Yo, la peor…
Segunda parte
La ortodoncista de Luna, al parecer, no sólo es capaz de corregir la postura de los dientes, sino de todo lo que ande chueco en el mundo y, ahora, no sólo regañó a Luna, a mí también me tocó mi ‘enjabonada’ –como dice mi abuelita. No sé por qué todos los ortodoncistas que conozco tienen un genio de los mil demonios y su actividad predilecta es regañar a los pobres mortales que no se quieren poner las ligas o usar los aparatos nocturnos. Regueiro, mi famosísimo orto, era el ser más odiado de mi infancia. Cada cita era un calvario; me decía: a mí me vale madres lo que pase con tu vida, si te quieres quedar fea para siempre es tu problema; lo que me molesta es que boicotees mi trabajo. Él decía que era algo así como un escultor. Y que mi boca, de origen tan maltrecho, se estaba convirtiendo en una obra de arte… Y ándale, que la belleza cuesta: a ponerme trampas medievales donde se me quedaba ensartada la pobre lengua cuando trataba de comer. En fin, me odian los ortos, eso ya me quedó claro. Sobre todo después de la última cita a la que acompañé a Luna.
Resulta que la chamaca no se quiere poner las ligas. Y tiene que ponerse las ligas. Pero no se las pone. Y la orto quiere que se las ponga, pues ella ya no puede hacer nada al respecto: ‘o se pone las ligas o se va a quedar fea para siempre’. Y yo, en serio, he intentado todo: amarrarla, chantajearla, pedírselo por favor, y nada. Entonces, su papá y yo resolvimos que ella es quien tiene que decidir qué quiere hacer con sus dientes; dijo que ya está harta y quiere que le quiten el fierrerío. Y cuando la orto me llamó para quejarse amargamente (otra vez) de que la Lunichi no colabora, yo le dije que ya lo sabía y que, por eso, mi querida descendiente había decidido ya no seguir con el tratamiento. Que le quitara los brackets. Bueno, ha puesto una cara… Me dijo, (la cito, casi textual) ‘mire, señora, no se ofenda, pero esta niña no tiene edad para tomar esa decisión, ¿qué le pasa?’ Y le dije que yo ya no discutiría más con Luna por el asunto de los dientes. Que nosotros, como padres, le ofrecíamos nuestro apoyo, pero que si ella decidía quedarse como está, respetaríamos su decisión. Y luego, la muy sátrapa me salió con que: ‘pues sí, qué cómodo, señora, ¿usted cree que ser padre es fácil?, noooooo; implica mucho trabajo y mucho sacrificio, mire qué bonito, la deja tomar la decisión y se olvida de su obligación como madre que es darle lo mejor, aunque sea en contra de su voluntad y a usted le cueste trabajo.’ Y luego se soltó toda una historia sobre su abnegada madre, que hizo estudiar a su hermano a pesar de que él no quería; lo persiguió y lo arrastró, casi llevándolo de la oreja a cada clase, pero la criatura terminó su carrera. ‘Es que, señora, usted bien sabe que cuando son huercos (¿de universidad?), no saben lo que quieren, ellos creen que quieren algo, pero qué van a andar sabiéndolo en realidad’. Yo, lo que me pregunto es si el chico habrá sido o será feliz… y no quiero inferir que no. Yo no lo sé. A mí me parece importante que Luna tome decisiones aunque después se arrepienta, claro, decisiones en las que no se pone en peligro (o a los demás), aunque ello la lleve a buscar un tratamiento de ortodoncia cuando tenga 40 años. Pero no lo sé. Tal vez sólo soy medio floja o cobarde para andar detrás de ella, persiguiéndola con las ligas, todos los días. Tal vez, como dice su orto, no estoy asumiendo la responsabilidad que el mundo espera de mí.
El gran problema, mi problema, es que la relación con los hijos es una gran incertidumbre; de todo. Y entre más se leen teorías pedagógicas y formativas, hay más confusión y angustia en el proceso. Lo único claro y seguro, creo, es el amor. Pero está bien comprobado que el amor nos hace cometer muchas estupideces, ergo, lo que hacemos por los hijos, casi siempre, son tonterías.
El asunto es que le dije que respetaba su forma de pensar, pero que si Luna quería cancelar el tratamiento, lo haríamos. Entonces, dirigiéndome a Luna le pregunté: ‘¿qué vas a hacer, chaparra?, ¿que te los quiten, o quieres seguir con el tratamiento?’, y la orto metió su cuchara: ‘pero si quieres seguir, te tienes que poner las ligas porque yo ya no puedo hacer nada; lo que falta, sólo depende de ti’. Y yo rematé con un contundente: ‘es tu decisión’.
Y la muy incopelusa que sale con que seguiría con el tratamiento… quezque (después me dijo) para que ya no me regañara la ortodoncista.
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ay Dali, que complicado, pero yo creo que tu tienes razón. Creo que la forma en que la dejas tomar sus propias decisiones la convierten en una persona responsable y madura. Mis papás no fueron los mejores del mundo, pero tenían una práctica muy curiosa desde que era muy pequeña de la que no estoy segura si eran conscientes: en lugar de llenar mi vida con muchos «no» siempre buscaban darme opciones, cosas como «lo que quieres es caro, podemos comprarte esto y después no comprarte mas nada o podemos darte un poco de dinero cada semana y si ahorras te lo compras» y pues aprendí a vivir con la consecuencia de mis actos, también me dejaron rayar/pintar/dibujar libremente en las paredes de mi cuarto cuando estaba adolescente pero cuando me fuí de casa tuve que lavarlas antes de mudarme porque había prometido que lo haría sí un día me mudaba. Son cosas sencillas, pero ahora siento que me ayudaron mucho. Estoy segura que tu ayudas a Luna de la misma forma.