De sueños y revelaciones
Tuve un sueño muy extraño; no sé si fue una pesadilla o un sueño lúcido: mi papi (ya sé que estoy muy mayor para decirle papi a mi papi, pero nunca dejaré de hacerlo porque lo necesito tanto o más que cuando era niña) y yo caminábamos por una especie de ciudad pequeña, con un poco de neblina y humedad; mientras nos íbamos alejando del centro, las calles se tornaban más estrechas y escarpadas, pero la neblina se iba desvaneciendo. Teníamos que subir por un camino empinado para encontrar algo, no sé qué era lo que buscábamos, pero no podíamos parar; el esfuerzo que yo hacía por respirar era extremo. Mi papi iba un poco atrás de mí, pero yo lo podía ver de reojo. Él no se esforzaba; pareciera como si la subida no le estuviera costando ningún trabajo. Yo sentía ardor en las piernas y que cada vez mis pulmones estaban más colapsados. Era como si el aire fuera de plomo; de alguna sustancia pesada y viscosa que, al entrar por mi nariz, la obstruyera. Como el dolor de pecho y la angustia de no poder respirar eran cada vez más intensos, le dije que no podía seguir intentándolo. Él insistió: tienes que llegar, vamos, no pares, camina… y yo lo intentaba, pero era casi nulo el tramo que avanzaba. En un punto, ya no pude seguir y le dije: ay, espera, me estoy mareando, creo que me voy a desmayar, detenme. Él, rápidamente, se puso atrás de mí y me sostuvo de una manera tan afable que pareció que yo no le pesara nada. Al estar en sus brazos, sentí una paz y bienestar tan intensos que le pedí que él me llevara cargando hasta donde teníamos que ir, al fin que no le pesaba nada. Él me dijo que no, que yo tenía que seguir caminando y respirando; casi al mismo tiempo, me dejó caer con estruendo. Al azotar, tuve un golpe tan duro que fue como si de pronto mis pulmones se “descolapsaran” y una ráfaga violenta de aire entrara por mi nariz. Justo en ese momento desperté escuchando (así, gerundio tal cual: iba despertando y escuchando al mismo tiempo) mi propia inhalación estruendosa en la vida real. Mi corazón estaba aceleradísimo y me dolían los pulmones. Muchísimo, como si hubiera estado haciendo un gran esfuerzo por respirar. Inhalé y exhalé algunas veces hasta que ya no me costó trabajo y mi respiración se fue acompasando. Estaba segura de que estaba despierta, y de que el camino escarpado, en busca de algo, había sido un sueño, pero no sé, todavía, por qué mi cuerpo sentía la experiencia del sueño como si lo hubiera vivido en realidad… lo pensé muy poco tiempo porque de inmediato volví a dormir.
Lo que me resulta muy enigmático es que, desde el lunes, he estado teniendo mareos y vértigo y, en un par de ocasiones, sentí que me iba a desmayar, o como una especie de desvanecimiento que no me deja respirar y me dobla las piernas. En la vida real. No me desmayé, ni nada grave, pero no me he sentido bien.
Lo más raro, o raramente coincidente, es que, bueno [corte a mi vida hace más de 20 años] desde que nació mi hija, casi inmediatamente, debido a muchos vericuetos hormonales y de otras índoles que ya les contaré en otro episodio :P, descubrimos que tengo miles de quistes en ambos senos; ha sido un proceso muy molesto, pues las biopsias dicen que no hay nada de qué preocuparse, pero que sí debo evitar las hormonas porque soy propensa a desarrollarlos. Desde que lo recuerdo he vivido así y, dos veces en concreto, he estado a punto de sendas cirugías. Primero, con la esperanza de eliminar algunos quistes muy dolorosos; la segunda vez, con la convicción de extirparme ambas mamas; pero, providencialmente, en las dos ocasiones, recurrimos al maravilloso té de mangostán y de inmediato se redujeron los síntomas, los dolores y los tamaños de mis quistes. El año pasado, yo ya ni me acordaba de los famosos quistes; me encontraba muy feliz, shalalá, shalalá y, mientras dormía, mi papi vino a mi sueño y me dijo, “chaparrita, tienes que revisar tus quistes todos los días; mira nada más qué enorme está éste y ni lo has notado”, mientras lo señalaba. En ese momento, desperté y toqué mi quiste: ahí estaba; era enorme, casi como una pelota de ping-pong (o más grande); en duermevela sentí que era más grande de lo normal, que no podía haber quistes tan gigantescos y, de inmediato, me volví a dormir; fue como si mi estado consciente le dijera a mi inconsciente que todo era parte del mismo sueño (o al revés). El caso es que, al despertar, ya con el día a cuestas, me levanté muy tranquila y relajada, sin un rastro del sueño en mi memoria, y me fui a correr y a nadar muy quitada de la pena. Al ir nadando, no sé si les pasa, a pesar de que los entrenadores nos regañan por eso, iba pensando en todo: desde la inmortalidad del cangrejo hasta en por qué a los jóvenes les gusta el badbunny, y, como un flashazo, me llegó la imagen del sueño: estar tocando un quiste enorme en mi seno derecho. Y juro que, sólo por comprobar que había sido un sueño muy loco, palpé mi tecla derecha y, no manchen: ahí estaba: un quiste enorme, del tamaño de una pelota de ping pong.
Un día antes de que mi papi se fundiera con el universo, convertido en polvo de estrellas, estuvimos platicando, de política y de todo. Cómo extraño charlar con él. Mientras él intentaba dormir, se agitaba, pues su insuficiencia cardiaca le causó muchos estragos en los pulmones y, repentinamente, medio se incorporaba en un sobresalto. Me tocó verlo experimentar esa situación algunas veces y al verme, se relajaba y sonreía, y me explicaba: “Ay, está muy loco, es como si chocara de pronto con una de las imágenes que se me vienen en tropel: una tras otra, vertiginosamente, no puedo controlarlas, veo a mi madre, a mis abuelos, a mi hermana, los veo a todos, a todas las personas que he conocido, pasan muy rápido y, de pronto, choco con una de ellas y despierto. Es como si al intentar dormir, en el estado tan deteriorado de mi cerebro, él mismo intentara resetearse. Yo creo que por eso mucha gente dice que ve toda su vida pasar justo en el momento de la muerte”. La última vez que hablamos al respecto, justo unas horas antes de su partida, aunque sabemos que todos en la familia somos escépticos, en especial él, que nos enseñó a tratar de vivir sin ataduras dogmáticas, me dijo: si hubiera algo más allá, vendré a decírtelo. Y yo le dije que si yo me moría primero, le prometía que también vendría y encontraría una forma para avisarle; porque yo estaba segura de que mi papi se iba a recuperar. Pero se fue. Y he estado durante más de dos años esperándolo. Y no ha venido, ni me ha dicho nada, todavía. Pero desde que he tenido estos sueños, creo que realmente él está en ellos, no como una ilusión, un recuerdo o un anhelo; sino como una esencia real, una entidad energética, algo, que sigue muy cerca de mí, haciendo lo que siempre ha hecho: cuidarme.
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La conexión entre don Julio y tú es inquebrantable.
Sí, doña Mi. Y cada vez lo siento más cerca.