De lo cotidiano

Bitácora de Dalina Flores

Sobre mis tristes lecturas de sagas y el deleite agridulce de leer un punto final

Mi relación con míster Potter, como ya lo he contado, fue tórrida y autodestructiva; después de esperar y esperar por que las editoriales, y todo el proceso que implica la traducción, los derechos y no sé qué más, se pusieran de acuerdo, al final decidí que ya no quería vivir este tipo de expectativas. Por supuesto que devoré cada uno de los libros, y por supuesto que maldije cada día que pasó entre el cuarto y el quinto; el quinto y el sexto; y el sexto y el séptimo. Y lo peor es que no puedo decir que estaba chava… ya no lo estaba. Tanto.

Mi frustración todo el tiempo estuvo acompañada de la ansiedad por saber qué le deparaba a mi universo de magos, y la angustia de no tener noticias. Por supuesto que compré todos los libros en preventa, hice filas enormes y hasta me caractericé de algún extraño personaje. No, no estaba chava.

Juré que nunca más leería una saga porque es horrible esperar a que al escritor se le dé la gana de publicar el resto de la historia. Lo peor, según yo, era imaginar que el autor pudiera morirse y dejara inconclusa la historia (después supe de sagas que han sido terminadas por otros autores, así es que esa preocupación pasó a segundo plano). Pensaba con angustia sobre los lectores del siglo XIX que tenían que esperar durante semanas a que les llegara la nueva entrega, sin las posibilidades de entretenerse con otras narrativas y eso me generaba más frustración. Sin embargo, por mucho que me resistía, llegué a El libro de los héroes de la manera más azarosa y afortunada del mundo. Si hubiera sabido que existía un libro llamado Siete esqueletos decapitados que, además, daba inicio a una saga de terror, de 5 libros, cuyo destino no estaba aún decidido (en el 2011), seguramente nunca lo hubiera empezado a leer. NUNCA. Pero, mi fortuna consistió en que me enamoré de una novelita que me recomendó mi sobrino y que ahora es una de mis preferidas en el universo: Informe preliminar sobre la existencia de los fantasmas. Luego me puse a recorrer todas las librerías de la región para conseguir lo que fuera de un escritor que me había deslumbrado por su perspicacia y su agridulce-jocoso sentido del humor.

Como he contado, también, en algún otro lado, no conseguí nada durante un buen rato (en 2011, Monterrey era algo así como una isla desierta en cuanto a literatura), hasta que llegué a la librería del FCE y me dijeron que sólo tenían dos libros del autor, pero que eran para adultos. ¡Mucho mejor!, pensé, y sin dudarlo ni un poquitito, me los llevé a mi casa. En una sentada leí Apostar el resto, una historia vertiginosa, de gánsters totalmente mexicanos, simpatiquísimos y agudos, que me atrapó de inmediato por su lenguaje y desenfado, pero sobre todo por la entrañabilidad con que está construido su protagonista. Ahora ya empezaba a interesarme, en serio-serio, por el autor. Pero al pretender leer el otro libro, Nocturno Belfegor, por alguna extraña razón (que siempre evito) leí la cuarta de forros y me enteré de que era la segunda parte de una saga. ¡DEMONIOS! (lit.), fue una de las noticias literarias que más me han desencantado en la vida: en primer lugar, había abjurado de las sagas; en segundo, no podía leer el segundo libro si no había leído antes el primero. Y conseguir el primero no fue fácil. Al final, una amiga me lo prestó.

Cuando leo narrativa, en general, me pueden ocurrir dos cosas: que la ficción se me presente como una historia que estoy observando desde afuera; o bien, que, sin saber cómo, de pronto me encuentre dentro de ese microcosmos. Las tramas entrañables son estas últimas: me convocan a tal punto que empiezo a respirar, a querer, a preocuparme, como los personajes. Mis angustias tienen que ver más con que Sergio Mendhoza no vaya solito a ver a doña Santa, que con lo que prepararé para comer si ya no me queda nada en el refri. En otra parte ya he dicho lo maravilloso que fue ser abducida por el universo Malpica. Conocer a Sergio Mendhoza fue un golpe que marcó una transición en mi historia como lectora, pero también como docente y crítica de la literatura (sí, también hago crítica aunque parezca que sólo soy una señora que lee libros para chavitos).

El protagonista de la saga, Sergio Mendhoza, a lo largo de los cinco libros, se enfrenta a un proceso de crecimiento/aprendizaje, en apariencia, parecido a lo que se plantea en muchas otras novelas juveniles del tipo bildungsroman, pero de una forma hiperacelerada y con implicaciones afectivas donde la trama integra elementos del contexto actual de los adolescentes del siglo XXI, con otros fantásticos que están arraigados en los mitos y tradiciones súper añejas sobre el mal: demonios y brujerías conviven con la versatilidad de los pequeños héroes que, además, son súper modernos. El proceso de madurez o aprendizaje de Sergio es tan complejo que el autor nunca se detiene frente a la corrección política (al menos eso creo) pues lo somete a las más duras pruebas, sin anestesias, más que el acompañamiento de recursos humanos, y esto es lo grandioso de la narrativa de El libro de los héroes: los personajes son tan entrañables que tienen vida propia.

Los protagonistas están configurados con un nivel de tangibilidad tan preciso y cercano que, a pesar de presentarnos todo un universo de hombres lobo, demonios y otros arquetipos fantásticos, son muy cercanos a nuestra cotidianeidad. Incluso los podemos oler y escuchar, saber cómo suena cada una de sus voces. Ir a la cama de sus manos; enamorarnos de ellos. Y también odiarlos un poco cuando, al enfrentarse a sus propios demonios, maximizados por las situaciones en que la trama los sumerge, son temerosos, injustos o egoístas; pero los volvemos a amar en el momento en que podemos acompañarlos emocionalmente cuando toman sus decisiones, pues, en todas ellas, somos interpelados por las voces de nuestra propia conciencia.

Y es esa conciencia laberíntica del bien y del mal lo que nos lleva a leer con una mirada que trasciende la anécdota general de la historia, para detenernos en los símbolos, procesos y arquetipos sobre los que se construye la verdadera heroicidad: la figura de Farkas, ese inusitado personaje que posee una inteligencia insuperable, pero también un aparente don de ubicuidad que le permite no sólo saber los hechos sino también las emociones que circundan y emanan de los otros personajes. Su aparición está llena de misterios y a lo largo de las cinco entregas vamos desentrañando secretos que nos conducen a armarlo como si fuera un rompecabezas.

Todas sus acciones, independientemente de lo que parezcan aludir, tienen explicaciones tan detalladas que van enhebrando con solidez la trama a lo largo de los cinco libros. Hacia las dos últimas entregas, la figura de Farkas se erige como su eje central; donde el dolor y la lucha ancestral por la justicia se nos revela tras sus decisiones y actos. De alguna manera, quizás un poco precipitada, me atrevería a asegurar que El libro de los héroes es una narración milenaria sobre la eterna lucha del bien contra el mal, representada en la construcción simbólica del licántropo, y por ello, esta saga es realmente La saga de Farkas y sus bizarras (ver la primera acepción del término) complejidades.

            Los dos primeros libros son una delicia en cuanto a ritmo narrativo; ambas historias se desenlazan vertiginosamente y por ello es difícil para el lector abandonar ese universo; sin embargo, los asuntos filosóficos y éticos empiezan a desplegarse con mayor precisión a partir del tercer libro, por lo que, al final, hay un equilibrio entre el ritmo narrativo y los espacios para la reflexión y la confrontación de los lectores ante sus propios demonios. Llegar al final de la historia, no lo mentiré, me fue muy doloroso por dos razones (principalmente): el destino terrible de mi personaje favorito y la idea de saber que se ha cerrado el portal con el que podía eludir mis ocupaciones diarias para ser parte de esta ficción.

A pesar de mi tristeza, que sí me ha dejado como un huequito en el corazón, no dejo de sentir una enorme alegría y agradecimiento para con el generoso autor. Cuando, luego de confesarle mi adoración a Nocturno Belfegor me contó que tal vez la editorial no estaba tan convencida de realizar una tercera entrega, el pequeño grupo de lectores que tenía en Monterrey tuvimos el atrevimiento, no sé cómo pudimos, de hacer un berrinche que llegó en una carta al entonces editor, Daniel Goldin. No sé si en algo haya ayudado nuestra histeria, pero para el 2013, con imagen renovada, ya teníamos en nuestras manos El llamado de la estirpe. Mi agradecimiento para la editorial y para el autor no tiene límites porque en la contraportada pusieron una frase que nosotros habíamos enviado en nuestra carta y porque nos invitaron, a Luna y a mí, a presentar el libro en la FIL de Monterrey. Tuvimos que esperar casi tres años (no saben cuánto odié que Océano le haya dado prioridad a Más gordo el amor, sobre El destino y la espada) para presentar el cuarto libro, al lado de dos biblionautas fundamentales: Susana y Salma.

Finalmente, y cumpliendo una arriesgada promesa, el autor nos entregó la totalidad de la historia justo en 2017, casi a una década de haber empezado a fabular esta historia y, con todo nuestro agradecimiento de fans y lectoras, las biblionautas tuvimos la fortuna de acompañar, otra vez, en este cierre durísimo al autor.

No voy a negar que tuve miedo: mi lectura de Principio y fin estuvo repleta de incertidumbre y vacilaciones: me urgía saber el destino de mis personajes, pero todo apuntaba a que sería terrible, entonces, pensaba que mejor no quería saber; pero volvía a querer saber porque tenía fruición por saberlo; aunque al mismo tiempo, no quería que se acabara. Es como seguir negándome a leer el punto final. No quiero que desaparezca ese universo; no quiero dejar de escuchar a ese hombre con rasgos duros y precisos que se aparece en mis sueños, y me pregunta cuánto miedo puedo soportar, pero al mismo tiempo me seduce para que me arroje a enfrentar demonios con un valor que antes no conocía. La alegría y el dolor de cerrar un ciclo me inundan porque puedo darle una sepultura digna a mis héroes, pero también sé que, quizás, estoy cancelando para siempre una puerta que me dejó, alguna vez, imbuirme en universos inesperados a los que ya no he de volver.

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