De lo cotidiano

Bitácora de Dalina Flores

Setas a la mexicana y la reina de Moctezuma

Hace meses que no comparto mis recetas, ni nada. Hace meses que no escribo. Y es que no dejo de tener pájaros en la cabeza, pero ayer preparé un platillo delicioso que no me tomó ni cinco minutos. Entonces, mi corazón de abnegada madre mexicana me ha exigido venir acá a contarles y a darles la receta. Además, las setas, en particular, se reproducen en el otoño, así es que la temporada las pone al alcance de cualquier temerario cocinero.

También en esta época es común que mis alumnos empiecen a extrañar mi atuendo, algunos incluso me han preguntado que por qué ya no ‘ando de mexicana’. Lo que pasa es que cuando empieza a hacer frío, la ropa típica que me gusta va dejando de ser apropiada. Sin embargo, todavía este ombliguito de verano (así es el otoño en mi cabeza), me permite, por un par de meses, seguir pareciendo mexicana.

Ya sé que no tienen nada que ver las setas con la reina de Moctezuma (quien supongo que era la esposa de Moctezuma), sin embargo, de alguna manera, están emparentadas las ideas de mexicanidad y exotismo en ambas referencias. En Monterrey casi siempre me cuesta trabajo conseguir estas ¿esporas?, hongos pluricelulares, dice la wikipedia, ya que no forman parte de la dieta típica. Quizás alguno de ustedes no haya probado aún platillos elaborados con ellas, pero les aseguro que una vez que prueben esta modalidad, no podrán dejar de consumirlas. Ya lo verán.

Sólo necesitan 4 ingredientes y un poquitín de aceite de oliva, que puede ser en aerosol (o pueden poner su aceite líquido de botecito en un aspersor de plástico (de esos que usan los estilistas) y tienen el efecto de dispersión similar al de los aerosoles), el caso es que se usa poquitito aceite.

Decidí compartir la receta, entre lo que ya he dicho, porque esta mañana, en el Tec, encontré a una compañera que hace años no veía; al verme, se acercó muy efusiva a saludarme y me dijo que le había alegrado el día, pues le encanta verme siempre tan colorida, con esta ropa ‘tan bonita y típica’ que siempre me pongo. Le ‘alegro la pupila’ dice, cada que me ve. Claro que agradecí sus amables palabras (que también colorearon mi ánimo) y seguimos cada quien por nuestros caminos. Al llegar a la puerta del estacionamiento, el guardia en turno me dijo: ¡qué guapa, maestra!, ¿de dónde es su traje? Cabe señalar dos cosas: acá en regiolandia ser guapo no significa ser bonito; y no traía ningún traje. Era sólo un pantalón blanco de manta y una blusa de Zinacantán, hecha a mano, con bordados de maíz (o sea, con forma de mazorcas) en colores cálidos. Es una blusa muy linda que siempre levanta suspiros; a pesar de que no falta quien la ‘chulee’, pero inmediatamente aclare que nunca la usaría a pesar de que ‘a mí’ se me vea ‘muy bien’.

En fin, ahí iba toda llena de colores y eso me inspiró: llegué a la casa, puse un cachito de chorizo en una sartén (y realmente no eran ni 50 gramos); piqué ½ cebolla en trozos medianitos, ½ pimiento rojo y un paquete de setas. Todo picado en la modalidad a’i se va (no tardé ni un minuto en picar todo), y se agrega al chorizo que estaba hace cinco minutos en el fuego. Se cocina en fuego rápido un par de minutos y se agrega un jitomate (el de ombligo, habíamos dicho) en cuadritos, durante dos minutos más. Así de rápido y así de luminoso. Como mi blusa de Zinacantán.

Y todo esto del atuendo viene a cuento porque es muy curiosa la forma en que la gente me asocia con la ropa típica mexicana (en efecto, casi toda mi ropa la he comprado en Oaxaca o Chiapas); sin embargo, también soy fanática de la ropa hindú (si no es mi favorita del universo, por lo menos sí es de las que más más más me gustan), y lo raro o simpático es que, a pesar de que lleve puesta ropa hindú, turca o italiana, como me acaba de pasar hace un par de semanas, la gente piensa que es ropa típica mexicana. Y es aquí donde aparece la reina de Moctezuma:

Hace un par de semanas, Susy, Pame y yo estuvimos en un congreso internacional, en la ciudad de México, al que asistieron, por supuesto –era internacional, personas de todo el mundo. El sábado habíamos presentado nuestra ponencia y para verme muy formal, me puse un pantalón y una blusa verdes, con brillitos, o sea, de esas chaquiras que se han puesto de moda últimamente. Según yo, muy a tono con el congreso. En la tarde, nos llevaron a Bellas Artes para asistir al concierto de clausura del evento, y de ahí caminaríamos al museo Franz Mayer. Al salir del palacio, se acercó una señora con un acento muy extraño (no podemos ponernos de acuerdo a qué sonaba) y me dijo (más o menos): ‘¿eres de México, verdad?, es que estás bien bonita, eres como, como, como un personaje’ (mientras tanto, otra persona que venía con ella no perdía la oportunidad de tomarme fotos -en serio, soy todo un souvenir), y después de alguna pausa, en la que buscaba las palabras, supongo, me dijo: ‘es que eres así como la reina de Moctezuma’. Y realmente no traía ropa mexicana. Y claro que Susy y Pame no pierden la oportunidad, cada vez que pueden, de recordarme mi condición ‘real’.

Y esta condición, en serio, es muy curiosa, me pasa sobre todo con los extranjeros, en México o fuera del país, siempre reconocen mi peculiaridad mestiza, quizás porque ya no puedo dejar de proyectar mi naturaleza colorida y autóctona. De hecho, una vez (y nunca lo repetiré) tenía que asistir a una reunión con el rector de una de las universidades donde trabajo, y se me ocurrió enfundarme en un lindo traje sastre -‘raya de gis’, le llama mi papi- que mi madre me regaló; iba muy entaconada y muy peinadita con una coleta. Justo antes tenía clases y, al entrar al salón, un querido alumno no tuvo empacho en exclamar: ¡qué te pasó, Dalina, pareces vendedora de Liverpool! Ese fue mi debut y mi despedida: no más ropa formal para mí. Me prefiero como reina de Moctezuma 😉

 

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