Pequeña apología del Mundo Umbrío
Este breve texto (no tanto) pretende hacer un llamado a los nosferatus de todas las latitudes: no podemos permitir que el universo del Tercer Reino siga ausente de la vida de todos los mortales: ¡persigamos productores, directores y actores de Hollywood con los libros de la saga de Jaime Alfonso Sandoval bajo el brazo!
He leído muchas sagas (y quizás no tantas como me gustaría. Y no es que adore las sagas, es que me gusta tener puntos de referencia), y precisamente sé, estoy convencida, que dos de las mejores sagas que actualmente se leen con fruición entre jóvenes y no tan jóvenes (conozco una lectora de 74 años) son la de Jaime Alfonso Sandoval y la de Antonio Malpica, dos de mis escritores mexicanos favoritos.
Por fortuna, el nosferatu mayor ha terminado de escribir esta épica (sí, en toda la extensión de la palabra) narración que da vida a algunos de los personajes más asombrosos de la literatura contemporánea: el clan Pozafría. Claro que también hay otras familias en otros nidos, y una configuración minuciosa de las reglas de operación y convivencia entre los seres del inframundo (que no son fantasmas ni mucho menos vampiros apuestos y brillosos; a excepción de Gismundus el triste que sí es guapísimo, pero no es chupasangre).
En esta tercera parte, el lector se adentra en una guerra crudísima entre clanes donde cada acción desencadena una serie de infortunios que nos van devastando. Es una experiencia de lectura intensísima. Además de estos estragos, saber que es la última parte de una historia tan cercana, tan íntima, nos genera una especie de duelo que nos acompañará durante toda la lectura y nos irá apretando poco a poco el corazón.
La narración es dinámica y está llena de matices, pero un recurso que sin duda es fundamental para la historia, y que el lector no puede pasar por alto, es el planteamiento científico y anticientífico que subyace tras la epigénesis del universo umbrío, y ofrece explicaciones muy lógicas respecto a algunas prácticas y creencias basadas en el pensamiento mítico y religioso que da sustento a muchas de nuestras manifestaciones culturales. Es decir, las emocionantes aventuras de Lina Pozafría y su familia no sólo nos provocan la diversión de una historia bien contada, sino una serie de preguntas que nos conducen a cuestionar nuestros presupuestos y prejuicios.
El mundo umbrío es tan versátil que no cabe duda de que cada uno de los lectores, por más diversos que seamos unos de otros, encontraremos personajes, episodios o razones para sentirnos identificados, para ser parte de él. Jaime Alfonso, como demiurgo, confecciona con tal precisión el espacio que lo podemos tocar y caer fulminados de amor por un personaje. Y en el preciso instante en que creemos que lo conocemos a la perfección, su pluma nos sorprende con nuevas emociones o alternativas que ni siquiera habíamos considerado.
Independientemente de que la historia de cada una de las entregas se sostiene por sí misma, sobre todo la última parte, que a pesar de ser extensísima tiene un ritmo narrativo incomparable (donde los planos y las secuencias se suceden de forma vertiginosa y no dejan espacio siquiera para pestañear), la contundencia de la construcción de los Cuatro Reinos, en particular del universo umbrío, requiere una versión visual a toda costa. No cabe duda de que la formación del autor como cineasta ha contribuido a que las escenas cobren vida a través de su detallada narrativa. A medida en que el lector se inmiscuye en el Mundo Umbrío, las fronteras entre la realidad y la ficción se diluyen y, sin aviso, de pronto estamos en medio del nido de Ubus, o viajando a través de espejos reflejantes.
En este momento (de total desolación y abandono) necesito un sortilegio o un espejo reflejante para perseguir a Guillermo del Toro y convencerlo de que lea el Mundo Umbrío, y se dé cuenta de que la realidad que proyecta es tan solvente como la de la mejor historia de ficción. Cada una de las páginas que leí fue sembrando detalles para darle vigor y un aliento poderosísimo al Tercer Reino que es tan tangible que, estoy segura, en algún momento buscaré la forma de encontrarlo en mi camino. Pero antes, deberíamos pedirle al séptimo arte que, con su magia, nos lleve a habitarlo. Por lo pronto, he pensado un par de cosas: tengo el casting, con actores que ni siquiera existen en la vida real pero sí en mi cabeza (mi Gundo el gris -Christopher Lee- murió hace poco).
Sin duda, La venganza, última entrega de la saga, se caracteriza por su intensidad, por lo terriblemente desgarrador de las historias en medio de la guerra, pero sobre todo por un extraordinario e inesperado final. Entre la segunda y la tercera parte, no dejaba de preguntarme sobre el desenlace que daría Jaime Alfonso a esos personajes tan entrañables, tan cercanos. Mi lógica algo puritana me daba razones para creer que el final sería sin sobresaltos. Y todo el tiempo, desde la primera hasta la última página, me pasé “sobresaltando” de emoción tras emoción.
Algo que detesto en muchas propuestas de textos para niños y jóvenes son los finales moralistas o extremadamente explicativos, precipitados, sacados de la manga (con el efectivísimo uso del deus ex machina del año del caldo). Nada de ese simplismo se encuentra en esta conclusión; al contrario: su mecanismo es tan preciso que la historia tiene un desenlace poderoso, realista (para la lógica de la trama) e irreprochable. Lean ya. Y persigan cineastas.
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Definitivamente es mi historia favorita, Jaime Alfonso Sandoval es un gran escritor, él dice que no pero antes de adentrarte en Mundo Umbrío échale una leída a «El Club de la Salamandra» por aquello de la anticiencia. Muchos quisieran ver la historia en la pantalla grande, pero mucho me temo que no le harían justicia divina, está tan bien escrito que creo que la echarían a perder como ha pasado con tantos libros. Que se quede así, en libro y en mi turbada imaginación.