De lo cotidiano

Bitácora de Dalina Flores

Literatura desde la primera infancia

Hablar de lectura de textos literarios en un mundo utilitario y globalizado parece una locura, igual que preocuparse por buscar placer a través de la contemplación estética, cuando impera el interés por las urgencias terrenales asociadas principalmente con la cultura del consumo. Sin embargo, también es cierto que, desde siempre, el espíritu de la naturaleza humana se rebela y trata de recuperar lo que de humanidad le queda; de ahí la vigencia del arte.

El arte nos reconcilia con nuestra esencia serena y creativa; nos arranca de la cotidianeidad y nos deposita en el universo de los dioses (creadores). La Literatura, como manifestación estética, además, despierta nuestros sentidos y conduce a sus lectores a transitar por regiones insondables, profundas y mágicas, a través de un proceso complejo que activa múltiples capacidades que nos posibilitan trascender nuestros propios límites.

A medida que la vida se mediatiza y vamos involucrándonos en patrones consumistas, los jóvenes y niños se van olvidando de alimentar el gozo estético y las actividades lúdicas por privilegiar acciones prácticas que les proveen satisfacciones materiales a corto plazo. Si bien es cierto que cada generación se adecua a las necesidades de su medio ambiente, también es cierto que nuestras múltiples capacidades nos llevan a buscar experiencias y emociones a través de las que podemos permanecer en la historia más allá de lo inmediato; por ello es primordial sensibilizar a los pequeños (cuanto más pronto posible, mejor) para que sean capaces de ver el mundo desde múltiples perspectivas, y por eso también es urgente renovar la forma de acercarnos al aprendizaje y de transmitir habilidades y conocimientos.

No podemos soslayar que actualmente la Literatura pierde terreno frente a otras manifestaciones de la creatividad y del desarrollo de la humanidad; sin embargo, es evidente que, dentro de los contenidos pedagógicos, es una herramienta fundamental para que los alumnos perciban y se reconozcan en el mundo. En este ámbito, es bien sabido que la Literatura, como manifestación artística, no sólo enfatiza las capacidades comunicativas del individuo, sino también las expresivas (juega y moldea el lenguaje según sus necesidades), de ahí que poner en contacto a los niños, desde su más temprana edad, con las lecturas literarias, implica una actividad potencializadora del desarrollo de su lenguaje y de otras habilidades cognoscitivas, emotivas y sociales que son tan necesarias para la formación de una infancia que se debate entre la violencia y el machismo del mundo actual.

Por otro lado, debemos considerar que en este proceso (enseñanza de la literatura, si es que puede caber el concepto[1]), el juego es una actividad simbólica que promueve la integración de actividades de diversa índole (físicas, sociales, intelectuales) de forma permanente y aplicable a la realidad cotidiana de cada niño; por ello la necesidad de implementar actividades lúdicas, a propósito de la lectura, con las que les sea posible integrar su experiencia literariao (texto, universo, lenguaje) con su vida cotidiana.

Vigotsky sostiene en La imaginación y el arte en la infancia (2001) que la literatura es libertad, desarrollo de la imaginación, que no puede ser coartada, así como el lenguaje que la produce, por ello, el acercamiento temprano del niño a este lenguaje artístico lo conduce a la potencialización de la imaginación y su espíritu creativo; por ello no es recomendable incurrir en ningún tipo de restricción, como puede llegar a serlo el modelo del lenguaje adulto. Es decir, no podemos aspirar a ser facilitadores o animadores de la lectura literaria si pretendemos imponer nuestro propio acercamiento a esta experiencia, ya que todo proceso de lectura literaria debe ser íntimo y personal.

De acuerdo con lo que asegura el psicólogo ruso, el lenguaje infantil se expande y se convierte en una herramienta y un juego total para la comunicación al estar en contacto con textos literarios y, de esta manera, el niño adquiere una competencia expresiva (más allá de la simple competencia comunicativa) que es fundamental para interpretar el mundo y transformarlo.

A pesar de que abundan los programas de fomento a la lectura y de que sus resultados, en muchos de los casos, son halagadores, es necesario seguir indagando sobre las implicaciones intelectuales, afectivas, lingüísticas y sociales que puede tener la influencia de las lecturas literarias en los niños, pero también es urgente identificar cómo éstas afectan o moldean su percepción estética respecto a las palabras.

Por eso mismo, y esto será asunto de otro texto, es importante plantearse (o replantearse) cuáles son las características que determinan la literariedad de un texto, pues sabemos que no todo lo que se ha publicado para niños puede ser considerado como literario[2]; sin embargo, es muy complejo definir los parámetros por medio de los que se puede regir esta clasificación, ya que la Literatura se define según los patrones estéticos considerados como prestigiosos en cada contexto cultural y de acuerdo con lo que disponen las “voces autorizadas” para definirlo, las cuales, muchas veces, se encuentran muy alejadas de la realidad que circunda a la infancia.

[1] Juan Villoro insiste en que la literatura no se puede enseñar; solamente se contagia.

 

[2] En su mayoría son textos de tipo comercial en donde el diseño de las ilustraciones está uniformado y sigue patrones estéticos particulares de culturas occidentales dominantes; y en los que los recursos literarios generalmente tienden a empobrecen y limitar los alcances de la lengua (empleo exagerado de redundancias sin intención anafórica, por ejemplo, como sí sucede en algunos libros de poesía infantil, o errores sintácticos u ortográficos que evidencian el descuido de las ediciones).

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