De lo cotidiano

Bitácora de Dalina Flores

El placer de vivir a través de la experiencia literaria

Hace unos días, la extraodinaria Carmen Alanís hizo una clasificación incuestionable sobre los libros, más allá de prejuicios académicos o culturales. Desde una visión hedonista, Carmen señala que hay ‘libros que sí’ y ‘libros que no’. Independientemente de la contundencia de la clasificación y claro, de su sencillez, me parece que su propuesta es fundamental y necesaria en un mundo plagado de impostaciones. Solemos decir que elPrimero sueño, de Sor Juana, es una lectura esencial para quien se precie de ser buen lector, culto, intelectual, apasionado. Lo mismo pasa con Paradiso y hasta Rayuela. Estoy de acuerdo; sin embargo, no veo por qué a todo el mundo le deben representar estas pasiones. Tampoco quiero decir que deba imponerse el relativismo de considerar como literario cualquier mamotreto que llegue a nuestros ojos. No.

La literatura, precisamente, tiene la capacidad de transformar la vida del lector por lo que representa, por la forma en que lo mueve o lo marca. En este sentido, no todas las publicaciones poseen el ‘duende’, ese espíritu lúdico y creativo del que hablaba García Lorca, que los hace pertenecer a la estirpe de los ‘libros que sí’. De acuerdo con Carmen, “los libros que sí son los que seducen, atrapan, envuelven y confrontan. Historias que me sacan de mi vida cotidiana y me instalan en una casa nueva, ilusoria, breve, ficticia pero muchas veces más real que la casa en la que habito.”

Un ‘libro que sí’ ofrece al lector la posibilidad de experimentar vivencias reales, impactos emocionales, sensaciones intensas y deleitosas, a través de su lectura. Lo hace apropiarse de la ficción de una manera en que las huellas de la experiencia quedan para siempre en su piel y en su memoria. Así, el acto cognitivo de leer se convierte en una práctica orientada hacia el placer. Leer literatura otorga la posibilidad de vivir con todos los sentidos. Pero, además, la ficción nos permite, como lectores, tener alas y crear mundos más complejos y diveros del que nos rodea.

De acuerdo con Hölderlin, la literatura nos permite evocar, invocar y provocar emociones y experiencias; la evocación nos conduce a revivir el pasado a través de la representación, por lo que podemos estar en contacto con esa parte de nuestra historia y le permitimos actualizarse en un proceso de aprendizaje recursivo. Asimismo, al leer literatura, invocamos realidades, propias y ajenas, a las que damos vida y certeza; les permitimos existir tan sólidamente como el más arraigado pasado o el futuro más sugestivo, y se van edificando como una nueva habitación. Finalmente, lo literario nos provoca, nos mueve; como dice Carmen respecto a los ‘libros que sí’: nos confrontan. Una vez que hemos sido tocados por la lira, nuestro espíritu se modifica, se renueva. Nace una y otra vez. Nos permite crecer, reconocernos. Pero también nos expulsa de nuestras zonas de comfort cotidianas, haciéndonos partícipes de la vida.

Por eso leer literatura es vivir intensa y ampliamente. Por eso las pasiones desbordadas que nos aquejan. En este sentido, sin querer ser sacrílega, la experiencia literaria no sólo es una forma de vida, también es un culto. Algunos amigos me han dicho que mi pasión por la obra de Antonio Malpica, por ejemplo, es exagerada; que los autores no tendrían que ser depositarios de tal veneración. Y, como he dicho, creo que la literatura me permite experimentar pasiones sin límites: sí, soy muy ferviente y devota lectora. Sus novelas (para todos los gustos y géneros), así como las de otros imprescindibles, me han hecho amar la vida. Amarla más. Creo que la posibilidad de vivir tantas experiencias a través de la literatura es lo que más me gusta de estar viva. Leer es un acto placentero, seductor, exultante.

Y precisamente porque acabo de leer una de sus novelas, cuya naturaleza pertenece a los libros que sí, es que ha surgido esta reflexión. Como bien ha dicho Carmen, la lectura deSoldados en la lluvia me llevó a otros mundos, paradójicamente, muy cercanos. A través de su historia he podido recuperar una mirada de lo que significó, en particular, la revolución mexicana, pero también lo que sigue significando una guerra; y sobre todo, he visto nacer la esperanza de mitos antiguos cuya esencia se actualiza en todo lo que nos hemos narrado como humanos.

A partir de una estructura no lineal, con intertextos lúcidos, el autor recupera un mito bíblico, que nos lleva a vivir en carne propia las carencias e injusticias sufridas por una comunidad atrapada por una absurda guerra interna. Especialmente nos relata las vicisitudes de Héctor, Flor y su abuelo moribundo, en medio de la rapiña y el sinsentido del discurso histórico. El narrador-personaje cuenta, a través de dislocaciones espaciotemporales, tres historias que habrán de integrarse de una manera sorpresiva y que nos permiten reflexionar sobre la vida que cada uno de nosotros poseemos. El entramado, tejido magistralmente, ofrece la plataforma en la que cobran vida personajes entrañabilísimos. Su configuración, tan cuidada y precisa, apremia al lector a otorgarles no sólo un rostro, también un espíritu. El logro más notable de la novela radica, precisamente, en su capacidad para establecer el pacto ficcional con el lector.

Otro recurso destacable, sobre todo para la interpretación de las referencias narrativas, es el desplazamiento de la focalización de la historia oficial hacia las pequeñas historias que construyen, sin aspavientos, la cultura real. Desde la visión del nuevo historicismo, el autor centra nuestra atención en la vida de dos pequeños huérfanos que viven con su abuelo porque la fatalidad así lo decidió. La lucha revolucionaria se convierte entonces en una situación mucho más cercana de la que se ‘aprende’ en los libros de texto, y por eso se asume de otra manera. Hay más heroísmo en las acciones de un niño de 9 años que trata de ganarle al diablo la vida de su abuelo, que en los fríos héroes nacionales.

De esta manera, contar desde los márgenes significa dar voz a quien no la ha tenido. La novela de Toño Malpica nos permite hacer una revisión de la historia desde las afectividades y los conflictos diarios y no desde los reproducidos por la historia oficial. A diferencia del discurso que nos ha enajenado con historias de héroes plastificados, enSoldados en la lluvia vemos una  Revolución mexicana retratada sin imposturas ni heroísmo, más que el del coraje y la vida. Una perspectiva que sitúa al lector justo en el corazón de personajes ‘vivos’ que cobran vida en un episodio histórico asimilado como propio.

Pero Soldados en la lluvia también es un juego, un divertimento cuyo enigma va pautando el ritmo de lectura. A través de una polifonía imperceptible, el autor presenta la complejidad de la naturaleza infantil, la lógica y la determinación del mundo de los niños. Es una historia fabulada por un personaje muy cercano al lector, quien nos hace sentir el mundo revelado por la ficción y sus pasiones como si fueran nuestros. Finalmente, la novela presenta historias paralelas donde lo único cierto es que el destino alcanza a quien tiene que alcanzar.

Como lector, de pronto dan ganas de abrazar a los personajes, de decirles que no están solos, que la mirada de quien lee los protegerá de sus infortunios. El nivel de empatía transgrede la lógica de la lectura y nos sitúa junto a cada personaje, en sus palabras, en sus silencios. Leer esta novela ha significado una forma de abrazar la vida; de reinterpretar los mitos, para sentirme tocada y protegida por la voz de la palabra y de la historia que no es sino el reflejo de nuestras propias aspiraciones.

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