Ideas sobre feminismo en tres tiempos
1.
Tengo un grupo de alumnos peculiar: son 27 chicos y 3 chicas. Ellos bromean diciendo que parecen de ingeniería. Y no; son de lenguaje. Casi siempre tengo igual número de alumnos y alumnas, incluso, es más común que las chicas sean más numerosas, pero esta vez los chavos son rotunda mayoría. Les hice una pregunta, a raíz de una pequeña discusión que se suscitó en torno a la elección de sus respectivos temas de investigación: ¿alguien de ustedes es feminista? Levantaron la mano las tres chicas y un chico. Sólo un chico. Y le pregunté: ¿por qué eres feminista?; él me respondió con otra pregunta: ¿por qué no?, entonces le dije que de veras quería saber sus razones. Me dijo, literal: “porque está chido ser feminista”, y bueno, después de mucho insistir, casi no dio argumentos pero dijo, más o menos, que está padre ser feminista porque es lo correcto, porque las mujeres somos iguales que los hombres.
Yo estoy convencida, por mi experiencia profunda en la vida humana, que no somos iguales. En serio. Cada quien es como es y eso es maravilloso; pero sí deberíamos tener derecho y acceso a los mismos procesos en búsqueda y sustento de la dignidad y la libertad. Todos tenemos derecho a la dignidad porque somos seres humanos y nuestro valor radica en nuestras diferencias. Hace mil años, le hice una entrevista a José Agustín, para una revistita que teníamos en la secundaria y me lo dijo rotundamente: “Todos somos iguales porque somos diferentes”. Sólo en este sentido podría entender el concepto de igualdad; sin embargo, parece que para muchos discursos belicosos, la búsqueda por la equidad se ha convertido en un revanchismo en el que pretendemos hacer al otro sustituible (como si las mujeres pudiéramos vivir sin hombres y los hombres sin mujeres; como si los humanos pudiéramos vivir sin los otros). Y pues no. Yo amo vivir con hombres, con mujeres y con otros seres vivos que me rodean (excepto cucas. Esas pobres todavía no son mis amigas).
No se trata de ver quién es más hombre o más mujer o más persona porque se encarga de las tareas domésticas o porque puede cargar un garrafón. Yo no cargo un garrafón de veinte litros porque al intentarlo podría lastimarme pues no tengo tanta fuerza como mi marido, mis hermanos o mi papi. Pero tampoco lo cargo no porque no lo intente, sino porque a ellos les importo y no quieren que me haga daño. A muchas chicas les parece maravilloso el experimento en que someten a los varones a padecer los dolores de parto o de menstruación, sólo para demostrarles que ‘no aguantan nada’ y que, frente a esos dolores, son tan frágiles y vulnerables como cualquier ser vivo (mujer, gato, vaca, nena o nene). A mí me parece una crueldad innecesaria (y no entiendo qué sentido tiene someter al ser amado a un “sacrificio” de dolor como ese). En este momento amo tanto a mi pareja que no quisiera, por nada del mundo, que experimentara ningún tipo de dolor, nunca. Menos uno de parto.
2.
Pero ya me desvié; eso no era lo que quería contar. A lo que iba es que, al preguntar a quienes no son feministas por las razones para no serlo, entre muchas otras más o menos iguales, me dieron dos respuestas que llamaron mi atención: 1. Porque las mujeres no son mejores que los hombres y 2. Porque ya no es necesario el feminismo pues las mujeres ya tienen todo a lo que pueden aspirar.
Esas respuestas, aunque dichas sin malas intenciones por estudiantes universitarios, me preocupan porque revelan dos cosas (o más): un gran desconocimiento (o malentendido por ignorancia) de la lucha feminista, y una visión muy superficial de los conflictos socioculturales que rodean a la clase media. Esto último me lleva a preguntarme sobre el nivel de pasividad y cooptación que ha logrado el sistema sobre las clases medias universitarias.
Me angustia y consterna que muchos hombres, incluso algunas chicas, piensen que el feminismo postula la superioridad de las mujeres, y me preocupa el discurso que se populariza en la escuela para entender así este movimiento. Si bien es cierto que algunas mujeres, como muchos otros ‘movimientos’ sociales, se agrupan desde la consigna de mostrar odio hacia los varones, esa ideología es sectaria y no caracteriza al movimiento feminista (es como si dijéramos que todos los hombres odian a los judíos por las premisas nazis). Considero que, desde la escuela, tenemos una tarea muy compleja y urgente para aclarar estos conceptos y el primer paso es, precisamente, hablando de ello. Nombrando.
La popularización de un concepto distorsionado de feminismo ha provocado que la ignorancia nos lleve a conclusiones parciales y peligrosas. Algunos de mis alumnos argumentaron que las mujeres, sus compañeras, sus madres, sus maestras –como yo, tenemos acceso a todos los beneficios y reconocimientos de la sociedad occidental del siglo XXI. Podemos salir a trabajar, divertirnos, elegir a dónde ir y con quién salir. Me parece que, a veces, desde la comodidad/ingenuidad de la clase media, es más fácil negarnos a ver el panorama completo. El mundo no es sólo el pequeño entorno que nos rodea. Verlo así nos obliga a seguir reproduciendo modelos excluyentes y egoístas.
Es necesario que ayudemos a que nuestros estudiantes se sensibilicen hacia el otro para que puedan reconocer el dolor y la realidad que está un poco más lejos de su nariz, y sólo así sean capaces de cambiar el mundo, de ser agentes activos en la construcción de una comunidad solidaria desde su posición privilegiada.
Tampoco faltó quien dijo que las mujeres, desde el feminismo, buscamos aprovecharnos de los varones porque queremos equidad, “pero a la hora de pagar las cuentas, seguimos exigiendo que ellos lo hagan”. La verdad es que yo no entiendo este modelo paternal y capitalista que nos obliga a pensar nuestro valor como seres humanos en función de nuestras posesiones materiales. Desde toda la vida, quizás porque me maleducaron, creo que lo más hermoso que tiene una persona es su capacidad para dar, porque eso, realmente nos llena. O sea, los seres humanos poseemos mayores riquezas en la medida en que compartimos con los otros. Para mí, desde siempre, pagar una cuenta no tiene que ver con una cuestión de género, sino de amor. Y lo mismo creo de cocinar. No tienen que hacer de comer “las viejas (que están hechas para la cocina)” sino quien quiera mostrar su amor al otro, a los otros, a través de ese mágico y sensual mundo de los placeres gustativos. Ya casi llegamos al tercer tiempo.
3.
La escritora Gabriela Damián, un poco en tono autoirónico, utiliza la expresión “la palabra con F”, para referirse al feminismo, como si se tratara de una grosería. El sistema se ha encargado de satanizar tanto el término que es difícil que un ciudadano común y escolarizado comprenda la complejidad de sus postulados. De alguna manera, el feminismo se ha tergiversado como el comunismo: no se trata de cambiar de roles (de que el explotado se convierta en el explotador; de que la burguesía sea sometida por el proletariado; sino que, al cambiar el eje y las responsabilidades del proceso de producción, el explotado se convierta en un agente de cambio que involucre al explotador en un proceso productivo justo y equitativo en el que las fuerzas sociales coexistan en armonía). Esa malversación del concepto, maniquea y reduccionista, propalada por el capitalismo, provoca un rechazo total que impide el diálogo. He notado que las personas, incluso mujeres, se niegan a sostener argumentaciones constructivas y las rechazan a priori: “yo no soy feminista, soy humanista” suelen esgrimir. El feminismo no sólo pretende una reflexión sistematizada, también es una lucha que busca un equilibrio en el que los varones participen activamente en la reconstrucción de los paradigmas culturales que, desde siempre, han sido tan desiguales. Es una opción para que ellos se conviertan en los héroes que nos ha hecho creer el machismo patriarcal que son; para que nosotras también seamos partícipes de esta construcción. Es un proceso de humanización para todos.
La tarea de la generación en que me tocó vivir es ardua y complicada pues tendría que llevarnos a luchar contra los prejuicios y contra el miedo provocado por el discurso de la ignorancia. Es un impulso que tendrá que ser contracorriente ya que, como bien dice Freire sobre la educación (y finalmente cualquier lucha se reduce o se dimensiona en eso), es ilógico –y no lo podemos esperar- que un sistema promueva una educación crítica que lo transgreda. Al contrario: nos ofrece espejismos que nos generan la ilusión de que es posible una organización social diferente. A nosotros nos tocó resistir y cuestionar; minar el sistema desde abajo. Por eso el crucial trabajo integral con los niños, sus padres, los medios de comunicación, las instituciones deportivas. Nuestra tarea está en todas partes, no sólo dentro de las aulas
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Hola. La situación que describes me parece que es la más cotidiana y, por ello, alarmante. En primer lugar el hecho de que tu clase sea de lenguaje (infiero que de una vision humanistíca, donde uno de los rasgos caracterizadores es la puesta en duda de los presupuestos que conforman nuestra cultura) y más aún una clase de nivel superior, y no sea capaz de escapar del discurso que demonize el feminismo es preocupante. No tanto porque sean antifeministas -que puede ser una opción, en el sentido de que no comparten la idea que tienen de feminismo, no porque hagan apologia del machismo- sino porque seguramente nunca se han acercado a investigar sobre el movimiento. Es decir, es un discurso dado, al cual no visualizan y por tanto confrontan.
Me gustaría saber cual sería las respeustas d elas tres chicas que afirmaron ser feministas: ¿se han acercado a conocer los postualdos del movimiento o tienen también una vision ya dada y legítima o desvirtuada del término?
Es terrible esta situación, por ejemplo, cuando se dice que al llegar la cuenta la feminista muere (la misma idea del apartado 2, párrafo 6 de tu entrada)porque es verdad: el hombre sí paga la cuenta, en un noviazgo el hombre DEBE cargar la mochila de la mujer, ¿pero sucede a la inversa? Generalmente no. Y el punto aquí es que algunos hombres tachan estos aspectos como contradicciones o anulación del discurso feminist sin percatarse de que el patriarcado no solo ha modelado una idea de lo femenino, sno también de lo masculine: los hombres también estamos condicionados por el discurso que subyuga a la mujer y, erróneamente creemos que son postulados estúpidos del fmeinismo cuando no es así. Por fortuna el studio d elas masculinidades ha comenzado, para visualizar todas ests contrucciones de género.
Finalmente, sobre el papel activo que los hombres debemos tener en el discurso feminist debe ser la meta de muchos de nosotros. El día en el que ya no se diga «las» feministas, sino «los» feministas (considerando que la a en -ista no es de género grammatical así como que el articulo «los» es el no marcado para indicar la generalidad de individuos, hombres y mujeres) estaremos más cerca del mañana, donde todos nos percatamos que las condiciones de una mujer de la ciudad (donde el feminismo «no puede lograr/pedir más porque la smujeres ya tienen las msmas oportunidades que el hombre») no son las mismas que de una mujer de provincia. Ese día estaremos más cerca del objetivo.
Gracias por tu reflexión sobre el tema, me ha encantado.
Muchas gracias por tus aportaciones, Hugo. Estoy de acuerdo contigo. Los hombres también tendrían que liberarse de esos roles que les ha impuesto el machismo.