Elotitos para el mal humor
Al regresar del partido de Luna, venía súper enojada por varias razones: en primer lugar, jugaron contra un equipo de chicas súper agresivas que le pusieron una reverenda golpiza, rasguñada y desgreñada a mi corazoncito de teletubi, que sólo las madres entenderán cuánto era mi dolor (claro que ahora, la Luna ya no se deja, y bueno, más que polo acuático, aquello parecía lucha grecorromana en agua).
Aún venía rumiando mi indignación, cuando nos tuvimos que chutar no sé cuántas horas de tráfico vehicular por el malhadado buenfin y porque, como suele suceder a ciertas horas en Regiolandia, se nos atravesó el tren. Y fuimos testigos de una de las prácticas más populares por estos rumbos y estas fechas: quinceañeras celebrando trepadas en ridículas hummers convertidas en limusinas.
Al principio me pareció horrible el espectáculo de ver a los imberbes personajes desgañitándose a todo pulmón, con horrendas canciones que no sé de dónde sacaron (ya sé que imberbe significa sin barbas, para aquellos puristas que cuestionen mi adjetivación, pero ¿quién ha visto a una quinceañera bigotona?); sin embargo, luego de tener que esperar un considerable número de minutos a que terminara de pasar el tren, la intolerancia ‘artística” (mi malestar era por lo feíto que cantaban) me llevó a observar y reflexionar con mayor detenimiento el numerito.
Claro, mis reflexiones también estaban matizadas por la idea de que teníamos hambre y me urgía llegar a la casa a preparar algo rico, abundante y de manera veloz, así es que mientras seguía haciendo coraje por las chicas cantoras y porque me volvieron a doler las articulaciones de la mano izquierda, iba tratando de recordar qué insumos tenía en el refri. Una vez que decidí que haría una deliciosa crema de elotes que me enseñó a preparar mi mami, llegué a la conclusión de que no entiendo esta ciudad por muchas cosas; una de ellas es porque aún no logro acostumbrarme a las prácticas derivadas de la doble moralidad.
Para algunos sectores de la población, la idea de casar a las chicas ‘de blanco’, con todo lo que ello implica, es uno de los sueños más sólidos de los padres burgueses o aburguesados. En Monterrey, como en muchos otros centros urbanos de nuestro país, el valor social de la familia sigue radicando en la imagen de las hijas. La mayoría de los padres quiere, incluso ya insertando en estas aspiraciones las prácticas que han llevado a las chicas a las universidades, que las nenas de familia sean inmaculadas, níveas y etéreas, que desconozcan su sexualidad y que aspiren a ser la cabeza de una institución social inquebrantable sellada por el matrimonio con un hombre de bien (de buena familia y de amplia solvencia económica). Lo cual me parece natural, tomando en cuenta nuestro contexto.
Lo que no entiendo, de ninguna manera, es que esos mismos padres, con esas aspiraciones, sean los que paguen un dineral por andar exhibiendo a sus chiquillas, como carne fresca en aparador, por las principales avenidas de la ciudad. Ellas, cabello al aire y juventud desbordándose por el inmenso quemacocos. Ellas, volando, con sus boquitas de fresa prometiendo besos al primer postor. Ellas, dulzura y sensualidad, con grandes escotes, contoneándose al ritmo de cancioncillas insulsas. Ellas gritando despavoridas, lanzando voluptuosas miradas y sonrisas. Ellas, carne fresca, rozagantes, destilando cachondería. No sólo eran mis ojos azorados frente a sus escotes; también eran los de los demás conductores y pasajeros que esperábamos a que terminara de pasar el tren. Eran los inocentes manoseos de las chicas, y sus, un poco, insulsas poses de revista de moda, lo que nos obligaba a mirar y a imaginar no sé cuántas cosas.
Así, indignada, llegué a la casa, y en menos de lo que digo esternocleidomastoideo o diyodohidroxiquinoleína, preparé una de las cremas de elote más ricas de la comarca y, gracias a eso, pude recobrar mi buen humor. Así es que he venido, no a quejarme, como ya lo habrán sospechado, sino a compartir esta deliciosa y súper práctica receta:
Ingredientes:
* ½ bolsa de elotes desgranados (en la tienda de lácteos que está frente a Posgrado de Filosofía y Letras venden unos paquetitos de granos de elote, súper frescos y naturales. Ahora, si quieren ser más ecológicos, pues compren 4 elotes y desgránenlos con cuidado, evitando dejar llena de salpicaduras blancas todas las paredes de su cocina)
* 50 gramos de mantequilla (también queda muy rica con aceite de girasol o canola; incluso con el de oliva, sin embargo, según cuentan los expertos, cuando se calienta, se vuelve un poco nocivo.)
* ¼ de cebolla picada muy finamente
* 1 taza de leche light (y si les gusta, aunque le deja un sabor dulzón, puede ser deslactosada)
* sal de mar con hierbas finas al gusto
* pimienta (al gusto de Luna, debe ser muchita)
El tiempo de preparación, lo garantizo, es de cinco minutos (o menos); y de cocción, 10. Y es muy sencillo: se colocan los 50 gramos de mantequilla en una olla mediana y se le agrega el cachito de cebolla picado finamente. Al mismo tiempo, acá es donde tienen que probar su alta capacidad de malabarismo, en la licuadora muelen casi todos los granos de elote, con media taza de leche y media taza de agua. Añaden sal de mar con finas hierbas, al gusto. Una vez que está bien molido, lo vierten sobre la olla donde está la cebolla acitronándose (o blanquéandose dicen algunos chefs alcurniosos, con eso de que antes de que estén totalmente cocidas se vuelven transparentonas –que no blancas) en la mantequilla. Le ‘derraman’ (así dice mi santa madre… y así hay que decir para que quede bien la cosa), los granitos de elote que dejaron sin moler. Revuelven y, al soltar el hervor, añaden la pimienta a su gusto. Bajan la velocidad de la lumbre (o el tamaño de las flamas de la hornilla) y dejan cocinar por diez minutos. Listo. Se puede servir acompañada de crotones. Háganlo y verán de qué hablo cuando digo que uno recupera el buen humor.
P.d. Si no les gusta la comida integral, pueden colar la mezcla de elotes de la licuadora; pero yo recomiendo que sea crema integral. Pueden seguir idéntico procedimiento con calabacitas o con champiñones, que no necesitan colarse
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