Coliflowers especiales para mis sobrix
No sé si es el encierro pandémico, o ya un efecto derivado de la acumulación de experiencia circulando por mi vida, pero me estoy convirtiendo en toda una tía (de esas que mandan piolines y bendiciones…ok, todavía no tanto), pues me ha dado una emoción enorme que mi sobrina Nana me hubiera pedido la receta de las coliflores empanizadas, luego de que subí una foto de algunos alimentos que preparé en una freidora de aire; si bien me encanta cocinar, y algunas cosas me quedan muy ricas (a juicio de mis roomies), tampoco es que sea una gran cocinera. Y por eso vengo acá a escribirle la receta con todo el cariño del mundo, esperando que le queden buenísimas.
Lo primero que debes hacer, querida Nana, es conseguir una coliflor entera (he comprado los floretes que ya vienen despencados y no quedan igual de crocantes. El tallo y las hojitas se las puedes dar a las tortus. Les encantan). Trata de que cada racimito (o florete como les dicen con más alcurnia, aunque Ía y Luna, y supongo que ustedes también, les dicen arbolitos blancos) quede de un tamaño coqueto: o sea, ni muy chico ni muy grande, para que sean fáciles de empanizar, pero que no tengas que hacer como diez mil empanizamientos.
Ahora que me doy cuenta, creo que conozco muy bien los gustos de Luna y de Ía porque ambos han pasado mucho tiempo conmigo (bueno, cuando eran más enanos, porque ahora ya ni me pelan), pero de ti, de Larix y de Gabit no sé tanto…o bueno, más o menos. Sé que Larix es ruda y le gusta practicar box. Y no quiere vivir en México. A ti te gusta jugar fut y no te gusta la leche, ni el huevo. Pero sí te gusta prepararte unos jugos bien creapys y bien ácidos. A Gabit le encantan los videojuegos y no le gusta la crema, y a Larix no le gusta la cebolla (¿o es al revés?); pero los tres aman la carne enchilada y el queso de Chiapas.
Bueno, también sé otras cosas: como que cuando eras bebesa odiabas que te tomaran fotos, ¿lo recuerdas?, te súper enojabas y te escondías cuando alguien quería hacerte una foto. Eras una niña bien bonita. Toda la vida recordaré cuando tus padres te dejaron en mi casa, porque iban a la maternidad para recibir a tu hermana, y Luna, que tenía como cuatro años, me dijo que yo era una mamá muy enojona. Y yo te pregunté: ¿Nana, tú crees que soy enojona?, y tú, muy segura y muy solidaria conmigo, respondiste: “No, tú eres pilí” (feliz). Me encantó que tu antónimo para el enojo hubiera sido la felicidad. Cuánto quisiera que se pudiera ser feliz siempre. Pero justo esa volatilidad es lo que le da su verdadero valor.
A veces pensamos que estamos tan contentos o pilices que nos comemos el mundo a grandes cucharadas, y de pronto, todo cambia, y creemos que somos los más desgraciados del mundo. Lo que me han enseñado casi cinco décadas de vida (de las cuales, si quieres, las dos primeras no cuentan, porque realmente hice muchas tarugadas) es que todo, absolutamente todo, está en continuo movimiento. Por eso no importa quién eres o cuánto tienes; lo único que realmente le da valor a nuestros instantes es el amor de la gente que nos quiere. Pero es importante reconocer, en algún punto de nuestras vidas, que a veces no nos damos cuenta del amor de los demás, porque todo el mundo tiene formas diferentes de querer. Y todos los seres humanos queremos que nos quieran como a nosotros nos han enseñado a querer, o como hemos aprendido o, finalmente, como podemos. Algunas personas quieren con hechos; otras, con palabras o con su presencia… otras más, con comida. Y por eso me encanta cuando les gusta lo que cocino. Aunque, la verdad, estos brócolis empanizados y picositos son obra de Luna. No sé si ella vio un tutorial o simplemente le echó lo que encontró en la cocina, pero la verdad es que quedan buenísimos.
Ya que tienes los arbolitos de buen tamaño, procedes a preparar dos recipientes (pueden ser dos platos hondos) para agregar, en el primero, dos huevos enteros, dos o tres cucharadas de salsa picante de tu preferencia, una cucharadita de salsa inglesa (o vinagre) y espolvorearle chilito piquín, sal y pimienta, al gusto (Luna y yo usamos un condimento buenísimo de limón en polvo con pimienta). La mezcla se bate muy bien. En el otro recipiente, se agrega harina (si quieres la versión saludable, la harina puede ser de avena o de amaranto), ajo en polvo (Luna y yo preferimos una mezcla de ajo con parmesano) y un poco de pimienta; se revuelven muy bien.
Lo único seguro, no sé si sea una condición natural (algún gen especial en la sangre) es que, independientemente de nuestra forma de querer, los adultos solemos tener un amor muy especial por nuestros sobrinos, aunque nuestros sobrinos no lo entiendan. Yo también he sido una sobrina niña. Es algo muy extraño. De pronto encuentras, de la nada, a un adulto que se alegra mucho de verte y te llena de besos y te dice que estás preciosa y que has crecido mucho y te cuenta cosas que hacías de chiquito y tú no entiendes cómo sabe todos esos detalles si apenas lo has visto un par de veces. Bueno, la razón es que, probablemente, ese adulto te haya visto más veces de las que recuerdas; otra podría ser que ese adulto puede ver todo lo que de su hermano o hermana hay en ti, y le parece la cosa más endiabladamente entrañable del mundo.
De pronto, los tíos sentimos un amor inmenso e inexplicable cada vez que vemos en una sonrisa, la tuya o la de Ia, por ejemplo, la misma forma y emoción de las sonrisas niñas de mi hermano Noni o de mi hermano Nano. Hace unos años, cuando Ía vino a pasar una navidad a la casa, sin sus padres, ¿lo recuerdas?, no me cansaba de decirle: hablas igual que mi Nano, sonríes igual que mi Nano, caminas igual que mi Nano, dices las mismas frases que el Nano… y él se hartaba y me respondía: sí, ya sé, igual que tu hermano; es obvio, soy su hijo. Pero lo que realmente quería decirle es que era como volver a tener 15 años y volver a estar con mi hermanito de 13.
Algo igual me pasa contigo y tu sonrisa. Hasta nervios me da, porque en ella reconozco los rasgos que precedían a una travesura de mi hermano Noni. Es algo muy loco poder ver los rasgos de nuestros seres más amados en otras minipersonas que, además, huelen a ellos y hablan como ellos. Recuerdo que, algunas veces, acompañaba a tu tío Sergio a recogerlos a la primaria y como tú, Larix y Luna iban atrás, yo cargaba a Julio David en el asiento del copiloto y me daban ganas de abrazarlo mucho y muy fuerte porque olía igualito, justo exactamente, como olía mi hermano Noni cuando era pequeño. Ese olor me llevaba en automático a la casa de Cuautla, cuando en calzones y camiseta corríamos como locos alrededor del jardín y luego, exhaustos, tomábamos sendos vasos repletos de chocomilk helado.
Ya que tienes todos los menjurjes preparados, deberás empanizarlos pasando cada arbolito por la mezcla de huevo, chochonearlos bien (que queden bien impregnados) y luego pasarlos por la mezcla de harina. Si quieres un capeado más espesito y saboroso, deberás repetir ambos pasos: cada árbol enharinado deberá regresarse a la mezcla con huevo y luego volver a enharinarse. Yo prefiero sólo darles una pasada. Si no tienes freidora, previamente debiste poner a calentar aceite suficiente para freír los floretes. Recuerda que antes de colocarlos, el aceite debe estar muy caliente y muy líquido para que se doren mejor y más parejos. Si tienes freidora, los colocas en la charola y los sumerges los segundos que consideres necesarios según tu preferencia. A mí me gustan bien doraditos. No quedan igual de ricos, pero también puedes meterlos a la freidora de aire, sólo que debes rociarlos con aceite en aerosol para que no queden tan resecos. Y listo.
Acompáñalos con más salsa picante o limón, o aderezo ranch, eso es a tu libre elección. Finalmente, el verdadero secreto de cocinar es ponerse creativas: echa a volar tus talentos; haz como Larix cuando era pequeña: le encantaba andar por la vida con bolsos de diferentes colores y estilos. Hasta la fecha, creo que es en lo que más se parece a mí (bueno, en lo berrinchuda y rebelde también, según dicen tu padre y tu madre, pero la verdad es que tanto ella como yo somos dóciles y amigables panes de dios, sólo que no se nos nota mucho).
Probablemente, algún día, entenderás cuánto te quiero, a ti, a tus hermanos y a tu primo, cuando dentro de muchos años, de pronto, llegue a tu vida un personito, pequeño, delgado y colocho, que se ría, camine y hable exactamente como Julio David. Mientras llega esa fecha, no olvides que debes cuidar tu pancita y no excederte con los irritantes. Come muchas verduras, en especial, papitas hervidas, sofritas con perejil… después te paso la receta. Son buenísimas para mitigar la gastritis.
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