Flanes Dalí
Una vez me puse a espiar a Luna e Ía mientras preparaban un pastel. Hicieron un batidero de antología, cual debe de hacerlo todo buen pastelero adolescente, pero el secreto que descubrimos es que, justo antes de ponerlo al fuego, Ía dijo: “un momento, falta lo importante: el amor”, y le mandó un besazo, tronado y toda la cosa, a la masa cruda. El resultado: uno de los mejores pasteles que he comido en la vida.
Después, cuando Luna y yo preparamos algo, hemos constatado que si no le lanzamos beso tronado a la comida antes de entrar al fuego, no queda tan rica como cuando sí lo hacemos. Conclusión: el ingrediente secreto es el amor.
Y también es más divertido y amoroso cocinar acompañado. Recuerdo que cuando era joven, no sé, de prepa, ¿o era en la secundaria, Nené?, ¿te acuerdas?, necesitábamos dinero para mi viaje de graduación… ¿o para que te fueras a Alemania? La verdad es que no lo recuerdo, lo que sí recuerdo, y con mucho cariño, es que nos pusimos a hornear pasteles para venderlos y nos quedaban muy ricos, aunque yo nunca pude hacerlos sola. Lo que sí aprendí muy bien fue a hacer un flan napolitano cuya receta nos pasó Ana Chen. Con el tiempo ha tenido un par de variantes pero porque descubrí que eso de la cocina alcurniosa no le va muy bien a mi paladar.
La receta original sólo lleva las yemas de los huevos y queso crema; pero a mí me gusta más la textura porosita y explosiva que le dan los huevos enteros y el queso manchego. Así es que, por primera vez en la vida, les daré la receta de mis riquísimos flanes dalinescos (si tienen dudas de su sabrosidad pueden pedir informes con mis hermanos o con mi amiga Sux). Además de que su preparación es megafácil, la inversión es mínima; acá les van los ingredientes:
· 4 cucharadas soperas de azúcar
· 4 huevos enteros
· 1 lata de leche condensada azucarada (pueden usar la versión light y no hay mucha diferencia)
· 1 taza de leche (de la que quieran)
· 100 gramos (o lo que tengas de queso manchego)
Una vez que tenemos todos los ingredientes a la mano, colocamos las 4 cucharadas de azúcar, esparcidas a todo lo ancho de la superficie de un recipiente de aluminio tipo flanera (funciona en cualquier olla, la verdad, pero si tienen flanera es más fácil) y lo ponemos directamente sobre la flama alta de la estufa, de tal manera que se caramelice. Una vez que el azúcar está quemada (en el tono que les guste que tenga la cubierta del flan), retiran el recipiente de la lumbre y dejan que la melcocha se endurezca (en un par de minutos).
Mientras el azúcar derretido se pone durito, arrojamos, con estilo y desenfado, todos los ingredientes en la licuadora. Doña Mí se enoja mucho cuando le digo: sólo revuelves todo y listo, pero es la verdad: echamos en la licuadora los 4 huevos, la lata de leche condensada, la taza de leche y el trocito de queso en cachitos, y los licuamos durante un par de minutos. Se deposita la mezcla sobre la flanera (cuyo fondo ha sido recubierto de azúcar caramelizado) y, antes de ponerlo durante una hora dentro de una vaporera en baño maría, se le lanza el beso más tronado de la comarca. Listo.
Si queremos darle más caché, se puede decorar, una vez que ha salido de su baño maría, con cajeta, duraznos en almíbar, fresas…
Después, todo es cuestión de jugar con sabores y texturas: se le puede agregar a la mezcla del flan una cucharada de café soluble o 5 galletas habaneras o marías, y licuar todo junto antes de ponerlo en baño María… verán como todo el mundo muere por sus flanes 😉
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