De lo cotidiano

Bitácora de Dalina Flores

Pequeña apología del arte (o defensa del placer en la enseñanza de la literatura)

El arte es uno de los elementos primordiales para la construcción de la comunidad y, como cualquier otra de nuestras necesidades básicas, tendría que ser satisfecho para el desarrollo integral del ser humano. Una de sus características más trascendentes es que, como está en continuo movimiento, también va gestando formas de relación flexible lo que, sin duda, provoca que los vínculos humanos se propongan desde la diversidad y la inclusión.

Hay tanta pluralidad en las propuestas artísticas, tantas formas de enfrentar y comprender el mundo, que su experiencia, como creador, intérprete o espectador, activa no sólo el pensamiento crítico y la sensibilidad estética, sino también la capacidad para integrar distintas ‘verdades’ a la propia. Quién podría asegurar que la belleza no se encuentra en la fuerza de los trazos de un Kandinsky; o en la sublime pureza de la mirada (que no la sonrisa) de la Gioconda. El arte nos ofrece, en experiencias gozosas, la posibilidad de percibir las miríadas de eventos de la humanidad, y hacerlas nuestras. Eso es suficiente para promover la experiencia artística como vehículo imprescindible en la construcción de la comunidad.

Es cierto que el arte, por otro lado, no sirve para nada que pueda ser verificable desde postulados positivistas. Es indiscutible que su función no es utilitaria y que por eso, en un mundo que prioriza los bienes materiales como indicador de éxito, resulta difícil involucrarse en el ámbito de la producción y consumo artísticos. Sin embargo, así como dormir y soñar, la experimentación artística es una exigencia de nuestra naturaleza que nos permite una comunión integral y nutrida con el universo.

En La imaginación y el arte en la infancia, Vygotsky señala que el contacto con el arte deja una huella imborrable en los niños, que no se puede percibir con certeza, pero que indudablemente servirá como plataforma para sus procesos de aprendizaje y comprensión del mundo en sus posteriores etapas de desarrollo. En este sentido, acercar a los pequeños al arte redundará en el enriquecimiento de sus propias experiencias vitales, pero también en su involucramiento para modificar o enriquecer su contexto; es decir, será sensible para contribuir a la construcción de una sociedad más afectiva.

De acuerdo con algunas doctrinas filosóficas, el fin último de la existencia humana es la felicidad; nacimos para morir, pero en medio del camino, sea breve o interminable, la felicidad tendría que definir nuestra esencia y estancia. No me cabe la menor duda de que, entonces, el arte es un elemento primordial para que ese tránsito por la vida sea efectivamente feliz. Y no quiero decir que esta felicidad refleje sólo alegrías menores, sino la capacidad de vivir intensamente, apostándolo todo, con plenitud. Por eso, una de las funciones principales de la escuela debería ser acompañar a los estudiantes, de todos los niveles, en su tránsito hacia y por la felicidad, otorgándole detonadores que le permitan desarrollar la emoción estética.

En la educación tradicional, sin embargo, la enseñanza (o el acompañamiento en la experimentación) del gozo ha sido vedada, pues en una sociedad represora del placer no hay cabida para la alegría ni la voluptuosidad. El sistema se ha encargado de mutilarnos la capacidad de sentir. El derecho al placer está penado y perseguido. Por otra parte, no sólo es una cuestión de imposición ideológica para reproducir prácticas enajenantes lo que ha dificultado el camino para el deleite, sino la imposibilidad intrínseca de que la recepción del arte sea un proceso tangible.

La enseñanza de la literatura, desde el gozo, tendría que romper con la tradición clásica, sin perder su relevancia académica; su orientación debería promover actividades impulsoras del pensamiento crítico y la emoción estética, a través de procesos primordialmente lúdicos. Huizinga dice en Homo ludens que el juego es ancestral y determina todo tipo de relaciones en cualquier sociedad humana y, aunque parezca informal y desenfadado, es sumamente serio. Sin embargo, su fin último es el gozo, proscrito en sociedades que requieren del ser humano su mano de obra, su productividad, no su placer.

El juego es un vehículo para el placer, pero a las sociedades occidentales actuales lo único que les interesa es someter a las masas, unificarlas; el juego entonces tampoco tiene cabida. Pero si uno de los objetivos más claros del arte es la emoción estética y la búsqueda del gozo, entonces, tendría que ser una prioridad para los programas escolares incluir prácticas lúdicas. Es tiempo de que en la escuela aboguemos por un acercamiento que apuntale la posibilidad del placer. La enseñanza-aprendizaje de la literatura, precisamente, nos ofrece una gama muy amplia de posibilidades para hacer de su experiencia un deleite continuo.

La enseñanza de la literatura tendría que contribuir a que el estudiante experimente una apropiación plena del texto, más allá del reconocimiento y clasificación de corrientes y estructuras. El docente, como facilitador, debería ayudar a construir puentes entre el lector y la obra; apuntalar esa transacción a la que se refiere Rosenblatt, en la que el lector pueda sentirse un personaje y padecer con él; dejarse arrastrar por la fuerza de la emoción narrativa o lírica. A través de actividades lúdicas constructivas y preguntas detonadoras, el acompañamiento desde lo académico, debería promover el diálogo y la reflexión ética y estética para integrar la experiencia literaria como una forma de vivir el texto con plenitud.

Cuando dejamos de ser ‘productivos’ para la sociedad, ¿qué nos queda?, quizás, resguardarnos en nuestra propia intrascendencia. Sin embargo, cuando el arte nos ha acompañado a lo largo del camino, siempre significará un detonador de emociones que nos sorprenderá con mil posibilidades. He sabido, por ejemplo, de muchos adultos mayores que le temen a la jubilación porque no se ven sin algo ‘provechoso’ que hacer; le temen a una rutina vacía. Sé muy bien que si nuestras competencias incluyen la sensibilización hacia el arte, nunca nos sobrará tiempo para poder disfrutar de la vida. Conozco jubilados que disfrutan plenamente su vejez leyendo, pintando, bailando, y son la envidia de todos los tristes mortales que aspiramos a tener más tiempo ‘libre’ para vivirlo en compañía del arte.

El arte nos rescata de la rutina, de lo pedestre; nos hace vibrar y emocionarnos con cada una de sus manifestaciones y la multiplicidad de formas que tenemos para asumirlas. Si no creemos en el sistema educativo tradicional, que poco a poco cercena nuestra capacidad para la expresión y la emotividad, como adultos responsables y proactivos en la edificación de una sociedad incluyente, deberíamos tomar cartas en el asunto: leamos por placer.

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