Una apuesta por libros gozosos e irreverentes
Hace mucho tiempo que dejé de ser niña, por lo menos legalmente. Y, paradójicamente, ahora me gustan más y más los libros editados para niños. Como he dicho en otras ocasiones, creo que la literatura es literatura independientemente de que haya sido pensada para niños o jóvenes o para Juan de las Piñatas. Y también creo que hay libros cuyas pretensiones son moralizadoras, enajenantes, pedagógicas; y por supuesto que no caben en mis predilecciones literarias. Esto no quiere decir que no me gusten los libros informativos; son tan imprescindibles como los libros de teoría, pero también estos libros, o los literarios, cuando intentan ser para niños, algunas veces se edulcoran y se les ponen florecitas que limitan el poder evocador y confrontativo que debería tener, por definición, un texto literario. Y son insufribles: dan ganas de tirarlos por la ventana.
Cuando leo literatura, yo no quiero una vocecita que me diga que me lave los dientes, ni que ayude a mi mamá en el quehacer de la casa, ni que tengo, por obligación, que respetar a todo el mundo. No quiero que me lo digan. Quiero disfrutar y que, en todo caso, me hagan pensar, me provoquen, y que tal vez, como producto de mis reflexiones, llegue a la conclusión de que cada quien puede amar a quien quiera. O no. O de que la violencia no nos lleva a ningún lado. O sí. O de que la vida es más amable si ayudo en la casa. O no.
El texto literario, para cualquier lector, debería estar muy lejos del didactismo moralizador que tienta tanto a editores y autores con ambiciones mercantiles. Su ventaja es que a muchos padres de familia les encanta tener aliados para la formación de sus hijos. Y qué mejor que un librito que sirva para amaestrar los impulsos y las devociones infantiles. Pero la literatura tendría que ser otra cosa: juego, reto, estímulo, confrontación, emoción estética… y nunca una cartilla moral. Ni la literatura ni cualquier otra forma de arte.
Sé que quizás es difícil para los padres y maestros intentar alejarse de lo moralino o lo didáctico, pero creo que la literatura abre puertas que nos permiten dialogar sobre muchos asuntos éticos y morales con nuestros pequeños, que pueden ser detonadores importantes para la comunicación familiar y social, pero el texto literario nunca debería ser un sustituto de la educación que los adultos deberíamos proveer a los niños. Porque las obras “artísticas” que nos regañan o nos chantajean para ser buenitos, terminan siendo un timorato listado de recomendaciones que no se respetan y que terminan aburriendo al espectador. Un ejemplo muy cercano es la reciente versión cinematográfica de El Principito, estrenada en noviembre de 2015 en México: independientemente de la belleza de los intertextos visuales y literarios, la película termina siendo una propuesta pusilánime que nos exige no dejar de ser niños de una forma muy literal.
Además de los méritos artísticos que permean toda obra literaria, su dimensión es tan amplia que se cuelan otros asuntos con posibilidades de expansión hacia lo material o lo espiritual; como diría Rosenblatt: la experiencia vicaria nos lleva a experimentar la vida de la ficción como si fuera propia y eso nos deja un ‘aprendizaje’ para tomar mejores decisiones. O, en otro sentido, la obra artística toca fibras espirituales tan intangibles que, aunque se lea en otro idioma (escuchen los sonetos de Shakespeare leídos por Gael García Bernal) para nosotros incomprensible, nos conectamos con las emociones del universo entero.
Por eso es muy necesario estar en contacto con libros gozosos e irreverentes que nos lleven a hacernos muchas preguntas, a cuestionar el statu quo, a detener nuestro alocado camino para ver el mundo y suspirar… y por supuesto que los lectores de todas las edades, desde los más pequeñitos que aún viven en los vientres maternos, hasta los adultos ultramayores que requieren de lupas para leer, podrán encontrar placer en ellos. Acá unas recomendaciones:
Para navegantes que necesitan brújula
La peor señora del mundo, Francisco Hinojosa
Anibal y Melquiades, Francisco Hinojosa
Mi abuelo es poeta, Toño Malpica
Mi abuelo el luchador, Antonio Ramos.
La vaca que se creía mariposa, Emilio Ángel Lome
El peinado de la tía Chofi, Vivian Mansour
El agujero negro, Alicia Molina
Los casibandidos que casi roban el sol, Triunfo Arciniegas
Murmullos bajo mi cama, Jaime Alfonso Sandoval
Princesa Ana, Marc Cantin
Willie el tímido, Anthony Browne
Gorila, Anthony Browne
Zoológico, Anthony Browne
La escoba, Chris van Allsburgh
Breve historia del mundo, Eliseo Alberto
El nido de la cigüeña, Fidel González Zurita
El taxi de los peluches, Juan Villoro
Caperucita Roja (tal como se la contaron a Jorge), Luis María Pescetti
Unidad Lupita, Jaime Alfonso Sandoval
De la A a la Z por un poeta, Fernando del Paso
Urí, urí, urá, David Chericián
A Margarita Debayle (Rubén Darío)
Bondadoso rey (Toño Malpica y Valeria Gallo)
Lunática (Martha Riva Palacio)
Temible monstruo (María Baranda)
Lejos de casa, Raquel Castro
Uno de esos días, Karen Chacek
Para marineros de agua dulce
La armónica, Toño Malpica
Ana, ¿verdad?, Francisco Hinojosa
El cochinito de Carlota, David McKee
¿Qué crees?, Mem Fox
Yo y mi gato, Satoshi Kitamura
Alex quiere un dinosaurio, Satoshi Kitamura
Túneles, Anthony Browne
El higo más dulce, Chris van Allsburgh
Clubes rivales, Javier Malpica
La mala del cuento, Vivian Mansour
La cancha de los deseos, Juan Villoro
Padres padrísimos, Jaime Alfonso Sandoval
Nené Traviesa, José Martí
Cuentos en verso para niños perversos, Roal Dahl
El sol de Monterrey, Alfonso Reyes
El príncipe ceniciento, Babbette Cole
El problema de Odi, Eva Furnari
Exiliados, Raquel Castro
Óyeme con los ojos. Sor Juana para niños
Los rojos camaradas, Ana Romero
Diario de un gato asesino, Anne Fine
Matilda, Roald Dahl
Para navegantes de mar y tierra
Los misterios del señor Burdick, Chris van Allsburgh
Arturo y Clementina, Adela Turín
Diente de León, María Baranda
Monstruo, Ana Romero
Natacha (toda la serie), Luis Maria Pescetti
Margot, la pequeña pequeña historia de una casa en Alfa Centaury, Toño Malpica
Las sirenas sueñan con trilobites, Martha Rivapalacio
Diario de un desenterrador de dinosaurios, Juan Carlos Quezadas
La risa de los cocodrilos, María Baranda
Cosas que los adultos no pueden entender, Javier Malpica
Los mil años de Pepe Corcueña, Toño Malpica
Los cretinos, Roald Dahl
Agencia de detectives escolares, Jaime Alfonso Sandoval
Las mejores alas, Toño Malpica
El libro salvaje, Juan Villoro
El libro de la negación, Ricardo Chávez Castañeda
Buenas noches, Laika, Martha Rivapalacio
Las brujas, Roald Dahl
El libro del cementerio, Neil Gaiman
Para navegantes de siete mares y cuatro mil universos)
El club de la salamandra, Jaime Alfonso Sandoval
Puerto libre, Ana Romero
Severiana, Ricardo Chávez Castañeda
Informe preliminar sobre la existencia de los fantasmas, Toño Malpica
Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar, Luis Sepúlveda
La panza del Tepozteco, José Agustín
El océano al final del camino, Neil Gaiman
Desde los ojos de un fantasma, Juan Carlos Quezadas
Algunas primeras veces, Ana Romero
La guarida de las lechuzas, Antonio Ramos
El complejo de Faetón, Andrés Acosta
La cena, Alfonso Reyes
Ojos llenos de sombra, Raquel Castro
Frecuencia Júpiter, Martha Riva Palacio
Los juegos de la violencia, Ricardo Chávez Castañeda
Dido para Eneas, María García Esperón
Vuelta a casa, Antonio Malpica
Tal vez vuelvan los pájaros. Mariana Osorio Gumá
Los sapos de la memoria, Graciela Bialett
Mundo Umbrío , Jaime Alfonso Sandoval
El libro de los héroes, Antonio Malpica
Sandman, Neil Gaiman
Adonde no conozco nada, Antonio Malpica
Stardust, Neil Gaiman
Esta lista no es exhaustiva; en otra entrada haré más recomendaciones, además de una lista para Viejos lobos de mar…