Crónica de un desencanto anunciado
Para celebrar el día internacional del libro, este año implementamos la actividad “Tu palabra vale” que consistió en ‘vender’ libros nuevos, donados por la Casa Universitaria del Libro, la librería del FCE de Monterrey, la librería La Ventana, CONARTE y Biblios, espacios que comúnmente nos apoyan con el simple afán de crear más lectores. Además, algunos autores amigos de Biblionautas, entre los que se encuentran Alberto Chimal, Raquel Castro, Jaime Alfonso Sandoval, Karen Chacek, Antonio Malpica, Antonio Ramos, Ana Romero, Juan Carlos Quezadas, Jorge Alberto Silva, Sergio Téllez y Zoé, también contribuyeron enviándonos a título personal algunos de sus libros. Cada uno de los libros en venta tenía asignado un ‘precio de acción comunitaria’, es decir, implicaba que el comprador tendría que realizar la actividad a la que se comprometía como pago por su libro. Todas las actividades estaban orientadas a la integración armónica y solidaria con diferentes personas y correspondían en cuanto a nivel de compromiso o dificultad al precio comercial de cada libro.
La idea original era fomentar la práctica de intercambiar bienes culturales sin utilizar dinero; la empatía y solidaridad entre otras personas y seres vivos, pero sobre todo, estimular la confianza en el otro, basado en su palabra. Al principio, algunas personas dudaron de la posibilidad de éxito de la actividad, o de antemano auguraban que nos ‘tomarían el pelo’. Incluso me aseguraban que nadie pagaría pues, aunque tuvieran ganas de hacerlo, dejarían pasar el tiempo e, involuntariamente, terminarían sin cubrir el pago pues no tendrían ningún tipo de obligatoriedad para hacerlo, salvo el valor de su palabra.
Al final, decidimos implementarlo porque es importante abrir vías para el entendimiento y la comprensión mutua y en este proceso alguien tiene que dar el primer paso. No voy a decir que esperaba que el cien por ciento de los compradores cumpliera con su pago, pero sí esperaba que, por lo menos, la mitad lo hiciera. A pesar de que apenas un poco más del diez por ciento de los compradores cumplió con el acuerdo (sólo recibimos la evidencia de 21 pagos de 181 libros vendidos) me parece suficiente (hablando cualitativamente) que algunas pocas personas (aunque hubiera sido una sola) son dignas de confianza y no necesitan un proceso coercitivo para cumplir con sus compromisos. Siempre decimos que la playa no sería lo que es si no existieran las pequeñísimas arenitas que la constituyen.
Además, el evento fue divertido y estuvo lleno de alegría y solidaridad. Al elegir los libros, algunos lectores sufrían porque no podían decidirse por uno en particular. Era como tener a un niño en medio de una gran tienda de dulces; luego de su elección, tenían que registrar el título del libro y la actividad que implicaba. Una de las más complicadas era impartir un taller gratuito de algo que se supiera hacer, en mínimo 3 sesiones. Un chico de 16 años tuvo que pagar este precio por un libro de Cortázar. El resultado fue maravilloso: impartió, con una amiga que lo ayudaba, un taller de Ensamble musical en el que le dieron clases de percusiones y guitarra a 3 personas durante 10 sesiones. Al final incluso organizaron una muestra de las habilidades que desarrollaron sus alumnos. Otro comprador (el primero en registrar su pago el mismo día del evento) sembró un arbolito y luego de dos meses envió otra foto de su crecimiento para constatar que lo sigue cuidando. Cada una de las acciones realizadas y registradas con fotografías en nuestra página de Facebook se distinguió por el nivel de compromiso y empatía. Incluso, durante el evento, ahí mismo, muchas personas buscaron un lugar bajo la sombra y se pusieron a leer de inmediato. Sin embargo, ya han pasado 4 meses y muchos compradores se quedaron con su intención en el camino (espero que, por lo menos, hayan leído sus libros y los hayan disfrutado).
No sé cuáles fueron las causas que llevaron a la mayoría de los compradores a no cumplir con su palabra. Incluso quiero pensar (me gustaría tener un grado mínimo de certeza) que los compradores sí cumplieron con su pago, pero que les fue difícil subir a nuestra página la foto con su evidencia. Me parece un poco triste, pero la verdad es que ya lo esperaba: aún somos personas que actúan conductualmente, llevadas por impulsos y encauzadas a través de premios y castigos. Espero que algún día, por lo menos el diez por ciento de este país, seamos ciudadanos capaces de responder por nuestras propias decisiones sin necesidad de ser coaccionados por una autoridad que nos obliga, nos castiga, nos pastorea por un sendero de autómatas. ¿Por qué la escuela o nuestros padres no nos han enseñado que la disciplina y la capacidad de tomar decisiones tendría que depender sólo de nosotros y no de algún mecanismo que nos coaccione?
Hace algunos años, en un curso de redacción que impartía, surgió una discusión (no recuerdo por qué) sobre nuestra capacidad, como seres humanos de ser conscientes del medio ambiente. Uno de los participantes, mayor de cincuenta años y con formación universitaria, dijo que los mexicanos sí somos conscientes y somos capaces, por ejemplo, de no tirar basura en las calles; pero que las autoridades no implementan programas para lograrlo, y no nos multan por hacerlo. Entonces, la autoridad, según él, no está actuando de manera correcta. Él mismo se puso como ejemplo al narrar que cuando va a Estados Unidos, no se le ocurre, por nada del mundo, tirar la basura en la calle, pues implicaría una multa muy alta. Pero en México, como nadie lo regaña, ni lo castiga… Yo creo que no se trata de propiciar el control desde afuera, por parte de las autoridades, sino la conciencia individual del bien común y de la responsabilidad que todos tenemos en la construcción comunitaria. Considero que no necesitaremos (sí: en futuro, no en condicional) ninguna autoridad que nos vigile y castigue cuando seamos capaces de realizar lo que nos corresponde sin que medie un premio o un castigo, sino la simple conciencia de que nos importa el otro tanto como uno mismo.
Podríamos concluir, si sólo se tratara de una evaluación cualitativa, que no fue muy afortunado el resultado de la actividad pues, como ya hemos dicho, apenas llegamos al diez por ciento de éxito en el cumplimiento de los pagos; sin embargo, creo que esas 21 personas que asumieron su compromiso son 21 individuos que hacen el mundo diferente (no por las pequeñas o grandes acciones que realizaron, sino por la capacidad de darle valor a su palabra; de actuar sin condicionamientos, sino como contribución recíproca de un bien hacia otro). Estamos convencidos de que este tipo de actividades podrá seguir sirviendo para que el capitalismo nos eche en cara la banalidad de un esfuerzo orientado a la construcción de la comunidad, pero también como una puerta abierta hacia los cambios de actitud frente a nosotros mismos. Por eso seguiremos promoviendo la posibilidad de hacer valer nuestra palabra. El 5 de septiembre tendremos una nueva emisión de “Tu palabra vale”, con libros maravillosos y divertidos.
Debo hacer un paréntesis para informar, con mucho dolor en el corazón, que quienes no hayan cumplido con su pago anterior, no podrán participar en esta nueva emisión; sin embargo, también queremos abrir el plazo para que todos tengan la oportunidad de demostrar que su palabra vale a pesar de que los tiempos a veces nos complican. Les solicitamos, a quienes lo deseen, que realicen su pago antes del 3 de septiembre y suban la evidencia de su pago a nuestra página de Facebook.
Mientras tanto, nosotros seguimos confiando en la palabra. Esperamos que ahora sean más los lectores responsables y solidarios; nos interesa sumar, generar vínculos y confianza. Tampoco quisiéramos pecar de ingenuos y creer que el mundo está lleno de buenas personas (que aún no se han dado cuenta de que lo son). Sabemos que hay individuos que creen que la forma de ser feliz y tener éxito en el mundo es aprovechándose del resto de los mortales. Desafortunadamente escuché una conversación de un adolescente que le preguntó a alguien que si había asistido a la actividad en la que regalaban libros en la plaza; el interlocutor respondió que no los regalaban, que se tenía que hacer un pago por ellos. El adolescente dijo que era lo mismo, pues su pago había sido llevarle croquetas a algún perro que estuviera en una fundación y, al ser cuestionado sobre su cumplimiento dijo: “bueno, no fui a un albergue. Compré croquetas y le di de comer a mi perro y ps, es lo mismo”.
A pesar del desencanto, quisiéramos agradecer públicamente la bondad y entusiasmo de quienes quisieron jugar con nosotros a la construcción de un mundo distinto: Rodrigo Ponce, René Menchaca, Naredo Ramone, Jaime Castañeda, Julio Flores, Dulce Alemán y su pareja, Catalina Cati, Aleida Jasso, Luna Mendhoza, Clau Rmz Tamez, Grecia, Myrna Santana, Dicmar Hilerio, Perla Armstrong, Yesenia Pérez, Perla Delgado, Rocío Ramírez, Angélica Bracho, Loli Loyola, Connie Gámez, Mark Rocha, y Martha Alicia Lara, gracia por su palabra. Y por el crédito que siguen teniendo con nosotros.
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