De lo cotidiano

Bitácora de Dalina Flores

Libros maravillosos

Durante el semestre que recién terminó, impartí un curso que me encantó por muchas razones: fue la primera vez que se incluyó la materia (‘unidad de aprendizaje’ para el enfoque por competencias) Literatura Infantil y Juvenil en el curriculum de la licenciatura en Letras hispánicas, de mi Facultad; la participación y evolución de mis alumnos fue increíble (sus ensayos finales son de mucha calidad); y se inscribieron estudiantes como oyentes quienes, a pesar de que no cumplieron con su ensayo final –lo sigo esperando por el bien de la humanidad-, tuvieron una participación tremendamente significativa para el desarrollo del curso.

Todos leyeron muchísimo, hicieron exposiciones en clase, diseñaron videos y escribieron al respecto. Además, como parte de nuestras actividades, teníamos una lista en Excel en la que iban agregando “estrellas” (en realidad eran asteriscos) a cada una de las lecturas (en otro post incluiré esa lista) que fueron realizando. La selección de textos incluía de todo tipo: clásicos, contemporáneos, mexicanos, universales, ilustrados, libros-álbum, etc., y de distintas calidades, por eso el nivel de discusión se tornó muy intenso y profundo.

Al finalizar, entre todos hicimos una lista con lo mejor de la LIJ que leímos durante el semestre. Nuestros criterios de evaluación y clasificación se basaron en las características que propone Jaime Alfonso Sandoval para la LIJ, las cuales son cualidades de cualquier texto literario sin más etiquetas. Nos importó reconocer libros que fueran estimulantes, provocativos, lúdicos, íntimos, contados con asertividad, que no cayeran en obviedades ni en proteccionismos. Libros cuyo presupuesto fuera la escritura para lectores inteligentes sin que importe su edad.

Nuestra lista estuvo conformada por textos que nos han dejado experiencias de lectura muy intensas pero que, sobre todo, son retadores. Libros que nos han exigido como lectores para co-construir su sentido y dimensionarlo de acuerdo con las experiencias de cada uno de nosotros. Libros que no son condescendientes; al contrario: que nos habitan para pensar el mundo de otras maneras, para repensarnos. Para dialogar con los otros. Para ver lo que no hemos aprendido a ver. Pero sobre todo, para disfrutar cada una de sus historias como si fueran habitaciones cálidas con alas.

Es preciso señalar que leímos casi 40 libros clasificados como LIJ, de autores mexicanos y  extranjeros (poquitos), pero no pudimos leer muchas obras relevantes y maravillosas que se quedaron en lista de espera, pues el semestre (realmente sólo son cuatro meses) se nos pasó volando. Hay libros excepcionales, de autores imprescindibles en la LIJ mexicana(como Raquel Castro, Jaime Alfonso Sandoval, Javier Malpica o Adolfo Córdova), que no leímos y que sin duda serán incorporados a los próximos cursos. Por otra parte, los títulos que forman parte de esta pequeña lista son los que obtuvieron un promedio de 4.5 a 5 estrellas (4 estrellas: “me encantó, es una obra literaria que vale la pena leer, su propuesta estética, estilística, lingüística es de gran calidad por estructura inteligente y cuidadosa; es un libro muy recomendable”. 5 estrellas: “es lo máximo. Uno de los mejores libros del universo. El planeta no puede seguir girando si no lo lee todo el mundo. Quiero salir y gritar con altavoces que este libro es una maravilla en todos los sentidos.”).

            Acá dejo nuestra selección que se caracteriza, principalmente, como ya lo he mencionado, por incluir textos cuya estructura es lúdica y estimulante. Además de que todos los autores son mexicanos y contemporáneos. Y que pueden ser disfrutados, de acuerdo con sus propias competencias lectoliterarias, por cualquier tipo de lector:

1.     Escalera al cielo, de Andrés Acosta, es un bellísimo poema narrativo que, con un lenguaje exquisito e imágenes íntimas, nos cuenta la relación de Atototzin, una niña muy peculiar, con su padre.

2.     Diente de León, de María Baranda, también es un poema narrativo muy hermoso donde la violencia que nos rodea es el marco para acercarnos a las emociones de Laina, una pequeña que está a punto de cumplir 11 años y que, por las condiciones de su comunidad, tiene que enfrentar la vida sola.

3.     El libro de la negación, de Ricardo Chávez Castañeda, es un relato doloroso sobre la violencia hacia los niños, planteado desde una mirada extraordinaria (en muchos sentidos), que sólo podremos descubrir al llegar al último final.

4.     Margot, de Toño Malpica, cuenta la historia de una pequeña niña que vive con su padre en un tiradero de basura y que de pronto se convierte en súper héroe (o heroína). A través de la historia nos damos cuenta de la forma en que los pequeños detalles pueden cambiar el mundo. (Fue difícil esta elección pues las votaciones se debatían entre este libro y Soldados en la lluvia del mismo autor).

5.     El libro salvaje, de Juan Villoro, es una novela casi autobiográfica de la infancia del autor, que de alguna manera se convierte en un espacio para la reflexión sobre la lectura, los libros y las relaciones que sostenemos con ellos y con otros seres humanos.

6.     Las sirenas sueñan con Trilobites, de Martha Riva Palacio cuenta una terrible historia sobre el abuso, la muerte y la esperanza. Al lado de Sofía nos damos cuenta de la vulnerabilidad de los niños y de la complejidad de su universo interior (igual que con el libro de Malpica, las votaciones estuvieron muy reñidas entre esta novelita y Buenas noches, Laika, de la misma autora).

7.     Puerto libre, de Ana Romero, es un extraordinario relato sobre la travesía de una familia que tiene que alcanzar a un padre migrante en Estados Unidos, pero que se acompaña de pequeños recortes narrativos (como si fueran fotos) con los cuales se dimensiona la terrible y cotidiana realidad de quienes han tenido que partir.

8.     Desde los ojos de un fantasma, de Juan Carlos Quezadas, narra de una forma íntima y entrañable la difícil transición de una ciudad –Lisboa- que se desdibuja. A medida en que la globalización la engulle, la comunidad en que vive Sara, la protagonista, está a punto de perder su identidad. Sólo el arte, quizás, pueda salvarla.

  La intención de esta breve lista de sugerencias, con esto de que a final del año siempre nos da por hacer listas, es que se den una oportunidad para conocer la literatura infantil y juvenil mexicana contemporánea, si es que aún no lo hacen, y que, además, en estas fechas de generosidad, compartamos el universo de estos maravillosos libros con nuestras personas preferidas. Garantizo que no se arrepentirán. Son el mejor regalo del mundo.

Las posibilidades de la interpretación como modelo para la exégesis literaria

Han pasado semanas desde que le fue conferido el premio Nobel de literatura a Bob Dylan y aún no sabemos si el rockstar lo aceptará. Algunos críticos a quienes ha molestado el dictamen de la Academia sueca aseguran que es un premio inmerecido por muchas razones; la principal de ellas es porque el músico no es escritor (formal), pero sobre todo porque, siendo una figura pública tan relevante en la cultura popular occidental, realmente no necesitaba ninguna plataforma que diera empuje a su obra. Como hemos constatado en otras ocasiones, el Nobel ha servido como una plataforma para visualizar la obra de escritores que no son leídos fuera del ámbito estrictamente literario o regional (Gustave Le Clezio, Herta Muller o Doris Lessing no se leerían tanto en el mundo hispánico si no fuera por sendos reconocimientos).

El poeta Antonio Arana asegura que Dylan, en un acto de congruencia, rechazará el premio pues siempre se ha manifestado como un crítico del sistema y del poder. Sin embargo, más allá de lo que haga el propio compositor, el reconocimiento a sus letras, por parte de la Academia sueca, pone de manifiesto las nuevas realidades que configuran la estética y los mecanismos de producción, recepción y circulación del Hecho Literario. Y esta realidad es precisamente en la que se enmarca y fundamenta el trabajo de investigación que ha realizado Susana Ruiz y que se publica, para beneficio de todo estudioso de la literatura, como La obra literaria abierta: del soporte digital al impreso.

En primer lugar, la investigadora presenta una serie de definiciones urgentes y necesarias para comprender la nomenclatura de las manifestaciones literarias, entre ellas, el concepto que retoma de Eco, Barthes y Pavic quienes coinciden en considerar la obra abierta como un tipo de texto literario que está en continua actualización a partir de las múltiples interpretaciones que pueden hacer de él sus lectores y que no sólo se materializa en el papel, sino también en otras formas que viajan a través del ciberespacio; es decir, la obra abierta requiere de la participación directa y activa del ejercicio intelectual y, a veces, físico del lector, para generar sus múltiples sentidos.

Es fundamental entender, a través del libro, que el fenómeno literario actual presenta características que si bien podrían considerarse innovadoras por los recursos dinámicos que explora, éstos no sólo están presentes en los textos que podemos ver en internet, sino que son parte de una estrategia de composición que involucra las competencias lecto-literarias del lector de una forma lúdica y situacional específica y, para explicarla, la teoría literaria tradicional no ofrece luces suficientes. En este libro podemos encontrar una guía muy detallada sobre estos recursos y cómo se desdibujan las líneas que les permiten existir en soportes tradicionales y digitales, sin que esto determine su naturaleza. Es decir, su esencia y dimensionalidad tiene que ver con su composición más que con la plataforma que lo sostiene.

De hecho, el epígrafe de Borges con que introduce su trabajo ya plantea el enfoque complejo de su abordaje teórico y, como sabemos, los extraordinarios cuentos que escribió el argentino fueron anteriores al mundo digital que hoy satura las formas de comunicación:
«En todas las ficciones, cada vez que un hombre se enfrenta con diversas alternativas, opta por una y elimina las otras; en la del casi inextricable Ts’ui Pen, opta -simultáneamente- por todas. Crea, así, diversos porvenires, diversos tiempos, que también proliferan y se bifurcan. De ahí las contradicciones de la novela» (de El jardín de los senderos que se bifurcan).

De esta manera, entendemos, junto con la autora, el diálogo constante establecido entre la cultura escrita y la digital que hoy permite construir paradigmas literarios alternos al tradicional. La tecnología, como señala Susana Ruiz, ha generado formas textuales híbridas que podrían enmarcarse (o no) en lo literario, pero que definitivamente dimensionan las posibilidades de la escritura. De ahí que sea tan necesario, como ella señala: “el estudio de las nuevas formas [así como] la apreciación de las obras prerrevolución electrónica con parámetros distintos, a la luz de estas nuevas tecnologías de lectura y escritura”(13). Al respecto, me gustaría retomar los puntos sobre los que la autora reflexiona en torno a las nuevas propuestas críticas:

  • Cómo cambia el producto literario: ¿qué cambios experimenta el texto cuanod se traduce en formato hipermedia?
  • Cómo cambia el repertorio literario: ¿qué consecuencias implica esa conversión desde el punto de vista de formas, temas y géneros literarios, contemplando la posible relectura de un corpus pasado y su reconsideración historiológica?
  • Hacía dónde evoluciona el concepto de consumidor: ¿qué cambio de rol soporta la figura del lector y qué protocolos de recepción imponen?
  • Hacía dónde evoluciona el concepto de productor: ¿qué transformaciones operan en los procesos de creación literaria, en la figura del autor y en los modelos de producción?
  • Cómo cambian la estructura institucional y las conductas de mercado: ¿qué nuevas asignaciones asumen los entes institucionales y cómo afectan al funcionamiento general del mercado? (13)

Además de responder los planteamientos anteriores, una de las aportaciones más valiosas de este libro es la compilación y clasificación de teorías que la autora identifica como “teorías para la literatura digital” que permite a los lectores, tanto a los expertos en teoría y crítica literaria, como a los legos, adentrarse en la exégesis de estas nuevas producciones asociadas con lo literario. Asimismo, la autora reflexiona y aborda textos literarios a la luz de estos fundamentos teóricos que nos permite reconocer en la literatura recursos que están más allá de su soporte.

Como una muestra de su extraordinaria capacidad para organizar las ideas, la autora establece, en el primer capítulo, las características de las obras abiertas, además de definir conceptos concernientes a la literatura electrónica. En el segundo capítulo, desarrolla, con algunos apoyos en la teoría del caos, el concepto de hipertextualidad en textos electrónicos y tradicionales. En el tercer capítulo propone un modelo de análisis, a partir de cuatro perspectivas: la materialidad, la estructura, la textualidad y el sentido de las obras literarias que, en el cuarto capítulo, es puesto a prueba con el análisis de tres novelas: Juego de cartas, de Max Aub, Nocilla dream, de Agustín Fernández Mallo y Beside Myself, de Jeff Gómez. Y, lo que es básico para todo crítico literario o estudiante de letras: el imprescindible glosario de términos que nos evitará pasar largos periodos tratando de explicar y nombrar algunos de los fenómenos más recurrentes en la producción literaria actual, entre ellos: arte reversible, blogosfera, ciberespacio, cibertexto, ficción interactiva, hiperficción, hipertexto, hipernovela, literatura enriquecida, libro electrónico, etc.

Y, como cereza para el pastel, la generosidad de la autora nos presenta, como apunte final, un repertorio de obras abiertas, con su respectivo comentario crítico, que proveerá a todo estudioso de la literatura una oportunidad valiosísima para la lectura gozosa y la académica, entre las que entre las que se encuentran obras de Cortázar, Calvino, Pavic, Nabokov, etc.).

Sin duda, acercarnos a la propuesta teórica que nos ofrece Susana Ruiz en este maravilloso libro (en muchos sentidos: es profundo pero ameno; amplio, por su fundamentación teórica, pero claro y específico por los ejemplos de análisis que presenta) es fundamental para comprender la dinámica actual de los medios electrónicos y tradicionales así como su probable evolución y, quizás con ello, podamos entender, aunque sea un poco, cuáles son algunas de las variables que se conjuntaron para otorgarle a un músico el premio Nobel de Literatura.

La lectura como vínculo familiar

Una práctica común en muchos medios es la apología hacia la lectura. En los programas actuales de promoción y fomento a la lectura encontramos con frecuencia frases que exaltan, entre muchas bondades, su función como vehículo de acceso a la información, al conocimiento y a la cultura; sin embargo, es importante reconocer que la esencia de la lectura va mucho más allá de la simple intención didáctica o informativa: cuando leemos para nuestros hijos (a pesar de que ellos ya sepan decodificar el sistema lingüístico) o cuando ellos nos leen, se establece un vínculo que, lejos de unificar criterios (no es lo que se pretende, pues lo más importante de la lectura es formar lectores críticos que forjen sus propias concepciones e interpretaciones del mundo) condiciona el nivel y la calidad de comunicación que existe, o empezará a existir, entre los adultos y los niños.

De acuerdo con Felipe Garrido, los niveles de lectura por los que transita un verdadero lector son básicamente tres: el primero de ellos es cuando lo alfabetizan, es decir, cuando aprende a descifrar el sentido que tienen las palabras; después de éste, pasa a la etapa en que la lectura es una herramienta para adquirir los conocimientos que podrá aplicar respecto al mundo, con una finalidad objetiva y utilitaria; estos dos niveles se adquieren en la escuela a partir de la alfabetización y de ejercicios específicos de “comprensión” de lectura. Desafortunadamente la mayoría de los estudiantes (de cualquier nivel escolar) se quedan sólo en estos niveles, generalmente a causa de una errónea o deficiente conducción en el fomento del hábito. Es aquí donde el papel del padre de familia es preponderante para poder desarrollar en los hijos la facultad de realizar lecturas que sean, al tiempo, placenteras y críticas.

El tercer nivel de lectura estriba en eso: lograr que el individuo lea por el gusto de hacerlo; por el gusto de encontrar la armonía, las imágenes, los sonidos de la poesía; por el placer de adentrarse en una novela de ficción, por conocer las personalidades tan complejas que existen en la literatura; y no sólo eso, sino que, a partir de esta lectura que no nos implica “obligación” como en los niveles anteriores, el lector pueda inmiscuirse más profundamente en el texto, para descubrir el mensaje subyacente (subtexto) con que el autor, voluntaria o involuntariamente, se posiciona frente al mundo.

Indiscutiblemente para lograr este nivel de “recepción” se debe realizar un trabajo arduo y compartido. No sólo los maestros tienen la responsabilidad de contagiar el gusto por leer; los padres de familia tenemos que hacer un frente común con los docentes y otras instituciones (como los medios de comunicación) para que nuestros hijos puedan ser los lectores que nuestra comunidad requiere: individuos críticos con capacidades intelectuales, emocionales, espirituales y físicas que contribuyan a la gestación de una sociedad incluyente y respetuosa.

Sé que resulta fácil decir que nosotros, los padres, somos los responsables directos de que nuestros hijos lean pero, a la hora de las verdades, son muchas las dudas que nos asaltan respecto a la forma o las estrategias que deberíamos utilizar para alentarlos en esta práctica (además de que necesitamos disponer de un tiempo específico que muchas veces nuestras labores diarias no nos permiten). Más allá del tiempo que tengamos disponible, o de las actividades diseñadas de manera compleja (como se supone que lo hace la escuela) para involucrarnos en actividades que promuevan la lectura, lo más importante (y que nunca falla) para formar hijos lectores es amor hacia ellos. Si partimos de este principio, nos daremos cuenta de que las actividades que a continuación proponemos no sólo son rápidas y fáciles de llevar a cabo, sino que son prácticas que hacemos casi a diario, o deberíamos hacer, para comunicarnos con nuestros pequeños, conocerlos y saber qué es lo que les preocupa de su mundo:

  • Recupera o empieza a desarrollar el hábito de leer por gusto. Date un tiempo aunque sea de quince minutos por la noche o a cualquier hora para leer algo que te guste (que no sean revistas especializadas o el periódico), ya que los niños generalmente aprenden por imitación.
  • Trata de llevar a tu hijo a hojear (no es necesario comprar) o comprar libros, por lo menos una vez al mes. Las librerías de la ciudad tienen área para niños en las que se pueden divertir mucho, o bien, en las áreas de libros de los supermercados también se encuentran opciones interesantes de literatura infantil.
  • Empieza a leer cuentos infantiles para que puedas tener diálogos en común con tus hijos. Lee literatura infantil para tu propio gozo. Actualmente, la industria editorial se ha preocupado por ofrecer, a los lectores de cualquier edad, literatura infantil con altos estándares de calidad literaria. Además, esta experiencia te permitirá tener referencias comunes con tus pequeños.
  • Realiza “tours” con tu hijo y algún amiguito suyo a las bibliotecas públicas que hay en la ciudad, en las que pueden leer libremente mientras tú también lo haces (Fray Servando Teresa de Mier, en la Macroplaza, la del parque España, la de la Casa de la Cultura de Nuevo León -5to. Piso- en estos lugares no sólo se divertirán leyendo sino que podrán descubrir otras opciones culturales).
  • Cuando el niño realice algún dibujo, traten de crear juntos una historia para ese dibujo y ayúdalo a escribirla al pie de la ilustración. La espera en una fila o el trayecto en el coche pueden ser un buen pretexto para crear juntos una historia, aunque no tengan donde escribir o dibujar.
  • Trata de que el ritual de “buenas noches” incluya la lectura en voz alta de algún cuento pequeño o capítulos de los más extensos o una selección de poesía infantil (cien por ciento recomendable para niños desde los 18 meses de edad). Incluso puedes extender esta costumbre a la hora de la comida. Puedes sorprenderte de todos los temas que se desgranan a propósito de la lectura de un poema, cuento o un fragmento de novela, que nos permiten dialogar en familia mientras realizamos la gozosa tarea de alimentarnos.
  • No olvides traer libros siempre contigo. Para ti y para los pequeños. Esto les hará los trayectos muy apasionantes. Pueden leer incluso libros extenso en recorridos largos.

Lo mejor de estas recomendaciones es que los niños y los adultos empezaremos a relacionar la lectura con aspectos emocionantes y afectivos que se desarrollan durante nuestro diario convivir. El libro, entonces, se convierte en un objeto mágico cuyos poderes, además de despertar nuestra imaginación, nos activarán fibras emocionales para tejer nuestro apego a la familia.

Palabras como acciones (segunda parte)

La mayor preocupación de los adultos que conforman una comunidad capaz de cuestionar las prácticas culturales enajenantes tendría que girar en torno a la búsqueda de un modelo integral para la educación de nuestros niños, en vías de la construcción de un entorno de respeto, cordialidad y aprecio hacia el otro. Para ello es fundamental la palabra. Desmitificarla y usarla en todos sus niveles y para toda diligencia.

Con las palabras construimos el mundo y le asignamos diferentes cargas ideológicas que determinan nuestras prácticas, así es como hemos arraigado la violencia de todo tipo contra las mujeres, en particular (y contra los grupos vulnerables en general). La literatura continuamente nos ofrece muestras de estas relaciones; en Los esclavos, por ejemplo, Alberto Chimal muestra un panorama muy actual y doloroso acerca de las diferentes formas de control que algunos individuos ejercen sobre otros, de manera que el ser humano, al someterse, pierde su dignidad y su capacidad para tomar decisiones. Sin embargo, la realidad nos golpea con situaciones no ficcionales en las que la violencia se convierte en una forma de vida que normaliza la enajenación. En este sentido, es nuestra responsabilidad ayudar a los pequeños a construir un contexto que defienda y garantice su dignidad y su autonomía. Y esa tarea se logra a través de las palabras.

A través de ellas podemos educarlos para no ser víctimas; sin embargo, asumir la palabra como libertad implica muchos riesgos y requiere de romper con tradiciones muy acendradas. Tenemos que contrarrestar los duros efectos del secreto y el tabú respecto a nuestros cuerpos, a través de reconocernos y nombrarnos. Recuerdo que una vez me “citaron” en la guardería de mi hija cuando ella tenía tres o cuatro años. Con mucha cautela, su maestra me dijo que teníamos que cuidar la forma de hablar de la niña pues estaba usando “malas palabras” y eso podría ser perjudicial para sus compañeritos. Al principio me preocupé genuinamente pues en casa siempre hemos sido muy sueltos de lengua, pero cuando pregunté qué era lo que había dicho, la maestra me dijo, en voz muy baja: “vulva”. Después corrigió: “vulvita”. Le dije que no era una mala palabra y, tras una breve discusión, la “cita” se convirtió en un diálogo de sordos. Al final, agregó: si quiere que se exprese con propiedad, en todo caso, debería usar la palabra “vagina”. Entonces, le dije, lo más amablemente que pude, que no: la parte interna del órgano reproductor femenino, se llama vagina; pero la parte externa, a la que se refería mi hija, es vulva. De todos modos, me pidió que habláramos con la niña pues aunque no sea una “mala palabra”, no está bien que una nena tan pequeñita anduviera hablando de esas cosas. Claro que hablamos con ella. Para decirle que el cuerpo es hermoso y cada una de sus partes tiene un nombre especial.

[Podría ser, también, que el tabú en torno a los nombres de los genitales tenga que ver un poco con la cacofonía; no sé quién inventó los términos en español, pero pene, glande, escroto, vagina, vulva, son palabras muy poco eufónicas. Partes tan especiales, y generadoras de vida y placer, también deberían tener apelativos lindos y luminosos, no sé, quizás el pene debería llamarse pirindúngulo; y la vulva, ursuluz o lámpara.]

Lo cierto es que deberíamos apelar por una educación que les diera a los niños las palabras como herramientas para nombrar el mundo, hacerlo suyo, para poder enfrentar cualquier situación. Palabras y confianza para niños y niñas, pues nadie está a salvo. La fragilidad de la infancia atrae a cualquier enemigo que, de acuerdo con muchos testimonios derivados del hashtag mi primer acoso, muchas veces está en casa. No asumamos, como padres, que porque nosotros los queremos y respetamos, nuestros hijos están a salvo de la depredación intrínseca a la especie humana.

Paradójicamente, en vez de que las palabras nos otorguen la posibilidad de hacernos conscientes de nuestra propia sexualidad y los aspectos de salud y recreación que tenemos todos los seres vivos desde que nacemos, intentamos ocultar, frenar, disfrazar la realidad y, lo peor: generar falsos o peligrosos paradigmas. Por eso es necesario nombrar el cuerpo. Nombrarlo para conocerlo, y sólo lo que se conoce se puede querer. Es fundamental amar el cuerpo y no asociarlo con lo prohibido, sino con la dignidad. Y tener y querer un cuerpo propio digno, nos llevará a dignificar también a los otros cuerpos.

No podemos guardar a nuestros niños en una caja de cristal; no podemos estar cuidándolos sin separarnos de ellos. El jardín de niños, como se ha visto en las últimas noticias, también puede ser un lugar inseguro. Sólo cuando los pequeños sepan reconocer de qué están hechos, podrán hablar de ello y también, asumir la responsabilidad de su cuidado y dialogar con los adultos. Pero tendríamos que ser adultos capaces de llamar a las cosas por su nombre y capaces de aprender a disfrutar y sacralizar nuestros propios cuerpos.

Como padres nos asusta abordar estos temas entre adultos y mucho más con nuestros hijos, porque tenemos la herencia del tabú, pero siempre hay momentos y formas, y si desconocemos aspectos de nuestra propia sexualidad -porque fuimos criados con prejuicios y silencios- entonces, investiguemos con ellos, con nuestros hijos, para que juntos construyamos las herramientas con las que podrán defenderse y quererse.

Es necesario aprender a nombrar. Es vital tener palabras y canales de comunicación: otorgar confianza y afectividad. Mostrarle a nuestros hijos que nosotros no los juzgamos sino que los acompañamos (aunque no estemos con ellos) para que su tránsito por la vida sea menos duro. Otorguémosles las palabras como el arma más poderosa contra los depredadores. Sería un sueño posible educarlos, desde todos los frentes, para vivir.

A través del mayor número de lenguajes (del arte, del amor a todos los seres vivos, de la palabra) podemos construir con ellos nuevos paradigmas. Y a pesar de lo difícil que resulte confrontar los principios y modelos con los que fuimos “educados” (de la sumisión, la obediencia, el silencio), mostrarles que podemos modificar estas prácticas porque también hemos aprendido a querernos y disfrutarnos.

Lo más valioso que podríamos darle a un niño es la certeza de su individualidad. Tener la forma de decirle: tu cuerpo es tuyo y es necesario que lo conozcas para que lo puedas disfrutar, querer y cuidar. Porque además de poder nombrarlo, tendrían que saber que su cuerpo es el vehículo más apto para el placer. Y que el placer se ejerce como un derecho y nunca como una obligación. Tendríamos que poder decirle a todos nuestros niños: “quiérete, disfrútate, cuídate. Y yo voy a estar acá, cerca de ti, para defendernos juntos”.

Palabras como acciones (para dar autonomía y seguridad a los niños)

Primera parte

Una de las premisas de la novela Los juegos de la violencia, de Ricardo Chávez Castañeda, es que la única manera de erradicar la violencia es enfrentándose a ella para conocerla y desactivarla; como si fuera una bomba. De alguna manera, su propuesta nos lleva a concluir que para conjurar a los fantasmas es necesario nombrarlos. Y para nombrarlos es preciso perder el miedo.

Para hablar de la vida tendríamos que sepultar nuestros temores y aprender a nombrarla detalladamente. Nombrar todo. Escudriñarlo todo y definirlo para intentar entenderlo y, mejor aún, saber qué hacer respecto a todo lo que vamos descubriendo. Es decir: hablar nos tendría que llevar a seguir hablando, a seguir nombrando; a establecer una cadena de comunicación quizás tan sólida que nos permita llegar a la comunión con el otro, o por lo menos a la comprensión del otro.

Como hemos visto a través de la información que vuela en las redes sociales, la violencia está en todas partes. El movimiento feminista, en las últimas fechas, detonó una serie de agresiones desde todos los frentes, precisamente porque no hemos sabido nombrarnos. Desconocemos tanto al otro, a nuestra historia y a nuestra realidad actual, que todos creemos que tenemos la verdad en la mano (o los pelos de la burra, como dice mi marido). Hemos visto a todo tipo de artistas e intelectuales (o simples opinadores públicos) enfrascados en pugnas descomunales que evidentemente surgen de monólogos vacíos, sin intenciones de estrecharnos en un diálogo.

A partir de un discurso agresivo y descalificador, incluso las personas que, en teoría, han tenido acceso a la educación, son sensibles, preocupados por el bienestar social, se han erigido como líderes de bandos contrapunteados. La vida real aún me preocupa más. Quiero decir que si todo tipo de violencia ha surgido de personas “civilizadas” que se persiguen y queman a través de las redes sociales, no sé qué podemos esperar de toda la gente que no tiene acceso a la educación, a cultivar su espíritu a través de las artes, o de todas esas personas que viven en burbujas llenas de lujos tan ensimismados que también son ciegos frente al otro. Porque no se trata de pobreza. Qué podemos esperar de todo ese gran pueblo mexicano que ha heredado sin cuestionamientos un machismo devastador.

Esos mexicanos son los que han difundido y legitimado miles de agresiones en nombre del género (la trata de personas, la esclavitud sexual, el abuso infantil, etc.). Han promovido y aplaudido el sinsentido de la publicidad diseminada por las redes. Lady cien y la polisex son ejemplos de situaciones que quisiéramos que fueran una broma desafortunada, pero esa es la realidad de la conciencia del mexicano, subyugada por la publicidad, la corrupción y la rapiña. Las evidencias muestran un contexto sociocultural donde no estamos a salvo de nada, cuando los ciudadanos, hombres y mujeres, sucumben ante los estragos de este pseudocapitalismo pernicioso y atolondrado.

Desafortunadamente los más pequeños son los más vulnerables frente a estas prácticas depredadoras: el #miprimeracoso nos ha dejado destemplados: hemos callado tanto y con ello legitimado y dado valor a la violencia sexual contra las niñas, que lo que resulta anormal es el respeto. Con una amarga sorpresa vi que en el muro de una amiga, alguien comentó que se sentía un poco liberada después de escribir una experiencia en que fue acosada, pero que ésa no había sido la primera, pues si hubiera narrado la primera, su familia se colapsaría. Obvio porque el abusador era un pariente muy cercano. Lo más terrible es que, a partir de ahí, muchas otras amigas confesaron lo mismo: el primer acoso de la mayoría de las mujeres mexicanas ocurre cuando somos niñas y a manos de un familiar a quien nosotros o la familia le tiene mucha confianza o incluso lo respetan y lo idolatran.

Eso me lleva a pensar que tenemos que ayudar a las niñas, y por supuesto también a los niños, a que sepan defenderse no sólo ante desconocidos, sino ante cualquier persona que intente invadir su cuerpo, colonizar sus emociones, amedrentarlos o hacerlos sentir incómodos. El mayor problema es que los niños nunca han tenido voz. Los adultos nos hemos dedicado a silenciarlos desde el principio de los tiempos. Y cuando ellos se atreven a hablar, en el mejor de los casos los cuestionamos; en el peor, no les creemos pues “su mente fantasiosa los lleva a confundir o malinterpretar las situaciones”.

Hace poco un amigo hacía un llamado para la construcción de un nuevo varón que sepa respetar a las mujeres; lo hacía pensando en su propia pequeña quien aún está lejos de la ‘vida real’ que nos pone y nos ha puesto en peligro a lo largo de tantas generaciones. Sin embargo, las evidencias muestran que el peligro está en nuestra propia casa y no sólo me refiero a los agresores sexuales, sino a la descalificación que hacemos de los juicios de los niños. Es bien difícil imaginar que mi padre pudiera ser capaz de abusar de mi hija, por ejemplo, y quizás esa dolorosa situación hipotética podría llevarnos, para protegernos a nosotros mismos, a descalificar o minimizar lo que nos dicen los pequeños.

Quizás resulta difícil romper los paradigmas con los que fuimos ‘educados’ pero por el bien de la humanidad en ciernes, tenemos, como adultos, que dar herramientas a los pequeños, a través del lenguaje, pero sobre todo, a partir de la confianza. Nosotros no podemos ser jueces de nuestros niños. Debemos, al contrario, ofrecerles posibilidades para que ellos sean capaces de realizar libremente sus elecciones. Ellos deberían saber que pueden hablar de cualquier tema con nosotros y que nosotros sabremos escuchar (y respirar y comprender antes de pegar el grito en el cielo), pero sobre todo, que estamos ahí para ayudarlos. Pero para que sean capaces de hablar sobre la vida, sobre su cuerpo, sobre su intimidad, tenemos que construir con ellos un camino de confianza.

Más sobre el efecto Malpica. Imperdible (¡ay!, estas palabras no me gustan, pero surten un gran efecto publicitario)

Si te interesa conocer más libros, de Antonio Malpica, que te harán pasar momentos maravillosos e inolvidables, no te puedes perder estas recomendaciones, ya que entre ellas se encuentran tres libros editados por El Naranjo cuya calidad (en cuanto a factura y contenido) los hace imprescindibles, y la saga El libro de los héroes, una serie que, sin duda, te pondrá a temblar (y a tratar de encontrar los demonios que se esconden bajo la apariencia de la gente que te rodea). Sigue leyendo y entérate de estos títulos urgentes e indispensables.

Como habíamos dicho, los cinco primeros de esta lista forman parte de la categoría “lo mejor del universo” (incluida en el post anterior) es decir, son lecturas que tendremos que haber hecho antes de morir si queremos transitar una vida eterna (o muerte) sin remordimientos por el Mictlán. Advierto que esto quiere decir que si alguien muere sin haber leído los títulos ubicados en los lugares del 1 al 15, probablemente querrá regresar a buscar una biblioteca a este mundo cuando ya no tenga un cuerpo capaz de sostener la materialidad del libro y eso les dará muchos dolores de cabeza (cabeza etérea, claro).

Al llegar a esta parte se preguntarán por qué me he puesto tan tétrica (como si la idea fuera hablar de zombies) y mórbida, pero la verdad es que los siguientes diez títulos recomendados tienen mucho que ver con demonios, muertes, maldad y algunos elementos paranormales.

11. Nocturno Belfegor es la segunda entrega de la saga El libro de los héroes y creo que es la novela individual que más he disfrutado por diversas razones: el miedo y lo demoniaco asociado a la música, particularmente de Franz Listz, los paisajes húngaros que rodean el castillo de Oodak, pero sobre todo el nivel de maldad asociado con personajes reales y situaciones metafóricas. En esta novela conocemos con mayor detalle la Summa demoniaca en la que se encuentran las huestes de Belcebú y las formas humanas con las que conviven entre nosotros (en este sentido, no sé si a propósito o no, el autor hace una crítica social muy fuerte).
12. Objetivo miedo es una de las novelas más duras que he leído. Aborda temas que tratamos de evitar para no complicarnos la vida con los niños y los jóvenes: el abuso sexual perpetrado contra los más pequeños, indefensos y olvidados de la sociedad: los niños de la calle. A partir de un golpe de conciencia (casi obligatorio) un fotoperiodista se involucra en este mundo guiado por una presencia extraordinaria. Sin duda es un libro que debe estar en todo hogar que tenga niños y adolescentes.
13. Las mejores alas es la primera novela de corte infantil publicada por Malpica (según consta en su blog) y sorprendentemente parece la novela de una pluma consumada en crear personajes entrañables, diálogos realistas, inteligentes y rotundos. Lo más adorable de esta novela es la inocencia del protagonista y la forma en que la triste cotidianeidad lo rebasa sin mancharlo. Tienen que leerla con un paquete grande de pañuelos desechables a un lado.
14. Los mil años de Pepe Corcueña (también novela para niños, pero en realidad para todo tipo de lector) aborda uno de los temas más polémicos y duros que podríamos encontrar en la literatura de todos los tiempos: la violencia hacia los niños, efectuada a partir de un secuestro, donde Noé, el protagonista de 10 años, tendrá que recurrir a las técnicas de Scherezada para que su captor le permita seguir vivo. El manejo de la historia es magistral pues pese a su dureza, el autor no otorga concesiones al lector ni resuelve el conflicto de forma fácil o inverosímil. También necesitarán una buena dosis de pañuelos desechables.

15. Vuelta a casa presenta una peculiaridad que la hace diferente a casi todo lo que se ha escrito (o por lo menos sí es diferente a todo lo que he leído) dentro del auge editorial cuyo mercado es juvenil: un protagonista perteneciente a uno de los pueblos originarios de México; pero además de darle visibilidad a este grupo, el autor presenta un entramado donde es evidente la investigación histórica que lo sustenta y un tratamiento de amor desde una perspectiva idílica y trascendental.

A partir de los siguientes títulos, hasta el número 30, se encuentran los libros que si bien podrían parecer prescindibles (no de vida o muerte como los anteriores), la verdad es que pertenecen a la categoría: “tu vida será más divertida, intensa y placentera si los lees” y lo más importante es que te permitirán entrarle al mundo de la lectura literaria sin reparos:

16. Siete esqueletos decapitados da inicio a la maravillosa saga de El libro de los héroes, con un planteamiento realmente desconcertante y aterrador. El miedo más extremo al que se puede enfrentar una familia nos asalta desde las primeras páginas: al abrir la puerta, una madre que está en espera de tener noticias de su hijo, quien ha sido secuestrado, se enfrenta a un costal lleno de huesos humanos, excepto el cráneo y, al parecer, Nicte un personaje extraño y lleno de violencia es quien se encarga de cometer los asesinatos de los niños. En medio de ese caos, conocemos a Sergio Mendhoza y otros personajes tan adorables que nos reconfortan.

17. El nombre de Cuautla es una interesantísima novela histórica que se desarrolla en medio de un conflicto trascendental en la historia de nuestro país: por un arrebato del corazón, Bruno Bellini decide quedarse en la ciudad de Cuautla cuando está a punto de ser sitiada por el ejército realista. Lo que más me gusta de la trama es, por supuesto, el lenguaje, pero también los maravillosos paisajes que retratan una ciudad inmersa en la exuberancia natural que evoca la vida temprana del siglo XIX; lo más cautivador, por otra parte, es cómo el autor logra darle cuerpo y personalidad a los caudillos que se desdibujan en las clases de historia patria.

18. El llamado de la estirpe es la tercera parte de El libro de los héroes y, quizás por ello, una de las más complejas a partir de su intertextualidad y la evocación de personajes que lindan con la Historia o con diferentes tradiciones mitológicas. En la trama, el querido Sergio Mendhoza tiene que tomar decisiones irrevocables que lo llevarán a las situaciones más extremas de sacrificio y autoconocimiento. Quizás es la entrega más acuciante en el sentido en que no se puede dejar de leer y lo hacemos con urgencia, porque cada revelación nos lleva a otra más extrema.

19. El destino y la espada es quizás la parte más compleja de la historia, pues la caracterización interna de los protagonistas cada vez es más densa y sus conflcitos son más extremos. Sergio y sus amigos están dejando de ser niños y se tienen que enfrentar solos a demonios insospechados. Esta novela concatena conflictos históricos muy relevantes para comprender la esencia heroica y maligna que subyace en los seres humanos y le da un giro muy significativo al rol que juegan los personajes. Podría decir incluso que es la novela sobre Farkas.

20. Hacked by Conejo plantea una historia romántica muy eficaz como si fuera una novela de aventuras, o más bien, de suspenso pues Memo, el protagonista, se involucra en una serie de conflictos que tienen que ver con espionaje, fraudes bancarios y traiciones, desde la inocencia que le dan sus dieciséis años y el amor oculto que le tiene a Samantha (que está bien loca). Lo que más disfruté, porque no sé nada de informática, es, desde luego, la estructura y la voz narrativa. Sin embargo, con ayuda de mi hermano, pude descifrar el código binario con que el autor titula cada uno de los capítulos. Inténtelo… se divertirán.

Como cada vez que escribo sobre las novelas de Toño Malpica me pongo muy verbosa, por lo pronto, esta entrada se quedará aquí. Les recomiendo que vayan consiguiendo todos los malpicas posibles. Y no se pierdan el próximo post, en el que incluiré algunos de mis cuentos favoritos de este maravilloso autor mexicano contemporáneo.

Algo sobre el sutil efecto malpica  

Este texto está dedicado con especial cariño a mis alumnos, quienes me preguntan o toman notas, y ya están totalmente inmersos en el universo malpica

 

En 2012 empecé a solicitar en mis clases que los alumnos leyeran libros de Toño Malpica; haberlo encontrado me pareció el más grande aporte para la promoción de la literatura ya que su obra es inteligente, creativa y, sobre todo, divertidísima. No estoy segura de si es su sentido del humor, el lenguaje, la reproducción de realidades intensas, a veces duras, complejas, pero siempre con personajes entrañables, o los retos que plantean sus estructuras o sus intertextos (históricos, musicales, cibernéticos). O sea: no estoy segura del porqué, pero siempre se logra lo mismo: los lectores que llegan a él no se conforman solo con un título. “Una vez que lo lees, no puedes parar”, me dijo hace poco uno de mis alumnos.

Hace tres o cuatro años, una alumna incluso hizo una página que se tituló «Malpica me pica» porque, cuando le tocó leerlo para mi clase, estaban en exámenes parciales y sucumbió a su lectura sin reparos. Ella es (era, no sé, tal vez ya terminó la carrera) una estudiante muy responsable y dedicada, así que para ella era terrible no tener tanto tiempo para estudiar, pero no le importó: fue más necesario seguir leyendo Siete esqueletos decapitados. Algo así pasa con muchos otros lectores (niños, jóvenes o adultos): una vez que terminan uno de sus libros, no pueden dejar de seguir buscando otro y otro y otro…

Ese es el efecto malpica: buscar sus libros por todos lados, con entusiasmo y fruición, para divertirnos. Porque sabemos que el autor nos introducirá en un universo divertido pero también inteligente: disfrutaremos la historia y los juegos lingüísticos y estructurales, pero sobre todo nos pondremos a pensar en un millón de cosas que tal vez no se nos habían ocurrido, porque el autor no apela a la risa fácil, sino a la ironía, el humor ácido sin ser corrosivo, a plantear enigmas que confrontan nuestras propias realidades.

Y por supuesto que si algo sé de este efecto es porque yo también lo he padecido. Cuando descubrí a Toño Malpica regresó a mi vida una parte de esa ingenuidad lectora que me fue quitando la formación especializada en Letras. De pronto, la teoría literaria, las corrientes, las discusiones académicas se van apoderando de la voluntad lectora y sufrimos esta triste enfermedad profesional que consiste en ir leyendo de forma paralela los qués y los cómos. Y entonces, no hemos terminado de leer una novela, pero ya estamos adelantando qué problemas tiene con la construcción de la voz narrativa, o las secuencias, o el tono… Lo divertido de haber llegado a la versátil propuesta literaria de Malpica es que la ficción atrapa al lector, a tal punto, que no importa nada sino participar del universo de la novela (últimamente trato de desarrollar una hipótesis sobre el efecto de lectura en cuanto a la capacidad que tienen los textos literarios de hacerte vivir el universo ficcional presentado, o sólo aludirlo. Luego les diré en qué quedó).

Me parece que todo padre, maestro, promotor que tenga un interés no sólo por fomentar la lectura, sino de afianzar la competencia lecto-LITERARIA tendría que allegarse de la obra de Malpica pues sus historias son frescas y muy cercanas al lector del siglo XXI y conservan una gran calidad literaria. Algunos compañeros académicos, a veces, me señalan (eufemismo) por apostarle a este tipo de obras en vez de estar promoviendo a los clásicos o a autores de mayor renombre en las cofradías literarias; pero yo creo que el hecho de que sea un autor contemporáneo y muy cercano a mi corazón no excluye la posibilidad de reconocer la calidad y el valor de su obra. A lo largo de la historia de la crítica literaria hemos visto que no hay ningún problema si un crítico dedica sus lecturas, abordajes o exégesis a la obra de un autor renombrado como, digamos, Cervantes o Vargas Llosa, pero si alguien quiere analizar, ponderar o compartir sus lecturas sobre la obra de un autor vivo, contemporáneo y amigable, entonces, eres promotora, mediadora, publicista, pero no crítica.

Y bueno, empezaré entonces a hacer mis pininos en la industria publicitaria y dejaré por acá los títulos imprescindibles que lo convertirán a usted, damita, guapo caballero, joven de mirada inteligente, en un auténtico malpiqueño. La verdad es que aunque quisiera prescindir del enfoque académico, mi formación me obliga, de alguna manera, a que mis apreciaciones sean lo menos impresionistas que pueda.

Debo aclarar que la enumeración podría sujetarse a mis gustos personales (que según yo se derivan del nivel de literariedad), pero la verdad es que del 1 al 15 están las novelas que más más más me han gustado, independientemente de que el mercado las haya clasificado como infantiles, juveniles o lo que sea (no hay una mejor que la otra), y que creo que son lo mejor, mejor, mejor del universo, y que, sin duda, la quinta te dejará sin aliento (recuerden que estoy iniciándome en el discurso publicitario):
1. Los elementos del jazz (creo que esta novela está en mis top ten de todo lo que he leído en la vida. La estructura es una delicia y podremos encontrar aforismos que se conviertan en rutas para vivir –sin ser de superación personal, para nada- de acuerdo con el ritmo del jazz. Julio es un niño que tiene que trabajar para un narcotraficante, y su trabajo consiste en cuidar a la pareja del mafioso de la que termina enamorándose. Pero aún no he espoileado nada. Tienen que leer. Ya.)
2. Soldados en la lluvia (lo que más me gusta es su estructura. Y la historia entrañabilísima sobre dos pequeños niños que tienen que cuidar a su abuelo quien ha caído enfermo (para que no se lo lleve el diablo –literal… bueno, más o menos literal) en medio de la Revolución de 1910).
3. El impostor (Gustavo es uno de los pocos sobrevivientes de una epidemia que destruye prácticamente toda la vida en la tierra. Tiene que luchar, literal, para sobrevivir y para reconstruir su forma de amar y de ver el mundo. María Fernanda es un personaje simbólico que funciona como un bálsamo que podrá reconciliarnos con la vida).
4. Billie Luna Galofrante (esta novela de corte aparentemente realista, narra la historia de una madre viuda que tiene que lidiar con dos hijos loquísimos –que no sé por qué sospecho que están inspirados en los dos hermanos mayores Malpica- mientras se desvive por tratar de entender qué pasa con su anciano padre quien despertó de un largo coma sintiéndose –siendo- Dizzy Gillespie).
5. Apostar el resto (en palabras del propio autor: “novela negra para niños grandes”, esta historia presenta personajes maravillosos: malandrines pero llenos de carisma que hará que nos enamoremos por lo menos de El Fantomas, un seductor estafador que tiene los sentimientos más nobles y un sentido muy alto de la amistad).
6. Informe preliminar sobre la existencia de los fantasmas (El Gugu es un adolescente maravilloso y terrible, como todo adolescente, que va aprendiendo un chorro de cosas, mientras el autor nos sorprende con una historia compleja y la calidez de las relaciones entre los personajes. Algún día yo quiero ser como la mamá del Gugu).

7. La nena y el mar (esta novela es una maravilla –y según mis fuentes clandestinas, podría estar muy cercana su reedición- porque se centra en la psicología de sus protagonistas: una chica suicida y un taxista, quienes tienen toda la noche para descubrir(se) mutuamente sus deseos).

8. La lágrima del Buda (no sé qué es lo que más me gusta de esta novela: su sentido del humor o el planteamiento temporal de las diégesis (perdón: historias) que se entrelazan magistralmente para contar cómo un profesor de literatura se inmiscuye en la recuperación de una joya valiosísima y los otros personajes que también la tienen que encontrar para salvar su vida. Los capítulos tienen títulos alternados entre canciones de mi grupo favorito en el universo: Queen y los cuentos de Ficciones y el Aleph, de Borges. Y no es gratuito).

9. Ulises 2300 (en apariencia es la historia de un veterano jugador de ajedrez que intenta recuperar su prestigio entrenando a un brillante jovencito que ha sido una revelación para el ajedrez, pero que no tiene ningún interés en él, pues lo único que le importa es Marina, la chica que le gusta. Al parecer, ambos personajes se ponen condiciones y todo parecería que es una historia de lucha de poderes; pero la presencia de Alan, el hijo de Salomón, le da un giro muy interesante a la historia).
10. Margot, la pequeña pequeña historia de una casa en Alfa Centauri (esta historia es ideal para cuando la depresión nos asalta: lloraremos mucho pero descubriremos que el heroísmo se encuentra en todos lados y que la vida no es lo que vives, sino la manera en que decides afrontarla. Margot es una niña muy muy pobre, con poderes extraordinarios. Entre sus poderes se encuentra la facultad para que todos los lectores la amen).

Como esta entrada está quedando muy extensa, por lo pronto la dejaremos hasta acá, pero no te pierdas la segunda y tercera parte de estas recomendaciones, donde encontrarás información importante sobre los títulos ubicados entre los números 11 y 45. No podrás creer lo que descubrirás al leer el número 14.

Crónica de una presentación imprevista o de cómo el heroísmo siempre nos alcanza

(Advertencia: esta es una entrada muy larga y subjetiva; si quieren leer algo menos personal, busquen mi siguiente entrada sobre la relación entre El libro de los héroes y los Panamá Papers)

 

Para nadie es ajena la idea de que soy ultrafán de la obra de un tal Malpica. Y una de las principales razones es su saga El libro de los héroes. He disfrutado tanto de su lectura y de las cofradías que hemos construido a su alrededor que las ideas se me atragantan y me rebasan: se amontonan para salir sin fijarse en formatos ni requisitos (como en la primera reseña que publiqué al respecto en mi blog, y que pueden ver en el enlace de abajo).

Como saben, hasta ahora se han publicado Siete esqueletos decapitados (que me puso en contacto con el miedo), Nocturno Belfegor (creo que es mi entrega favorita, aunque es muy difícil elegir), El llamado de la estirpe (acá es donde lloré inconsolablemente y quise matar a todos los personajes y luego tirarme por la ventana) y, recientemente, El destino y la espada (donde todo tiene el sentido que yo esperaba). Además de mis impresiones a vuelo de pájaro, lo que más me gusta de la saga es que cada una de las novelas se puede leer de manera independiente y conservan su sentido y cohesión, porque cada uno de los episodios está trazado con exactitud y redondez.

A pesar de la autonomía entre uno y otro libro, también es cierto que la trama global que construye el autor está siendo hilvanada a través de dos recursos importantísimos: la complejidad de sus personajes y la relación tan minuciosa y detallada de la Historia de la humanidad y sus mitologías demoníacas, con pasajes y personajes históricos que, sin duda, dimensionan las referencias y las secuencias narrativas se hacen, para el lector, más entrañables y cercanas.
A diferencia de las tres primeras entregas, me parece que en la última, el narrador se torna un tanto más juguetón con la estructura, quizás por sus evocaciones apenas renacentistas; o sea, a pesar de que el lector va saltando, para acompañar a los personajes, de mil quinientos algo a la fecha actual, la evocación del ambiente en algunos capítulos es casi todavía medieval. Este rastreo histórico solventa muchas de las premisas que el autor empezó a plantear sobre el mundo de los demonios y de los héroes y, entonces, tenemos la oportunidad de conocer a personajes como Giordano Bruno o la Condesa Bathory de primera mano. Sí, la narrativa cinematográfica en 4D de Malpica nos presenta de manera muy íntima a cada uno de los personajes.

Otro recurso efectivísimo en su narrativa es la presentación de los planos ficcionales que, de forma vertiginosa, nos llevan de uno a otro escenarios enlazados por acciones y voces que, poco a poco, el lector va identificando. Uno de los personajes más enigmático y por lo mismo atractivo, Farkas, en esta última entrega se va deconstruyendo a tal punto que terminamos con el corazón hecho pasa y con ganas de abrazarlo, como ocurre con Sergio a cada dos páginas. A pesar de su aura llena de misterio, a veces intuimos que, detrás de sus acciones violentas contra el protagonista, se encuentra un adulto amoroso que actúa con la misma desesperación de los padres urgidos por enseñar a nadar a sus hijos y, ante su indecisión, terminan arrojándolos con fuerza a la alberca.

Podría pasar páginas enteras escribiendo sobre los entrañabilísimos personajes cuya presencia late al lado de cada uno de nosotros (de hecho, yo también he tenido un par de Jops en mi vida) y por eso nos identificamos con las relaciones que se van urdiendo entre los personajes. Lo interesante de la propuesta es que no importa la edad del lector. Cualquiera con sangre en las venas puede rendirse ante el encanto de El libro de los héroes; es decir, para nada creo que sea una saga “juvenil” si suponemos que lo juvenil está asociado a este boom editorial que considera la juventud como meta de consumo.

Creo que casi toda la obra de Antonio y Toño Malpica cumple con los requisitos de la literaturidad por su apuesta por el lenguaje, el sentido del humor, la estructura y otros recursos estilísticos que apuntalan el pensamiento crítico y estético, sin importar que las editoriales o las intenciones del mismo autor quieran acotarla a un mercado en particular, o sea: más allá de lo infantil o juvenil. Sobre todo, los libros de Malpica tienen el extraordinario don de generar múltiples lectores independientemente de lo que digan los académicos, los críticos (que, además, no conozco uno solo cuya opinión sea desfavorable) o el mercado.

Por eso, creo que la última palabra la tienen los lectores; estaría gustosa de pasar horas describiendo los méritos literarios de El libro de los héroes, pero no cabe la crítica literaria o el academicismo cuando tenemos los puntos de vista de los verdaderos lectores, que sufren y se apasionan por un personaje, aunque eso los lleve a viajar miles de kilómetros desde Sudamérica para encontrarse con la estatua de Giordano Bruno o, chamaqueados por el autor, a buscar el castillo de Farkas en Budapest.

Fue conmovedor y muy emotivo participar en la pasada presentación ‘imprevista’ del 8 de abril en la Ciudad de México (imprevista para mí y planeada por los dioses ya que, en feliz coincidencia, tuve la fortuna de estar en esa ciudad cuando se planeó la presentación más importante de todos los tiempos, según asegura el propio autor. Nadie -me refiero a mí y a mis amigos imaginarios- hubiera concebido la idea de que, viviendo en Monterrey, hubiera tenido el privilegio de constatar todo lo que despierta la lectura de El libro de los héroes en sus devotísimos lectores.

Ale, la presentadora, y el autor casi no tuvieron oportunidad de hablar de El destino y la espada pues de forma inmediata, al ceder la palabra para que el público compartiera sus respectivas frases favoritas de la novela, las anécdotas no se hicieron esperar: desde quien aseguró que en la prepa lo obligaron a leer Siete esqueletos decapitados y después ya no pudo soltar toda la serie, incluso cuando vivió en el extranjero y tuvo que padecer una espera insoportable hasta que la consiguió por Amazon, hasta la adolescente de secundaria quien, cuando su madre advirtió que el miedo provocado por la novela era intensísimo, se vio despojada del bipolar libro, y pudo conseguirlo a escondidas hasta que entró a la prepa.

Una de las experiencias lectoras que me pareció más entrañable es la de una chica que confesó que odiaba a su tío, bueno, el esposo de su tía hasta que, azarosamente, descubrieron la complicidad que les daba ser lectores de la saga, aunque ésta les hiciera pasar tremendo chasco: ambos juraban que era trilogía y casi se tiran por la ventana ante el desenlace de El llamado de la estirpe.

La participación de los adultos, cuyo sentido de la responsabilidad los llevó a cumplir con la tarea de llevar su cita favorita, no estuvo exenta de relatos llenos de emotividad y evaluaciones efervescentes. Una lectora dijo que, a reserva de las sorpresas que nos depare la quinta y final entrega, El libro de los héroes es muy superior a Los juegos del hambre y a Harry Potter y, a pesar de que estoy totalmente de acuerdo con esta aseveración, no puedo sino diferir de otra de sus afirmaciones, pues ella consideró que la saga es una gran propuesta de literatura juvenil; como lo he dicho antes, para mí, las novelas de Toño no deberían estar circunscritas a un público lector específico. Me pregunto si a Goethe le decían que qué maravilloso su Fausto para adultos, así como su novela juvenil del joven Werther. O a José Emilio Pacheco lo consideraban un gran poeta además de escribir para chavitos novelas como El principio del placer y Las batallas en el desierto. O a José Agustín… Yo creo que no deberíamos delimitar los efectos de una extraordinaria apuesta literaria a un marco específico de consumo.

Y para terminar a tono con la naturaleza de la presentación, y para no quedarme con las ganas de contar mi emocionante experiencia lectora, les platicaré que llegué a la saga de una manera un poco azarosa y encaminada por un vendedor de la librería del FCE en San Pedro. Resulta que, luego de haber leído Informe preliminar sobre la existencia de los fantasmas, quedé tan cautivada que me urgía conseguir todo lo que pudiera del autor (hasta ahora creo que he leído más de 40 de sus libros) y me lancé a las librerías de la comarca (la verdad es que mi vida sería menos complicada si fuera una usuaria más moderna de internet y pudiera realizar compras sin miedo; pero bueno, hace más de cinco años, mis formas de consumo cibernético eran muy precarias). Como siempre, no encontraba nada hasta que un vendedor (ahora casi puedo jurar que era Luis Valdez) me dijo que tenían dos novelas del autor, pero para adultos, y me entregó Apostar el resto y Nocturno Belfegor. Claro que las compré, aunque él me advirtiera que Nocturno era de terror. Y yo con el terror siempre me he llevado mal, así es que, contra mi costumbre, leí la cuarta de forros y me enteré de que era la secuela de Siete esqueletos… la fortuna de pertenecer a una cofradía secreta de lectores es que siempre hay más de uno que está igual de intenso, así es que cuando conté mi pena en Biblionautas, Mónica me dijo que ella tenía los Siete esqueletos, y que su pena era no haber encontrado Nocturno. De inmediato intercambiamos. Y a leer.

Como al lector del sillón de terciopelo verde de Cortázar, “la ilusión novelesca [me] ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de ir[me] desgajando línea a línea de lo que [me] rodeaba” y así llegó el momento en que, cuando Sergio recibe la invitación para conversar por chat con un desconocido, rápidamente mi tarde se cubrió de nubes espesas y empezó a soplar un viento muy alborotado (literal). Justo cuando el extraño le empieza a describir al protagonista lo que está pasando en su casa, agucé mi oído y me di cuenta de que, como en la escena narrada por Malpica, en mi casa también se escuchaba cómo el agua se escapaba de un ducto del excusado. Me llené de miedo y tuve que esperar a que Luna y Sergio regresaran del entrenamiento de waterpolo para volver a leer.

Podría contar muchísimas extrañas coincidencias que hicieron que mi lectura estuviera llena de altibajos emocionales, tan intensos que no pude evitar, al final, sentirme culpable por terminar amando a Nicte (y sufriendo por su inesperado desenlace). Otra emoción intensísima fue mi relación con Farkas, uno de mis más grandes crushes literarios, así como Sirius Black, pero de él hablaré en otra ocasión, pues merece un tratamiento aparte.

Lo que sí quiero agregar acá, por el tono confesional de todas las experiencias lectoras de los asistentes a la presentación, es la relación tan íntima, poderosa y apasionada que hemos construido mi hija, mi marido y yo, a propósito de su lectura. Luna y yo fuimos a Budapest para buscar a Farkas; nos hemos tenido que salir de la casa a media noche para platicar nuestras experiencias de lectura, sin que Sergio se entere, para no espoilearle la trama. Cuando conseguimos los tres ejemplares de El llamado de la estirpe, dos días completos no hicimos otra cosa que leer. Todo era silencio. Y llanto. Nunca he cachado a Sergio llorando, pero la Luna y yo sí nos azotamos, con lágrima batiente y toda la cosa, porque nuestros personajes favoritos tengan que sucumbir a causa del cruel y retorcido destino que les depara nuestro escritor favorito.

Con los libros de esta saga (y la de Jaime Alfonso) he tenido que recurrir a lo que pensé que nunca sería capaz de hacer con mi hija (y que mi madre siempre hacía conmigo): gritar desesperada: ¡ya deja de leer y apaga esa luz porque es hora de dormir!, o ¡baja inmediatamente a comer o te voy a tirar ese libro a la basura!, pero también han sido las complicidades más placenteras que he tenido con ella. En otro lado les platicaré sobre nuestros pleitos causados por los personajes, porque esta entrada ya se volvió kilométrica y dudo mucho de que alguien haya llegado hasta este punto.

Sólo quiero enfatizar mi agradecimiento al vendedor del FCE quien me dijo que Nocturno Belfegor no era juvenil; gracias a eso, me acerqué sin pudores y sin prejuicios al maravilloso universo de los héroes, y disfruté su lectura como si hubiera estado leyendo a Serna, Cortázar o Saramago (aunque debo ser objetiva y reconocer que Océano tiene algunas áreas de oportunidad en el cuidado editorial, a diferencia de las editoriales que nos acercan a los tres escritores que mencioné).

Ideas sobre feminismo en tres tiempos

1.

Tengo un grupo de alumnos peculiar: son 27 chicos y 3 chicas. Ellos bromean diciendo que parecen de ingeniería. Y no; son de lenguaje. Casi siempre tengo igual número de alumnos y alumnas, incluso, es más común que las chicas sean más numerosas, pero esta vez los chavos son rotunda mayoría. Les hice una pregunta, a raíz de una pequeña discusión que se suscitó en torno a la elección de sus respectivos temas de investigación: ¿alguien de ustedes es feminista? Levantaron la mano las tres chicas y un chico. Sólo un chico. Y le pregunté: ¿por qué eres feminista?; él me respondió con otra pregunta: ¿por qué no?, entonces le dije que de veras quería saber sus razones. Me dijo, literal: “porque está chido ser feminista”, y bueno, después de mucho insistir, casi no dio argumentos pero dijo, más o menos, que está padre ser feminista porque es lo correcto, porque las mujeres somos iguales que los hombres.

Yo estoy convencida, por mi experiencia profunda en la vida humana, que no somos iguales. En serio. Cada quien es como es y eso es maravilloso; pero sí deberíamos tener derecho y acceso a los mismos procesos en búsqueda y sustento de la dignidad y la libertad. Todos tenemos derecho a la dignidad porque somos seres humanos y nuestro valor radica en nuestras diferencias. Hace mil años, le hice una entrevista a José Agustín, para una revistita que teníamos en la secundaria y me lo dijo rotundamente: “Todos somos iguales porque somos diferentes”. Sólo en este sentido podría entender el concepto de igualdad; sin embargo, parece que para muchos discursos belicosos, la búsqueda por la equidad se ha convertido en un revanchismo en el que pretendemos hacer al otro sustituible (como si las mujeres pudiéramos vivir sin hombres y los hombres sin mujeres; como si los humanos pudiéramos vivir sin los otros). Y pues no. Yo amo vivir con hombres, con mujeres y con otros seres vivos que me rodean (excepto cucas. Esas pobres todavía no son mis amigas).

            No se trata de ver quién es más hombre o más mujer o más persona porque se encarga de las tareas domésticas o porque puede cargar un garrafón. Yo no cargo un garrafón de veinte litros porque al intentarlo podría lastimarme pues no tengo tanta fuerza como mi marido, mis hermanos o mi papi. Pero tampoco lo cargo no porque no lo intente, sino porque a ellos les importo y no quieren que me haga daño. A muchas chicas les parece maravilloso el experimento en que someten a los varones a padecer los dolores de parto o de menstruación, sólo para demostrarles que ‘no aguantan nada’ y que, frente a esos dolores, son tan frágiles y vulnerables como cualquier ser vivo (mujer, gato, vaca, nena o nene). A mí me parece una crueldad innecesaria (y no entiendo qué sentido tiene someter al ser amado a un “sacrificio” de dolor como ese). En este momento amo tanto a mi pareja que no quisiera, por nada del mundo, que experimentara ningún tipo de dolor, nunca. Menos uno de parto.

2.

Pero ya me desvié; eso no era lo que quería contar. A lo que iba es que, al preguntar a quienes no son feministas por las razones para no serlo, entre muchas otras más o menos iguales, me dieron dos respuestas que llamaron mi atención: 1. Porque las mujeres no son mejores que los hombres y 2. Porque ya no es necesario el feminismo pues las mujeres ya tienen todo a lo que pueden aspirar.

Esas respuestas, aunque dichas sin malas intenciones por estudiantes universitarios, me preocupan porque revelan dos cosas (o más): un gran desconocimiento (o malentendido por ignorancia) de la lucha feminista, y una visión muy superficial de los conflictos socioculturales que rodean a la clase media. Esto último me lleva a preguntarme sobre el nivel de pasividad y cooptación que ha logrado el sistema sobre las clases medias universitarias.

Me angustia y consterna que muchos hombres, incluso algunas chicas, piensen que el feminismo postula la superioridad de las mujeres, y me preocupa el discurso que se populariza en la escuela para entender así este movimiento. Si bien es cierto que algunas mujeres, como muchos otros ‘movimientos’ sociales, se agrupan desde la consigna de mostrar odio hacia los varones, esa ideología es sectaria y no caracteriza al movimiento feminista (es como si dijéramos que todos los hombres odian a los judíos por las premisas nazis). Considero que, desde la escuela, tenemos una tarea muy compleja y urgente para aclarar estos conceptos y el primer paso es, precisamente, hablando de ello. Nombrando.

La popularización de un concepto distorsionado de feminismo ha provocado que la ignorancia nos lleve a conclusiones parciales y peligrosas. Algunos de mis alumnos argumentaron que las mujeres, sus compañeras, sus madres, sus maestras –como yo, tenemos acceso a todos los beneficios y reconocimientos de la sociedad occidental del siglo XXI. Podemos salir a trabajar, divertirnos, elegir a dónde ir y con quién salir. Me parece que, a veces, desde la comodidad/ingenuidad de la clase media, es más fácil negarnos a ver el panorama completo. El mundo no es sólo el pequeño entorno que nos rodea. Verlo así nos obliga a seguir reproduciendo modelos excluyentes y egoístas.

Es necesario que ayudemos a que nuestros estudiantes se sensibilicen hacia el otro para que puedan reconocer el dolor y la realidad que está un poco más lejos de su nariz, y sólo así sean capaces de cambiar el mundo, de ser agentes activos en la construcción de una comunidad solidaria desde su posición privilegiada.

Tampoco faltó quien dijo que las mujeres, desde el feminismo, buscamos aprovecharnos de los varones porque queremos equidad, “pero a la hora de pagar las cuentas, seguimos exigiendo que ellos lo hagan”. La verdad es que yo no entiendo este modelo paternal y capitalista que nos obliga a pensar nuestro valor como seres humanos en función de nuestras posesiones materiales. Desde toda la vida, quizás porque me maleducaron, creo que lo más hermoso que tiene una persona es su capacidad para dar, porque eso, realmente nos llena. O sea, los seres humanos poseemos mayores riquezas en la medida en que compartimos con los otros. Para mí, desde siempre, pagar una cuenta no tiene que ver con una cuestión de género, sino de amor. Y lo mismo creo de cocinar. No tienen que hacer de comer “las viejas (que están hechas para la cocina)” sino quien quiera mostrar su amor al otro, a los otros, a través de ese mágico y sensual mundo de los placeres gustativos. Ya casi llegamos al tercer tiempo.

3.

La escritora Gabriela Damián, un poco en tono autoirónico, utiliza la expresión “la palabra con F”, para referirse al feminismo, como si se tratara de una grosería. El sistema se ha encargado de satanizar tanto el término que es difícil que un ciudadano común y escolarizado comprenda la complejidad de sus postulados. De alguna manera, el feminismo se ha tergiversado como el comunismo: no se trata de cambiar de roles (de que el explotado se convierta en el explotador; de que la burguesía sea sometida por el proletariado; sino que, al cambiar el eje y las responsabilidades del proceso de producción, el explotado se convierta en un agente de cambio que involucre al explotador en un proceso productivo justo y equitativo en el que las fuerzas sociales coexistan en armonía). Esa malversación del concepto, maniquea y reduccionista, propalada por el capitalismo, provoca un rechazo total que impide el diálogo. He notado que las personas, incluso mujeres, se niegan a sostener argumentaciones constructivas y las rechazan a priori: “yo no soy feminista, soy humanista” suelen esgrimir. El feminismo no sólo pretende una reflexión sistematizada, también es una lucha que busca un equilibrio en el que los varones participen activamente en la reconstrucción de los paradigmas culturales que, desde siempre, han sido tan desiguales. Es una opción para que ellos se conviertan en los héroes que nos ha hecho creer el machismo patriarcal que son; para que nosotras también seamos partícipes de esta construcción. Es un proceso de humanización para todos.

            La tarea de la generación en que me tocó vivir es ardua y complicada pues tendría que llevarnos a luchar contra los prejuicios y contra el miedo provocado por el discurso de la ignorancia. Es un impulso que tendrá que ser contracorriente ya que, como bien dice Freire sobre la educación (y finalmente cualquier lucha se reduce o se dimensiona en eso), es ilógico –y no lo podemos esperar- que un sistema promueva una educación crítica que lo transgreda. Al contrario: nos ofrece espejismos que nos generan la ilusión de que es posible una organización social diferente. A nosotros nos tocó resistir y cuestionar; minar el sistema desde abajo. Por eso el crucial trabajo integral con los niños, sus padres, los medios de comunicación, las instituciones deportivas. Nuestra tarea está en todas partes, no sólo dentro de las aulas

La costura de mis Guerras mundiales  

Mientras revisaba una tarea que les dejé a mis alumnos de Metodología de la investigación lingüística y literaria, me di cuenta de que uno de ellos consultó mi tesis de maestría y citó algo que escribí, que ahora me parece rarísimo e inapropiado. En alguna parte, mi investigación dice que el hombre, desde siempre, ha necesitado comunicarse. Y claro que me refería a la especie y no al género, pero diez años después me parece que hay muchas maneras de hacer alusión a la humanidad y no desde ese término que resulta para muchas mujeres excluyente. Sin embargo, desde los procesos cognitivos y fisiológicos, nos guste o no, hombres y mujeres somos diferentes y por ello nuestras funciones, de alguna manera, nos determinan.

Quizás le parezca ofensivo a los fundamentalistas pero, a pesar de que creo profundamente en la equidad, también estoy convencida de que los hombres y las mujeres tenemos diferencias elementales y maravillosas. Más allá de las condiciones particulares de cada persona, nuestros genitales, por ejemplo, poseen características distintivas que nos llevan a emplearlos de diferentes maneras aunque el fin último sea el placer, la reproducción y claro, la micción. Estas funciones determinan asimismo ciertos estereotipos: los hombres orinan de pie y las mujeres sentadas; por supuesto que cualquier varón puede hacerlo sentado y las mujeres, con un poco de malabares, también lo podemos hacer de pie. No obstante, la cultura, la tradición y nuestra propia fisiología nos orilla a ciertas prácticas o tendencias. Los estereotipos, de hecho, se basan en conductas repetidas que terminan por asociarse con ciertos individuos.

A pesar de que en la actualidad se lucha por igualar las condiciones de hombres y mujeres, no podemos soslayar que somos diferentes y, por ello, vemos la vida y reaccionamos de formas muy distintas. Algunas investigaciones realizadas por lingüistas, neurólogos y psicólogos han llegado a la conclusión de que los cerebros masculinos y femeninos presentan diferencias asociadas con su sexo. Kathleen Kimura, investigadora de la Universidad de California, realizó unas pruebas muy interesantes que la llevaron a concluir que los estrógenos estimulan el hipotálamo de manera que éste provoca un mayor crecimiento del cuerpo calloso (la parte que conecta ambos hemisferios) en los cerebros femeninos, por ello, nuestras formas de comunicarnos son tan distintas (quizás eso provoca que las mujeres activemos más nuestra capacidad de hacer inferencias).

Por su parte, la lingüista Deborah Tannen, especialista en las diferencias de género en el discurso, en su libro You Just Don’t Understand: Women and Men in Conversation, realiza un análisis minucioso de la forma en que interactuamos discursivamente, desde la lengua, en distintos escenarios. Cuando leí el capítulo (hace más de 10 años) en el que aborda cómo algunas parejas de diferentes edades y posición social toman decisiones cotidianas, me sentí totalmente identificada; parecía que yo era una de las personas de su muestra, pues los ejemplos que ponía ilustraban totalmente la forma en que nos comunicábamos mi pareja y yo. En uno de ellos, la autora dice que cuando una mujer le dice a su esposo/novio que le duele la cabeza, lo que espera es que la apapache y la consienta; sin embargo, casi todas las reacciones masculinas ante esa aseveración tienen que ver con soluciones prácticas: ir al médico, o por lo menos sugerirlo. De forma contraria, cuando un hombre dice que le duele la cabeza, lo que espera es que su pareja le ofrezca una solución concreta y clara: ir al médico, un medicamento; y casi siempre, lo que obtiene de su mujer es un chipileo, que muchas veces lo desespera.

A veces, una chica quiere un café, pero en vez de decir directamente y al grano: quiero un café, como fórmula de cortesía utiliza circunloquios que hacen confusa la interacción, por ejemplo, preguntarle al interlocutor si quiere un café. La chica espera que con su pregunta, el chico infiera que ella quiere un café. Pero muchas veces la respuesta masculina ante el “¿quieres un café?” (que debería leerse como ‘quiero un café, entremos a esa cafetería’) es un simple, práctico y grosero: “no”. Y es ahí donde empiezan las Guerras mundiales: la chica deduce que el otro está rechazando su petición a tomar un café, cuando realmente sólo está respondiendo con claridad a lo que se le preguntó.

Me he dado cuenta de que muchas veces, de forma gratuita, inicio pleitos con mi marido porque yo “leo entre líneas” casi todo lo que él me dice; y claro que, según yo, ese hipotético subtexto que infiero está implícito en lo que él dice de forma literal. Pero la verdad es que no. Poco a poco hemos aprendido a divertirnos con nuestros misunderstandings cotidianos.  Y sabemos que él es más literal que yo. No: él es literal; yo no. Si él me dice: no quiero que vayas a tal lugar, porque es peligroso. Yo entiendo: no tienes permiso de ir a tal lugar porque es peligroso; pero él realmente sólo quiere dar su punto de vista. Él no es tan tirano ni machista como para arrogarse el derecho de tomar decisiones por mí. Pero su punto de vista, para mí, es una solicitud imperiosa. Si yo digo que quiero un piercing en la ceja, como el de una chica que encontramos en el súper, él dice que a ella se le ve muy bien. Yo interpreto, claro, que está diciendo que a mí no se me vería bien. Y por supuesto que me enojo. Y por elipsis de muchas ideas y emociones, termino haciendo un pancho y diciéndole que se case con ella.

Haber leído a Tannen ha contribuido a que nuestros pleitos en potencia, por malos entendidos, se conviertan en un pretexto para la risa, pues siempre tratamos de esclarecer cómo decimos lo que queremos decir y cómo podría interpretarlo el otro, sabiendo y subrayando que él es hombre y yo mujer, y que los circuitos de nuestros cerebros están conectados de maneras muy distintas y, a veces, inexplicables.

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