Notas sobre la escuela
Hace unos días, noté que mis amigos coincidían en su principal preocupación: la elección de una escuela para sus hijos. Y recordé que hace algunos años, yo también viví atribulada por la misma causa. En México, igual que en el resto de América Latina, la educación es, además de un tema muy manoseado, un asunto vital para el desarrollo individual y social, lo cual todos sabemos, pero, paradójicamente, propuestas van y vienen aunque nunca hayamos podido resolver el problema.
Es curioso cómo la gente de mi contexto suele no creer en la educación pública – y no los acuso, hemos visto que el sistema está lleno de la filosofía gordillo que, nomás de nombrarla ya da roña, y si a ello sumamos el alto nivel de violencia que viven a diario los estudiantes y maestros, no quedan muchas ganas de buscar refugio en esa opción. Creo que la reforma más urgente en este país debería realizarse en este rubro, sin embargo, no sé hasta cuándo tomaremos cartas en el asunto.
Mientras eso llega, no podemos soslayar que la educación privada, sea cual sea, no sólo es altamente dañina para nuestros bolsillos, también se encarga de difundir y legitimar un discurso que inserta el proceso formativo de los individuos dentro de un marco capitalista que, definitivamente, es el parangón de la educación actual, donde lo importante es competir, sobresalir, mostrar la superioridad individual, a costa de lo que sea. Y no digo que este paradigma no esté vigente también en la educación pública; de hecho, lo que me preocupa es que sea una tendencia cultural tan arraigada. Mientras sigamos formando a los alumnos en el presupuesto de la competencia, no podremos fomentar la solidaridad, la empatía, ni los procesos para la construcción comunitaria.
Considero que lo más importante en la formación de los individuos, venga ésta de donde venga (la casa, la escuela, otros grupos sociales), es la estimulación del espíritu altruista para, como decía el Che Guevara, llegar a ser adultos capaces de sentir como propia cualquier injusticia cometida contra cualquiera. Realmente no pretendo hacer una disertación profunda sobre los problemas de la educación capitalista, ni cómo apostar a la promoción de la formación altruista, sin embargo, creo que sí deberíamos cuestionarnos sobre cómo algunos modelos educativos en México, lejos de promover una educación integral desde la perspectiva constructivista, realmente promueven el individualismo y la competencia desleal a través de proyectos mal enfocados: prefieren organizar miniolimpiadas, donde los pequeños deben probar su superioridad física, que programas integrales de reciclaje o de forestación; para muchas escuelas ‘constructivistas’ sigue siendo más importante pertenecer al cuadro de honor que la integración de una orquesta o cualquier otra actividad comunitaria.
Y si a esto le sumamos el déficit en la información que se da a los estudiantes, por las causas que sean (incompetencia del cuerpo docente, infraestructura, sesgos religiosos o ideológicos) y que se agrava con la ausencia de una disciplina mal entendida, sin duda, las escuelas actuales son los sitios menos indicados para educar a nuestros hijos. Y claro que sería muy difícil para los padres, de forma autónoma e individual, tratar de solventar estas carencias, sin embargo, desde mi perspectiva, tengo una hipótesis que les quiero compartir, aunque sé que no es nada nuevo, pero tal vez podría aportar algo a la disminución de su nivel de estrés: la escuela es, como sabemos, uno de los mecanismos de control que emplea el sistema para hacernos dóciles y fáciles de insertar en el mundo productivo (capitalista), pero que está muy arraigada en la construcción social y cultural, o sea, no podemos prescindir de ella; incluso, desde una perspectiva optimista, es fundamental para el desarrollo de algunas de nuestras habilidades sociales porque, aun a costa de ella, logramos establecer lazos y relaciones con nuestros pares. Es decir, tenemos que ir a la escuela. Los chicos, de manera ideal, tienen que ir a la escuela y aprender a adaptarse a las condiciones que cada una (tengan el sistema que tengan) les ofrezca, pero para ello, el estudiante (nuestros hijos) deben estar equipados con otras habilidades que, ciertamente tendrían que reforzarse en los recintos académicos pero que, a falta de esa visión, tendremos que proveerles en la casa, o en otros grupos sociales.
En este sentido es que he podido corroborar que lo único indispensable en la educación de un individuo es el arte, la lengua y la literatura. Lo demás es lo de menos; se desarrolla, busca o florece por inercia, una vez que el contacto con el arte nos ha permitido crecer con los sentidos más agudos, más receptivos. La música, la pintura, la danza, etc., permiten que el espíritu humano se libere y busque otros caminos, conserve la belleza, abra puentes para la comunicación. El arte libera la sensibilidad en todos los niveles. Y un alumno sensible es capaz de cualquier cosa: de sentirse emocionado, pero también integrado.
Entonces, no importa que la escuela sea la que sea (mientras no ponga en peligro la vida de los niños) mientras, en la casa, nuestros hijos puedan tener acceso a diferentes manifestaciones artísticas de todos los tiempos. Por otra parte, es primordial, desde mi perspectiva, que como padres nos involucremos en el desarrollo lingüístico de nuestros hijos pues es a través de la lengua que conocerán el mundo, el actual y el pasado; crearán y proyectarán el futuro, pero sobre todo, irán construyendo una plataforma muy sólida para el aprendizaje y, con ello, los procesos cognoscitivos que darán lugar al pensamiento crítico. Y cuando me refiero al desarrollo lingüístico, no quiero decir que ya tengan o desarrollen estructuras complejas o una gran disponibilidad léxica, sino que más allá de eso, sepan que la lengua es una estrategia y que tiene una infinidad de usos de acuerdo con los contextos.
Finalmente, el contacto con la literatura, permitirá que los chicos tengan visiones y experiencias de vida muy amplias, como consideramos en la filosofía biblionauta: “la lectura nos permite abrir puertas y ventanas; viajar a mundos y experiencias desconocidas, conocer personas y lugares con cuyos encuentros podemos ampliar nuestras miradas y reconocer la diversidad; por eso, para nosotros, leer es detonar dispositivos para generar un mundo más abierto y respetuoso. Al leer, vivimos nuestras propias experiencias y aprendemos de las que sentimos vicariamente. En este recorrido, experimentamos un abanico muy amplio de emociones con las que vibra nuestra naturaleza, pero sobre todo, sabemos que, solos o en compañía, estamos generando redes de lectura, a través de vínculos afectivos con los otros. Para Biblionautas, leer literatura significa abrir diálogos infinitos con los demás, así como transitar rutas para conocernos y amarnos con todas nuestras diferencias. Por eso, leer literatura no es la elección de una práctica, sino de una forma de vida.” Creo que mientras no privemos a nuestros hijos (y alumnos) de estas experiencias, poco importa el modelo educativo escolar contra el que tengamos que luchar.
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