¿Qué deben leer mis alumnos?
Leer es mucho más que una experiencia intelectual; cuando lo hacemos, involucramos capacidades que van más allá de los procesos cognoscitivos; por ello deberíamos aprovechar la oportunidad de tener siempre un libro a la mano. En cada lectura, es bien sabido, viajamos, padecemos, vivimos. Nos confrontamos. Y también elegimos. Aprendemos a ser libres y a encontrar nuestros propios caminos en, y a través de, esas elecciones.
La realidad de la escuela y de otros campos (no quiero decir instituciones) culturales, respecto a la elección de nuestras lecturas, es que no nos permiten ser autónomos, lo que podríamos considerar como un arma de dos filos: por un lado, los maestros o promotores (quienes tienen –o deberían tener, más experiencias lectoras) pueden ser un acompañamiento idóneo para estimular algunas lecturas asertivas (que, en teoría, tendrían que decantarse por las literarias); por otra parte, a veces, ese “acompañamiento” se convierte en imposición y, por ende, en un sesgo intelectual/ideológico/cultural que, algunas veces está al servicio de ideologías machistas o discriminativas, que nada aportan al desarrollo armónico de la comunidad.
Lo ideal sería que cada lector, después de transitar por un camino lleno de estímulos que promuevan su pensamiento crítico y estético, esté listo para seguir buscando con avidez aquellas lecturas que le causen más placer; sin embargo, muchos lectores (sobre todos los más jóvenes) se limitan a leer recomendaciones que en algún momento se ponen de moda y que, por lo mismo, también condiciona su percepción sobre esa lectura. Sería maravilloso que nuestras elecciones nos llevaran a ser retados; que cada lectura nos permitiera involucrarnos en un continuo proceso personal de reflexión y autocrítica. Encontrar este tipo de estímulos no siempre es fácil pues incluso un avezado lector suele caer en la tentación de realizar lecturas fáciles y “cachetonas” (así suelo nombrar a todo lo que implica una postura acomodaticia); ¿a quién no le gusta comer pizza?
Este breve texto ha surgido porque, en los últimos años, encuentro que mis amigos, alumnos y exalumnos, que se aventuran en el apasionante universo de la docencia en lengua y literatura, suelen preguntarme por libros recomendables: “¿qué me recomiendas para mi hijo de seis años?”, “¿qué puedo poner a leer a mis alumnos de segundo de prepa?”, “necesito una novela cortita, porque mis estudiantes no leen mucho, pero que no toque temas fuertes, porque mi colegio es de tal religión”, “quiero leer con mi hijo adolescente algo que le enseñe a no ser un respondón”… Algunas veces, también, en charlas o conferencias que he impartido a maestros, la solicitud común suele ser: “¿podría darme una lista con los libros que deberían leer mis estudiantes de secundaria?».
Y entonces todo se complica porque, si bien es cierto que me encanta hacer listas, recomendaciones, reseñas de todo tipo de libros (para niños, adultos, mujeres, personas trabajadoras, mascotas, etc.), y que también conduzco un programa de radio donde hablamos sobre libros y las razones por las que se deberían leer, o que impartimos charlas y talleres con esta orientación (próximamente tendremos la conferencia ¿Por qué y para qué leer con tus hijos?), la verdad (si acaso existe alguna) es que, si son maestros o promotores de literatura, sólo podría recomendarles dos cosas:
1. Ser un verdadero gran lector. Disculpen el énfasis en “verdadero” y en “gran”, pero es necesario hacer hincapié en ambos adjetivos. Como bien ha dicho Freire, no sólo se leen las palabras, se lee, en general, el mundo; y ser un verdadero lector implica estar dispuesto a abrir todas nuestras formas de percepción a ese proceso lector. Leer con todo nuestro cuerpo; leer con las entrañas y con nuestra inteligencia. Leer colores, sonidos y ausencias. Por otra parte, en este caso sí me refiero a la “grandeza” del lector en el sentido de “cantidad”: tenemos que leer muchísimo, ávida y reposadamente (aunque parezca contradicción, ambos adverbios no son excluyentes), para construir los muros más sólidos de nuestras bibliotecas. Tenemos que leer literatura clásica, contemporánea, juvenil, infantil, experimental, poesía, teatro, novela, cuentos, minificciones, ciencia ficción ¡uf!, mil etcéteras en cuanto a género, estilo, tendencia, escuela… para formar nuestro acervo personal, del que se podrán desprender, en automático, todo tipo de recomendaciones.
2. Amar, interactuar, conocer entrañablemente a todos los integrantes de la comunidad de enseñanza-aprendizaje que los rodea. Leer -y enseñar a leer, como también ha dicho Freire, es, antes que nada, un acto de amor. Este proceso conlleva involucrarse con los otros; sentir interés por el otro, por sus opiniones y sus sentires, para ser capaces de ponernos en sus zapatos, para dirigir un poco nuestra mirada desde su propia perspectiva y tratar de entender por qué el mundo se ve como ellos lo miran. Es importante señalar, como siempre le digo a mis alumnos, que, en el ámbito escolar, debemos ser muy claros con la idea de tener interés y afecto por los otros, pues nuestros alumnos merecen todo nuestro cariño y cuidado, pero de ninguna manera son nuestros amigos. Ese es otro boleto. Lo importante es que interactuar realmente con los otros involucrados en el proceso de formar lectores es lo que nos dará la pauta para saber qué podemos, o incluso debemos, recomendarles.
En medio de la diversidad que nos rodea, y casi a punto de caer en la oquedad infinita del relativismo, no existen recetas infalibles. De todos modos, en cualquier caso, lo que tiene más probabilidades de éxito siempre es el diálogo. Experimentemos, arriesguémonos a conocer universos, a exigir propuestas inteligentes, lúdicas, emotivas. Escuchemos a los otros y confrontemos su horizonte de expectativas e interpretaciones con las nuestras, para poder ir salpicando, con extrema alegría, las lecturas que son parte de nosotros mismos. Es decir, cuando yo recomiendo una lectura, voy dejando trocitos de mí que están llenos de significado y sentido; quien recibe mi recomendación está invitado a sumarse a ese sentido y a ser parte de mi mundo.
Mis criterios (en los que baso mis juicios y aprecios) pueden orientar a mis amigos, alumnos y exalumnos, para convocarlos, invitándolos a compartir mis experiencias y universos ficcionales que se verán ampliados con cada una de sus particulares perspectivas de lectura. Podemos construir una interesante comunidad de lectores; sin embargo, para que sea posible invitar a otros, es necesario transmitir nuestros propios juicios y pasiones (no los de alguien más, sin haber pasado por el filtro de la apropiación de la experiencia individual de lectura).
En definitiva: sólo tenemos que leer (y ser felices en ese proceso), y amar al mundo. Nada más.
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Leer es : imaginar, soñar, figurar, esperar, reir, llorar, buscar, seguir, inquietar, sufrir, animar, enternecer, borrar, surgir, corregir, aceptar, opinar, deducir, aprender, subrayar, conquistar, viajar, copiar, alegrar, aclarar, resolver, recomendar, solucionar, esperar, y muchas acciones mas que se escapan en este momento. Y debe haber muchas muchas enseñanzas que nos brinde un libro. Yvonne Phalipau