al lector ningún tipo de complicación en este sentido y, por otra parte, tenemos novelas consideradas ‘juveniles’, como Frecuencia Júpiter, donde Martha Rivapalacio exige complicidades complejas para su decodificación. Con estos ejemplos quisiera ilustrar la idea de que algunas obras de la literatura aparentemente escrita para jóvenes, producida en México, poseen una calidad literaria indiscutible, y por lo mismo, no pueden ser tasadas con el mismo rasero que evalúa los fenómenos mediáticos cuyo objetivo es vender libros, más que propiciar la experiencia lecto-literaria integral.

Considero que son muy valiosos los esfuerzos que vienen realizando la Universidad Iberoamericana, desde hace más de diez años, y la UNAM, de manera más reciente, con sus diplomados, congresos y Jornadas académicas que buscan poner sobre la mesa esta discusión para su análisis y comprensión del fenómeno, sin embargo, es necesario que la mirada crítica de los académicos e investigadores del resto del país se involucre en este proceso para coadyuvar en la generación de alternativas para la enseñanza integral de la literatura. Veo con pesadumbre que incluso maestros involucrados en la enseñanza formal de la literatura, en educación media, media superior y superior, desconozcan las propuestas de estos textos literarios y sigan abonando al discurso que obliga a los jóvenes lectores a odiar las letras.

No me refiero a que se deban leer ciertos autores como un dogma; creo que hay propuestas literarias valiosísimas que merecen más que una mirada de la crítica literaria formal, y que hay autores mexicanos contemporáneos que mantienen una calidad incuestionable en sus textos artísticos; sin embargo, una crítica asertiva y formal podrá ir orientando a los lectores y a los mismos autores hacia lecturas (y obras) cada vez más concienzudas, dinámicas y gozosas.

Creo que la incipiente crítica literaria, en algunos casos, que ha realizado acercamientos académicos o de promotoría cultural a este fenómeno, a veces se ha dejado llevar por un impresionismo cariñoso con el que pondera toda la obra de ciertos autores porque, en efecto, tienen obras maestras, pero que no siempre aportan el mismo nivel a otras creaciones. Y me parece que es válido hacer estos señalamientos. Incluso, cuando abordamos a otros autores canonizados, como Vargas Llosa, algunos lectores nos atrevemos a señalar que, a pesar de la magnitud y calidad de sus novelas iniciales, que no pondremos en duda, en los últimos tiempos (sostengo que desde Travesuras de la niña mala) sus novelas han dejado mucho que desear. Asimismo, sería interesante que pudiéramos valorar las propuestas literarias de una manera más genuina, sin caer en las cuotas de ‘cariño’ o espaldarazos por compromiso, para dar crédito al oficio literario de autores no canonizados aún por la crítica formal.

Me gustaría invitar a los lectores a que se acerquen a estos autores y los lean, los gocen, los critiquen, les hagan un club de fans, los confronten, y los obliguen a producir textos desafiantes, provocativos y gozosos. Acerquémonos a los autores mexicanos contemporáneos que son inteligentes y sensibles, cuyas plumas revelan un oficio riguroso a prueba de cualquier requerimiento lector. No quisiera dejar a nadie fuera de esta pequeña lista, pero creo que deberíamos echarle una mirada a la obra completa de Antonio Malpica, Jaime Alfonso Sandoval, María Baranda, Martha Rivapalacio, Raquel Castro, Javier Malpica, Ana Romero, Juan Carlos Quezadas, Antonio Ramos, Ricardo Chávez Castañeda que han sido asociados con la LIJ (excepto los dos últimos que oscilan entre la LIJ y la Otra) y cuyas obras, en gran medida, trascienden esa etiqueta, además de que algunos de ellos, como Antonio Malpica, han escrito extraordinarias novelas de las Otras pero sin la promoción suficiente, por parte de editoriales y librerías, para que el mundo literario lo ubique donde tendría que estar.

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