Erotismo más allá del cuerpo
En Occidente es muy común encontrarse con la idea de que el erotismo tiene la forma del deseo anclado al cuerpo; de un deseo material encauzado en satisfacer las necesidades de las pulsiones somáticas. La publicidad y otros discursos hegemónicos (que han objetualizado a las mujeres a lo largo de muchos siglos) seguramente han dejado esta impronta. También la necesidad de seguir conservando nuestra especie ha dirigido nuestras conductas sexuales: los varones deben ser activos, seductores y alardear de su fuerza para someternos a sus pasiones; ejercer su poder para fecundar. Las mujeres, en nuestra condición de hembras, hemos de ser pasivas, recipientes abiertos donde se pueda fertilizar la tierra. Somos territorio para explorar y colonizar. Esa ha sido nuestra historia desde siempre; sin embargo, han existido, de forma soterrada, mujeres que asumieron su deseo y sus pasiones sin la demarcación patriarcal, a costa de su reputación y hasta de su vida (como en las cacerías de brujas). Estas condiciones han invisibilizado los cuerpos -y deseos- femeninos, mientras los varones disfrutan y alardean de todo lo que del suyo se deriva.
Por ello, no es extraño que en los discursos artísticos, académicos o publicitarios se explore el efecto libidinal desde la materialidad del cuerpo. El cuerpo asumido como vehículo para darle cauce a las pasiones. El cuerpo como el espacio y medio en el que se exacerban los efectos de cualquier excitación derivada de las pulsiones genitales, pero también como fin, razón o causa para buscar o intensificar esos estímulos. Los varones pueden regodearse en la búsqueda, el proceso y el objetivo a que los llevan sus exploraciones sexuales; las mujeres, a quienes nos ha sido vedado el cuerpo, tanto que ni siquiera podemos nombrarlo, no nos queda sino la imaginación.
No lo sé de cierto, lo supongo porque he vivido el proceso de recrear la imaginación y las emociones desde la evocación (la insinuación o las alusiones) más que desde la consumación material de los efectos del deseo sexual; sin embargo, a final de cuentas, resulta tan excitante como si se vivieran a través de la materialidad del cuerpo. Para la satisfacción del apetito sexual masculino, según Alberoni, es necesario activar los sentidos físicos, sobre todo la mirada y el tacto. Para los varones, ver curvas, depresiones, así como la exaltación de otros sentidos: olores, sabores, texturas, resulta una incitación incuestionable para la unión sexual. Probablemente, para ellos, el deseo (no necesariamente el amor) nace de las percepciones sensoriales y, de ahí mismo, la necesidad de satisfacer las ganas a partir de una acción unívoca: el orgasmo. Esa es la impresión, por lo menos, que los discursos hegemónicos nos han dejado tener sobre el erotismo masculino. Para las mujeres (que además somos multiorgásmicas, aunque las represiones sistemáticas a lo largo de la historia no nos han permitido reconocer ni disfrutar esta condición) el proceso es muy distinto: necesitamos, como dice Sabines, tiempo, abstinencia, soledad… y estímulos intelectuales.
A pesar de que Alberoni reconoce que las percepciones sensoriales también son importantes para detonar el deseo de las mujeres, al asegurar que el erotismo “femenino [es] más táctil, muscular y auditivo, más ligado a los olores, la piel y el contacto” no cabe duda de que si agregamos algún elemento que integre la compenetración, desde el diálogo y el reconocimiento con el otro cuerpo, la sensualidad se intensifica. Para la mayoría de las mujeres es importante jugar con la imaginación y evocar, a través de las posibilidades, situaciones recreadas artificialmente en el cerebro, donde las pasiones se exploren a partir de las emociones e, incluso, de la seducción intelectual. O tal vez también es un prejuicio que los discursos oficiales han difundido para seguir negándonos el derecho a vivir a través del cuerpo las pasiones que se han asociado a prejuicios clasistas discriminatorios. No sé, por ejemplo, si todas las hembras humanas se exciten al ver un especimen masculino mesomórfico desnudo, o imágenes de sus órganos genitales, como suele ocurrir, según cuentan los medios, con los varones, pues aseguran que, algunos de ellos, tienen respuestas fisiológicas, de preparación para el coito, con sólo observar el torso desnudo de una mujer, o al sentir el contacto mínimo de una piel femenina. Tal vez, lo único que podría considerar que tenga algo de cierto es lo que señala Bataille sobre el erotismo cuando asegura que sólo los seres humanos podemos llevar algo tan corporal y utilitario, como el coito para la reproducción, al nivel de lo sagrado.
Yo no lo sé, en efecto, porque mi materialidad me ha dado experiencias que, tal vez, podría asumir que son válidas para la mayoría de los cuerpos femeninos, aunque no dudo que existan mujeres a quienes les apasione observar la belleza masculina en toda su desnudez como preludio para el sexo…Cuando intentamos “ensayar” ideas, solemos caer en la tentación de creer que de nuestro tecleo en la computadora saldrán verdades universales inapelables; aún no alcanzo a entender la lógica del pensamiento humano al pretender que lo que, por ejemplo, yo percibo del mundo, sea igual o similar al resto de mis congéneres. Sin embargo, tal vez, cuando externamos nuestros sentires o “saberes” podemos abrir puertas al diálogo y al reconocimiento; tal vez, algunas otras personas se sientan identificadas, o incluso exiliadas de las experiencias compartidas y eso nos lleve a ampliar o matizar nuestras propias experiencias. Así es que, en lugar de pretender que entiendo algo sobre el mundo de lo erótico, sexual, sensual, sensorial, me limitaré a dilucidar, con la intención de organizar mis ideas, más que de explicar nada, cómo he experimentado el erotismo a partir de las condiciones particulares de mi cuerpo y sus circunstancias.
No hablaré más, entonces, de erotismo masculino o femenino, sino de las formas íntimas en que Eros se ha manifestado en mi cuerpo, siempre impulsado por las ideas, el alma, la mente, no sé, por algo que Gorostiza y otros autores han llamado inteligencia, cuya cualidad enlaza el cuerpo con el espíritu (o algo así). Es obvio, antes que nada, que estoy limitada por las posibilidades y expresiones de mi condición fisiológica; sin embargo, éstas son muy amplias. Empezando por mi piel, en la que he identificado diversos tipos de sensores que reaccionan ante cualquier estímulo; pero éstos deben ser muy sutiles. Apenas sugeridos para que la imaginación detone otras reacciones. Contrario a lo que suelen promover algunos discursos visuales, donde los estrujamientos violentos excitan, mi experiencia sostiene lo contrario: es más provocativo un ligero roce.
Otro elemento fundamental para la exaltación del deseo es el sonido. La voz masculina puede, literalmente, arrancar un orgasmo inesperado. Escuchar ciertos timbres, intensidades, profundidades, colores, desata la imaginación hasta dejarnos caer en el vacío. Y si al sonido le agregamos otros elementos semánticos, como la entonación, y, literal, el significado de las palabras que pueden ser enunciadas activando otros elementos paralingüísticos como la mirada, los desplazamientos y la proximidad, seguramente el cuerpo femenino responderá derramándose. Pero esa respuesta, desde mi perspectiva, no necesita ser saciada con lo físico. Es mucho más eficaz si la situación erótica se queda suspendida y la imaginación potencializa las posibilidades sensoriales del cuerpo seducido.
El despertar del deseo está justo en ese momento en que el estímulo, sutil, sugerido, se presenta y la imaginación empieza a desbordarse en busca de una o mil formas de cristalizarse. El momento de duda, diría Todorov, entre darle una explicación o maravillarse, cuando habla del efecto de lo fantástico, trasladado al efecto de lo erótico equivaldría a ese instante en que se suspenden las ideas y se da espacio para que el cuerpo o la imaginación, o ambos integrados, decidan hacia dónde transitar luego del estímulo para llegar al orgasmo: al aterrizaje fisiológico, a través del coito, o construirlo, desde la propia piel, a través de la imaginación. El erotismo, como lo fantástico, está sostenido en la duda, en la incertidumbre; en la imposibilidad de las certezas.
Ese momento, la duda, es una invitación a dejarse caer en el espacio regido por Eros; en apariencia vacío, pero lleno de posibilidades (el espacio donde conviven Eros y Thanatos, justamente). A diferencia del sexo físico, mecánico incluso, pues puede realizarse como cualquier otra necesidad fisiológica, sólo para satisfacerla, de manera burda y primitiva, el erotismo seduce, sin coaccionar o conducir las respuestas. Esa libertad es una especie de vértigo que se desparrama entre el sexto y séptimo chakras, para producir reacciones físicas que se incrementan ante el juego de la seducción. Invitar al placer es jugar sabiendo que cualquiera de los participantes debe perderlo todo, para ganarlo todo.
Pero existe también un gozo irracional ante la insatisfacción de las pasiones, por lo que el deseo permanece latente y nos deja siempre abiertos y dispuestos hacia el otro. Esa búsqueda nos convierte en espacios que van a la caza de muchos tipos de estímulos. Y justo ahí es donde la incertidumbre es seductora, pues su condición abismal, cuya esencia podría ser angustiosa, nos lleva al éxtasis en el que perdemos el control del cuerpo. La experiencia se convierte en un ritual casi místico o religioso donde perdemos la materialidad y nos quedamos suspendidos mientras dura el episodio extático. Éste es también el efecto de la literatura erótica, pues en su condición de posibilidad intangible, exacerba la construcción de la imagen evocada y por eso los lectores vamos tras ella. El erotismo surge de la alusión, de la representación o símbolo que sólo se sugiere; quien lee se apropia de la sugerencia para darle sentido a partir de sus propios deseos. La pornografía, al contrario, es explícita y descriptiva; se centra en recrear el coito como un juego de poder y sometimiento. El erotismo exalta los sentidos sin tocarlos artificialmente; la pornografía se centra en el cuerpo, en su materialidad y conduce las ganas hacia la consumación, como acto mecánico, pero no las provoca.
Es justamente la provocación lo que exalta nuestras pasiones. Y ésta puede generarse por estímulos que no tienen nada que ver con el cuerpo; que trascienden la materialidad de los sentidos, porque ante la seducción de la inteligencia, por ejemplo, que no tiene forma física, es imposible resistirse. Al escuchar una idea inteligente, planteada de forma encantadora, el cuerpo se excita a tal punto que se manifiesta a través de condiciones fisiológicas intensas: taquicardia, elevación de la temperatura, inflamación de zonas erógenas, sudoración y lubricación. Cuando dos organismos se conectan más allá del cuerpo, es el deseo de poseer al otro a nivel intelectual lo que los hace despojarse de la propia individualidad y abrirse a la seducción del encantamiento emanado del individuo deseado (al punto en que se desea también el cuerpo que lo contiene). No es sólo la inteligencia, sino la forma de ver el mundo y la interacción que se establece entre las ideas de ambos organismos: como si se fuera tejiendo una red a 4 manos (o a 2 cabezas); probablemente esa integración-fluido (fluyente; que va de un lado al otro sin detenerse) podría ser la esencia de la “química” intelectual; del deseo por el otro, sin que importe el cuerpo. No hay nada más erotizante que una conversación inteligente y estimulante, aunque quien la emita tenga cuerpo de hombre, de mujer o de quimera.