La invisibilidad de la «magia de la lectura»
La semana pasada escuché, en vivo y por redes sociales, la algarabía que causó la presentación de resultados de la Encuesta Nacional de Lectura realizada por CONACULTA, en la que aseguran que los mexicanos leemos 5.3 libros al año (aun si fuera fidedigna esta estadística, la realidad sería muy triste: 5 libros en todo el año es muy poco). Me ha llamado la atención el ahínco con el que promotores, lectores y escritores abanderan el nuevo resultado: en un abrir y cerrar de ojos casi duplicamos nuestros niveles de lectura; pasamos, en un santiamén -menos de 5 años, de 2.8 a 5.3, lo que se ve, en papel, muy lindo. Es evidente que la tarea de los mediadores, profesores, maestros, padres, medios de comunicación, escritores, editores, libreros, publicistas, etc., ha rendido frutos.
Particularmente, la famosa encuesta me deja sorprendida y con muchas preguntas. En primer lugar no entiendo cómo desde criterios muy particulares, distintos a los de la UNESCO, el organismo cultural mexicano compara a otros países con resultados similares (según esto ya estamos a la altura de Chile). Por otra parte, no entiendo cómo sus resultados por cada rubro supera el 100% (no es sarcasmo, en serio: no lo entiendo. Por ejemplo en la pregunta sobre quién ha sido fundamental en contagiar el gusto por la lectura –una de las preguntas menos problemáticas- los resultados dicen: padres 43.8%; maestros 60.5%. De acuerdo con mis matemáticas básicas, eso hace un total de 104.3% que no entiendo. Y se pone peor con otras preguntas que suman más de 200%).
La realización de una encuesta, como sabe cualquier investigador que se haya aventado el riesgo de indagar en lo cualicuantitativo, es un proceso muy difícil sobre todo en la parte del diseño; más que difícil, es complejo; y esa complejidad no la veo en la definición de la muestra ni en la determinación de las preguntas. De hecho, me parece que sesgan de una forma significativa todo el trabajo de investigación. Sin embargo, no es sobre metodología de lo que quería hablar, sino de la naturaleza de las “verdades” que de pronto empezamos a reproducir (los libros más leídos, junto a Juventud en éxtasis y Pedro Páramo o Crepúsculo son Don Quijote y El principito, ¿really?, he hecho esta pregunta a mis alumnos de letras y si acaso -y a vuelo de pájaro- puedo decir que han leído el Quijote, completo, sólo 10 alumnos (en más de 10 años de dar clases de Literatura).
El asunto de la cantidad de libros que ahora leemos como por arte de magia es tan absurdo como las divertidas discusiones que tienen los niños pequeños sobre la grandeza y heroicidad de sus padres: “mi papi es más fuerte que el tuyo”, “no, el mío es más fuerte y más guapo que el tuyo”. En cuestión de lectura resulta casi igual: “mis mexicanos leen más libros que tus peruanos”, “ah, no: los brasileños leen más que los mexicanos”. Y yo me pregunto: ¿realmente importa? El argumento no tendría que ser de números, sino de efectos de la lectura. Qué podemos esperar de una sociedad que lee novelas como Crepúsculo o las 50 sombras de Grey: una colonización impresionante de un sistema machista y su legitimación; o de una sociedad que no lee libros ni su realidad y por lo mismo no es crítica, como dice Freire. Pueden presentarnos doscientas encuestas donde los resultados digan que de la noche a la mañana nos convertimos en lectores, pero yo sigo viendo una apatía creciente y una estandarización de nuestros valores y necesidades. Sigo viendo una población abúlica y egoísta. Si se leyera literatura, en serio, no tendríamos el presidente que tenemos y no permitiríamos que la impunidad ni la injusticia se siguieras apoderando de nuestro futuro.
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