La lectura por entregas y los jóvenes
(O intento de respuesta para los que desacreditan sin leer)
J.K. Rowling, con Harry Potter, le dio popularidad a una práctica muy común en la comunidad anglosajona: el gusto por la lectura de sagas. Dimensionó esta tendencia a nivel mundial porque en lengua inglesa y alemana, aun antes de Tolkien, ya era común que las editoriales apostaran a vender narraciones por entregas.
Las sagas sajonas siguen un formato preestablecido, donde es muy fácil reconocer los recursos sobresalientes: el héroe y su camino, las pruebas, objetos mágicos, un enfrentamiento final y una resolución que se repite, más o menos de la misma manera, según la etapa de la entrega, pero siempre dando prioridad a la trama. Asimismo, los autores, variando un poco de personajes (vampiros, duendes, elfos, magos, etc.) adoptan el modelo, con algunas pinceladas de diferencia al paisaje y a los conflictos principales, pero la estructura sigue siendo muy similar a la planteada por Propp, en su análisis de los cuentos rusos, donde se da más énfasis al conflicto, a las acciones y a las secuencias que a otros elementos de la narratividad discursiva.
No es mi intención disertar sobre la validez literaria de este tipo de composiciones que sin duda encuentra su origen en la más ancenstral tradición épica sajona; sin embargo, es preciso reconocer que sus elementos son producto de su acervo mitológico particular y de sus costrumbres, o sea, responden a una realidad cultural específica, en mayor o menor grado, ajena a la cultura latinoamericana. Aunado a ello, no todas las propuestas editoriales que las difunden han sido planteadas, ni cuidadas, desde una intención literaria. Encontramos entre ellas proposiciones interesantes y sólidamente estructuradas como la trilogía de Los juegos del hambre de Suzanne Collins o Millenium, de Stieg Larsson, hasta narraciones muy pobres como el caso de las sagas de Stephanie Meyer.
En 2011, el escritor chileno José Ignacio Valenzuela publicó Hasta el fin del mundo, la primera entrega de su Trilogía del Malamor, como una respuesta, en sus palabras, a la moda sajona. Él partió de la idea de dar una opción al público latinoamericano para leer algo que le fuera cercano en cuanto a paisajes y mitología. Igual que otras alternartivas interesantes, la saga de Valenzuela se ha publicitado poco en México; resulta desconcertante, entonces, la difusión y entusiasmo con que las editoriales promueven otras obras, y confinan al lector mexicano, en su mayoría jóvenes, a ser colonizados por propuestas comerciales que, por su facilidad de lectura y su nula exigencia de competencias lectoliterarias, son productos más rentables.
En México, extrañamente (o no tanto), se le ha dado un impulso editorial a las sagas extranjeras de una manera casi patológica; los jóvenes las leen por su facilidad de digestión y, además de las campañas publicitarias que las posicionan como éxitos rotundos de venta, la tendencia juvenil de agrupación hace que se recomienden y discutan entre un creciente número de lectores. Esta situación, que podría considerarse de gran éxito comercial, muchas veces no nos permite darnos cuenta de que en este país hay escritores muy solventes, con propuestas narrativas interesantes, lúdicas y efectivas que no han tenido tanta difusión como lo amerita su obra y que, a pesar de ello, tienen un gran número de lectores. Particularmente me refiero a los casos de Jaime Alfonso Sandoval, con la saga que inicia con Las dos muertes de Lina Posada, (que me resultó casi imposible de conseguir en Monterrey, por ejemplo), y de Antonio Malpica, con su extraordinaria propuesta de El libro de los héroes que, por mucho, supera la calidad narrativa y literaria de muchas sagas sajonas más publicitadas.
En esta saga, que inicia con la novela Siete esqueletos decapitados, el autor configura, en primer lugar, personajes muy complejos, delineados con maestría a través de la precisión de su caracterización psicológica y del planteamiento de los conflictos, que permiten ‘verlos’ y ‘sentirlos’ como seres reales, construidos en tercera dimensión. La trama presenta intrigas que se van complicando a medida en que conocemos más a los personajes y su contexto. Así, pasamos de una serie de asesinatos ‘sugeridos’ en la primera entrega, a terribles crímenes detallados, sin llegar a la descripción hiperrealista, muy crudos, que involucran de forma inteligente al protagonista, en la segunda parte: Nocturno Belfegor. En esta entrega, no sólo se complican los homicidios, sino los conflictos y las partes nodales de la narración, aderezada con referencias musicales clásicas y modernas que deleitarán a los melómanos.
El planteamiento de los conflictos reta al lector continuamente al presentarle pruebas que debe resolver junto a los personajes principales, y al mismo tiempo, lo obliga a hacer inferencias y sacar deducciones que necesariamente lo involucran en la construcción del sentido. Cada que Farkas, uno de los personajes más enigmáticos de la trama (cuya naturaleza se va revelando a lo largo de la historia de los primeros tres volúmenes de la saga) pregunta a Sergio: ¿Cuánto miedo puedes sorportar, Mendhoza?, el lector se estremece junto al protagonista como si la pregunta fuera dirigida a todos los que atisbamos dentro de la ficción.
Los procedimientos narrativos en general son muy eficaces pues las historias se resuelven con rapidez y nunca se pierde la tensión; esta característica del ritmo es un recurso explotado de manera más evidente en la tercera entrega recién estrenada: El llamado de la estirpe. Esta novela no le permite al lector un momento de sosiego. Todo el tiempo se ve implicado en las continuas peripecias del protagonista a través de un viaje vertiginoso donde enfrenta demonios y otros seres perversos de la mitología y la historia, como el extraordinario personaje Elsa Bay que concatena la esencia de una gorgona mitológica y el sórdido personaje histórico Erzabeth Báthory.
Más allá de cualquier exégesis o proceso hermenéutico, la lectura de las tres novelas que, por el momento, integran la saga de El libro de los héroes es una experiencia irremplazable donde el lector no sólo activa su imaginación, sino se ve envuelto en una serie de sensaciones que le permiten vivir, confrontar y superar sus propios miedos. Es una obra que cualquier lector, mexicano o no, disfrutará enormemente pues Antonio Malpica, en cualquier tipo de narración literaria que se proponga, emplea el lenguaje magistralmente a través de una gama muy amplia de registros.
‹ De lo cotidiano (que termina en Guerra mundial) II Dientes de león para perseguir los sueños ›
Excelente artículo, ahora nos pondremos a leer la obra de Antonio Malpica
Todos los libros, que no son pocos, de Antonio Malpica y de su hermano Javier son buenísimos. Ellos a golpe de calidad se han ido labrando un grupo de fieles seguidores entre los que me cuento. Como se dice en el artículo, es una lástima que su obra no tenga la difusión que merece.