De lo cotidiano

Bitácora de Dalina Flores

Algunos apuntes sobre literatura juvenil y la narrativa de Antonio Malpica

(fragmento)

Si tomamos en cuenta que el prestigio literario se asocia, en gran medida, con aspectos ajenos a la obra, es comprensible que autores externos a las élites literarias preestablecidas (generalmente por la crítica formal y académica) no puedan lograr el reconocimiento y la difusión en las plataformas editoriales canónicas. Tal es el caso de Antonio Malpica, cuya obra ‘para adultos’ no figura en los catálogos promocionales de las editoriales de mayor presencia en librerías. Además, sus vínculos de asociación, como miembro de la LIJ, paradójicamente, lo han relegado a ser leído por un público particular y reducido, distante del especializado o académico.

En este sentido, también es necesario considerar, precisamente, el fenómeno de consumo cultural que promueven las editoriales a partir de la innovadora propuesta de lo que se conoce como literatura juvenil, pues se enfoca en la promoción de libros cuyas historias, más allá de su contenido literario, pretenden cohesionar la naturaleza juvenil a través de la repetición de discursos que tienden a la homogenización ideológica, de índole universal. Entre las lecturas más conocidas, por ejemplo, encontramos best sellers o sagas con fórmulas muy similares, donde el héroe joven se enfrenta con un sistema o un antagonista que lo oprime y del que debe liberarse. Las editoriales en México no han dejado pasar el éxito comercial de esta tendencia y abarrotan las librerías de productos cuya esencia, muchas veces, es colonizante y enajenadora, pero de gran aceptación entre los jóvenes.

Algunas de estas obras se apegan a la lógica de proveer historias instantáneas, para habitantes de un mundo que se agota en su inmediatez, como lo ha publicado recientemente el diario El país en el artículo: “literatura descafeinada para tiempos descafeinados”, donde las historias son de fácil digestión para un contexto en el que los jóvenes están urgidos por comunicarse a través de medios más rápidos, pero también más fríos. Este corpus de producciones masivas ha sido un baluarte de lo que en la industria editorial se reconoce como ‘literatura juvenil’, a pesar de que, parafraseando a Francisco Hinojosa, una cosa son los libros para jóvenes y otra, muy distinta, la literatura para jóvenes.

Se ha tratado de definir la literatura juvenil a partir de sus personajes (un joven en crecimiento) y de sus lectores; como si fuera una literatura especialmente confeccionada para que se entienda/goce/lea por individuos de ¿doce a diecisiete años? Esta clasificación parece, por lo menos, imprecisa, ya que es evidente que las edades biológicas no corresponden siempre con las habilidades lecto-literarias esperadas. Sin embargo, como practica editorial, se ha incurrido en pedir a diferentes autores, incluso a los consagrados en la ‘literatura para adultos’, que escriban historias bajo ciertas restricciones, cuyos resultados, casi siempre son más moralizadores que literarios, y, desafortunadamente, en algunos caso se ha concebido como literatura infantil o juvenil.

Por supuesto, también hay obras que, a pesar de ser consideradas como juveniles (porque los lectores jóvenes sienten afinidad con sus propuestas), los recursos lúdicos y estéticos predominan y, la mayoría de las veces ni siquiera fueron escritas ex profeso para ese público. En este sentido, la literatura ‘juvenil’ podría ser aquella que es disfrutada por cualquier lector, de cualquier edad, a partir de la adolescencia (pero no en exclusiva para ellos).

El concepto ‘literatura juvenil’ se ha relacionado directamente con una tendencia editorial que promueve y coloca ciertos textos privilegiados (con criterios poco claros) en la mira del consumo masivo y que, por lo general, presenta historias predecibles, aleccionadoras y de fácil digestión para lectores sin experiencia lecto-literaria. Estas condiciones favorecen el tránsito comercial de los títulos y, paradójicamente, también el rechazo de la crítica especializada y la académica, con lo que se ha difundido el prejuicio de que la literatura juvenil es comercial y ligera, dando pie para que algunos académicos aseguren que no puede incluirse en el canon literario formal.

Es necesario, entonces, tratar de ‘desetiquetar’ algunas obras literarias que la industria editorial cataloga como juveniles, para romper con el estereotipo de los textos eferentes y aleccionadores, o de historias trilladas y repetitivas. Si consideramos que algunos de estos textos (por supuesto que no todos y de ahí la confusión) son confrontativos, lúdicos y promotores del pensamiento crítico y la emoción estética.

En este sentido, la obra de Antonio Malpica dirigida a los jóvenes presenta recursos estéticos que sorprenden e inmiscuyen directamente al lector, como cualquier otra propuesta literaria, más en la tradición de Borges o Cortázar, que en la de las narrativas sabrosas y entusiastas de García Márquez. Es decir, es un autor que no hace concesiones a los lectores y exige una participación directa en sus tramas. Malpica es un escritor que se inició en el mundo de la literatura escribiendo teatro a cuatro manos (con su hermano, el lúcido y comprometido dramaturgo Javier Malpica) y luego siguió con la literatura infantil y la fantástica.

Desde sus inicios, y en todas sus propuestas literarias, es claro el manejo de un amplio registro narrativo, en cuanto a voces y recursos estructurales, donde predominan los juegos lingüísticos y situacionales, las referencias a las diferentes formas de comunicación actual, la invitación a la reflexión filosófica sin ser didáctica, y la aproximación a todo tipo de temas, evitando el ‘proteccionismo’ que algunos autores y editores imponen a sus textos infantiles y juveniles.

Debo reconocer que me acerqué a la obra de Antonio Malpica, precisamente, por sus libros para jóvenes: leí la novela Informe preliminar sobre la existencia de los fantasmas y, a pesar de mis reservas, la propuesta estética del autor me cautivó. Aparentemente es una novela juvenil que relata el proceso de crecimiento y aprendizaje de su protagonista, pero lo interesante es la forma en que su narrativa se convierte en argumentación que cuestiona los estereotipos, los procesos de enseñanza–aprendizaje, las múltiples diferencias generacionales, y las referencias históricas sobre la vida política y cultural de nuestro país. Es decir, los lectores deben ejercitar un proceso de ‘composición y co-creación que produce un nuevo sentido, como dice Iser: “reaccionamos ante una representación cuando construimos una nueva” (1987). Este primer proceso se construye, principalmente, a través de sus juegos estructurales y de su sentido del humor, ya que apela a las múltiples interpretaciones de un público joven y fresco, no respecto a la edad biológica, sino a su disposición lúdica.

El aspecto más importante en la narrativa de Malpica, sobre todo en la dirigida al público adulto, es su sentido del humor, siempre agudo, inteligente, a veces irónico, que se va entretejiendo en las tramas, lo que, sin duda, hace que el lector se convierta en un agente activo que participa en la construcción del sentido para interpretar, matizar y orientar la comprensión del argumento.

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