Sobre Aquí anochece, poemario de Lucía Yépez
Lucía Yépez es una de las voces más peculiares de la poesía mexicana contemporánea. Sus versos suelen tener la complejidad del erotismo, la evocación nostálgica de lo que se ha ido, pero también el llamado intenso de lo que podría ser, a través de un lenguaje preciso, lúdico, luminoso a veces y otras oscuro y, sobre todo, lleno de matices.
Estas características permean toda su obra y, por supuesto, no es la excepción su último poemario, en formato Poetazo, editado por Onomatopeya Producchons, en 2021. A través de los versos que conforman este pequeño libro, la autora crea atmósferas muy sensoriales que conducen el ánimo del lector mediante una serie de registros emocionales que van desde la angustia ante lo que se adivina como terrible, hasta la pasividad reconfortante de quien enfrenta la vida y sus consecuencias de manera luminosa y precipitada:
“las supersticiones (relinchar de caballos llegando de lejos)
es un caer de ángeles pájaros temblorosos al calor del día
y una vez más para sentirme cobarde
con cristiana devoción me acaricio
y a carcajadas
penetro
yo misma
mi
soledad”
En los poemas iniciales percibimos que las imágenes están encauzadas como una serie de estampas que reproducen el dolor y la pérdida. En medio de la evocación emocional, con pinceladas precisas, la autora también traza el ocaso con toda la inminencia de su fatalidad, como se observa en:
“despierto en cada sueño en el sueño de alguien
no es sano andar sola con sal de luna entre los párpados
guardo tu rostro en un pedazo de vidrio
y mi historia de amor en el fondo del estanque”
Asimismo, de forma encadenada, la confrontación de conceptos opuestos que, a su vez, se complementan, nos conduce a reflexionar sobre la vida, sin dejar de sentir y pensar la muerte. La precisión de cada palabra sembrada en sus versos nos provoca un ir y venir constante entre las certezas y las dudas, las luces y las sombras, el inicio y los ocasos; mientras la voz poética va desvelando el anochecer, también declara: “en otros países está amaneciendo”. Y, a través de este juego de opuestos, la complejidad de la vida se instala en la memoria y en los sentidos:
“te esperaré (aventurera de los siete mares) en tu noche sin noche en tu
cuerpo sin deseo
postcoitum homo tristis
masticando hojas de coca”
El erotismo exacerbado provoca en el lector una impresión de abandono que se funde con la idea de lo perenne, donde la fusión de los cuerpos aparece como un proceso cíclico en el que se posee la entidad ajena a través de la propia entrega, y que, al mismo tiempo, pareciera la añoranza de una historia de amor que se convierte en espejismo:
“amante mi lengua
(caracol marino)
sepega a tu entrepierna
afuera brama el viento obscuro
y la violencia del viento entra conmigo en ti
te pondré armas al hombro
bañaré de mí tu cuerpo”
Asimismo, la autora recrea la sensación de un deseo que se apaga, como si fuera la conciencia del proceso en que se va difuminando la vida. La imagen del atardecer aparece en medio del letargo en el que, a cuentagotas, va pasando la vida, como una permanente vigilia en la que lo único que ocurre es la espera. Una espera adormecida que pone en pausa el ímpetu vital, como preludio suspendido hacia el ocaso:
“envolviéndonos (nosotros lo sabemos)
yertos amantes quesconden su amor
en calles melancólicas con aromas de ciudades donde nunca estuvieron
rezándose sus mandamientos
amándose con lenguas de sombra y deseo
pero siempre es un loco
que sobre el polvo y el humo
con una corona de reina estará esperándote
en este atardecer donde veinte siglos de historia el viento vuelca”
El dolor y el desamparo se vislumbran como un tenue llamado a la memoria que ha dejado de latir, pero que añora el pasado a partir de altibajos emocionales donde conviven imágenes feroces entre las que los cuerpos se entregan hacia el ocaso:
“solo yo
en esta calle sola
por qué grieta la tarde vanocheciendo?
una lágrima cae sobre mi mano
soy la voz que clama en el desierto
Lady Godiva suspendida en el filo de un cuchillo
habrá un paraíso para mí?
detrás de los escombros hay fuego bajo las cenizas
y deslizándose por el muro las sombras de mis muertos
para nadie es un secreto
yo vengo de morirme
no de haber nacido”
La voz poética está consciente de la dualidad que la integra: existe sólo en el otro, a partir del otro; es con el otro, aunque se sabe solitaria porque se ha construido sumando sus pérdidas, cuyas sombras se hacen tangibles conforme va declinando el día, y la tristeza va tejiendo su nido:
“A la luz de la luna
las brújulas apuntan al ocaso
y en el secreto (inevitablemente imprevisible) de voces cardinales
(conjuro de la media noche)
vengo a mirar al resplandor del sacramento inicial mi rostro al desnudo
[ y que nadie me llame
en el espejo
reflejo de otro espejo”
Lucía Yépez hace vibrar, en las fibras subjetivas del lector, emociones complejas, tan brillantes como oscuras, a través de imágenes plásticas y melancólicas, mediante juegos lingüísticos que son tan provocativos como delirantes; como se observa en la integración silábica peculiar (sinalefas) que abunda en sus versos, y los neologismos que constantemente nos recuerdan que la poesía es lúdica y profunda. Por otra parte, las imágenes que enmarcan la emoción en cada poema adquieren dinamismo al compás del ritmo: la voz poética se apresura, se detiene; a veces se precipita y arrebata y, en la siguiente imagen, se contiene con las posibilidades expansivas que logran los encabalgamientos, peculiar figura que puebla toda su obra:
“para distinguir hasta el último rastro de la melancolía
hay otra forma parasomarse al fondo de las heridas?
nace mi sombra al borde de tus ojos de jade
y acorralada en tu miradaceituna
soy la penúltima sobreviviente
de la desobediencia y el sacrilegio en el Bajo Egipto
si yo gritara
alguien dentro de ti mescucharía?
Sin duda, Aquí anochece es una experiencia emocional que se visita de forma vertiginosa (el formato es breve), pero cuyo desbocado efecto permanece en la memoria del lector, más allá de sus versos. Sus imágenes se instalan de forma permanente y aguerrida en nuestra capacidad para reconstruir nuestros recuerdos, y la impronta de la sonoridad de sus versos se queda latiendo en lo más orgánico de nuestros sentidos. Aquí anochece nos revela nuestra finitud, pero también, la eternidad que cabe en los pequeños instantes en que nos detenemos a ver el mundo.
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